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CINCUENTA ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE KATE O’BRIEN

Kate O´Brien
José Antonio de Yturriaga Barberán | Domingo 04 de febrero de 2024

Este año se celebra el 50° aniversario de la muerte de Kate O’Brien y alguno se preguntará quién era esa buena señora. Es natural porque yo no supe de su existencia hasta que llegué a Irlanda como embajador de España. Allí tuve conocimiento de esa escritora, que fue un relevante exponente de las letras angloirlandesas en la primera mitad del siglo XX, y pude leer sus obras, muchas de ellas inspiradas en motivos españoles. Con 25 años se fue a Portugalete (Bilbao) a trabajar como institutriz en casa de los Areilza, donde fue profesora de inglés de José María, Conde de Motrico, que sería embajador de España y ministro de Asuntos Exteriores.



La joven Kate quedó prendada de España, a la que adoptó como su segunda patria. Según ha señalado Benedict Kiely, “O’Brien adoptó a un solo país y no al mundo entero, y evitó de esta forma convertirse en una escritora cosmopolita, por este profundo sentido del significado místico de la llegada y de la partida de la muerte, que era el final de la partida y el preludio de la última llegada. España influyó en ella tan poderosamente, no solo por el hecho de que estuviera allí cuando era muy joven, sino porque en el molde de su mente había algo cercano a la tierra de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz”. La propia escritora confesó en su libro de viajes “Farewell, Spain” (1937) –“Adiós, España”- que se sintió “complacida y contenta con la inesperada España que encontré -aunque durante años no fuera consciente de ello- por haber conocido a un país al que tanto llegué a amar”. Estaba la España que imaginaba y la que encontró, que le causó muchas sorpresas, sobresaltos y anhelos, espacios de tiempo que parecían tan fuera de lugar como si estuviera en casa. Volvió a España año tras año, hasta llegar a conocerla tan bien como en ningún otro país.

Como ha escrito Daniel Pastor en su artículo “Kate O’Brien: una escritora irlandesa en Ávila”, España fue su destino obligado desde 1931 a 1936, donde pasaba sus veranos. Sentada en los cafés de Ávila, observaba a las personas y entablaba conversación con ellas. Amaba sus monumentos, sus calles, su pasado histórico, la sencillez y el calor humano, la sensación de no sentirse extraña y, por supuesto, la personalidad de su hija más ilustre, Santa Teresa, cuyas obras, que empezó a leer en 1934 -pese a no ser católica practicante-, atraparon por completo su corazón. Era su ciudad favorita porque representaba la esencia misma del espíritu español. “Castilla en su estado más puro, la tierra de los grandes místicos y escritores, y lo austero del paisaje, el cielo azul inmaculado, como de ensueño, y la sobriedad de sus edificios y monumentos, de un intenso color dorado, cobraban expresión en las cualidades de abnegación, sencillez, nobleza de sentimientos y escrupuloso sentido a la tradición, con lo que, en fin, se identificó plenamente”.

El espíritu libre, el pacifismo y el republicanismo de O’Brien no fue del gusto del régimen franquista, que le prohibió la entrada en el país hasta 1957. No obstante, siguió vinculada con España a través de sus obras. En 1936 publicó “Mary Lavelle” –Pasiones rotas”, que tiene rasgos autobiográficos. La autora situó la acción en España para describir situaciones que no le era posible hacer en una Irlanda, calificada por Lorna Reynolds de “jansenística, puritana y maniquea”. Como no podía usar Irlanda para mostrar el desarrollo del espíritu libre de la protagonista -una investigación sobre el desarrollo psico-sexual de una joven irlandesa, católica y criada en Mellick-, escogió a España, que le permitía representar las dificultades y las tragedias de la vida, pues era un buen punto de referencia para Irlanda, al ser ambos países “católicos, materialmente subdesarrollados, tenaces en sus viejas costumbres, políticamente turbadas, de espíritu anárquico y afines al culto a la muerte”.

En 1946 salió a la luz su novela más apreciada “That Lady” –“Esa Dama”-, un relato que mezclaba historia y ficción, al describir las relaciones entre Ana de Mendoza, princesa de Éboli y el rey Felipe II, que salía mal parado del lance. El tema central era “la influencia corruptora del poder político absoluto, la forma en que vicia las relaciones privadas, y la heroica resistencia de una persona privada -en este caso una mujer- frente al despotismo del gobernante”. Pero su obra más apreciada fue “Teresa de Ávila” (1951), una breve y personalísima biografía de una Santa con la que sintió gran afinidad y a la que describió cómo “un genio de enorme e inmensurable carácter de los que ha habido muy pocos, y solo una mujer”. Cuando murió en 1974, O’Brien estaba escribiendo otro libro con trasfondo español.

Además de por su afinidad con España y la calidad de sus obras, me sentí atraído hacia la escritora por el hecho de que hubiera nacido en Limerick, ciudad de la que procedía mi tatarabuela Magdalena Clancy. En 1989, los organizadores del “Fin de Semana de Kate O’Brien” me invitaron a dar la conferencia inaugural de unas jornadas dedicadas a “Irlanda y España”. Invité, por mi parte, al Conde de Motrico, quien pronunció la conferencia de clausura sobre “Kate O’Brien: A Personal and Literary Portrait”. Ahora, con motivo del 50° aniversario de su muerte, se va a celebrar en Limerick un Festival Literario en su honor. Me parece lamentable que en él no participen ni la Embajada de España, ni el Instituto Cervantes.

El que fue agregado cultural de la Embajada de España en Dublín, Jose Antonio Sierra, un abulense de pro, ha propuesto al Ayuntamiento de Ávila que nombre Hija Adoptiva de la ciudad a título póstumo a la escritora, que ya cuenta con una calle cerca de la Estación. Me parece un homenaje justo y adecuado a una persona que tanto amó a España y especialmente a Ávila, y que creo que contribuirá a mejorar la relaciones entre sus dos queridas patrias.

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