Poema de Vicente Aleixandre (1898-1984) que permaneció por muchos años olvidado en las páginas del diario español Ahora[1] con motivo de los bombardeos contra la población civil sufridos por la ciudad de Madrid durante la Guerra Civil Española. Aleixandre, poeta de la llamada generación del 27, ocupó, desde 1950, el sillón con la letra “O” de la Real Academia Española y obtuvo el Premio Nobel de literatura en el 1997.
[1] Ahora, diario de la juventud (J.S.U.), núm. 17, lunes, 18, enero, 1937, p. 11.
Se ven pobres mujeres que corren por las calles
como bultos o espanto entre la niebla.
Las casas contraídas,
las casas rotas salpicadas de sangre:
las habitaciones donde un grito quedó temblando,
donde la nada estalló de repente
polvo lívido de paredes flotantes.
asoman su fantasma pasado por la muerte.
Son las oscuras casas donde murieron niños.
Mirarlas como gajos
se abrieron en la noche bajo la luz terrible
Niños dormian, blancos en su oscuro.
Niños nacidos con rumor a vida.
Niños o blandos cuerpos ofrecidos
que, callados los vientos, descansaban.
Las mujeres corrieron
Por las ventanas salpicó la sangre.
¿Quién vio, quien vio un bracito
salir roto en la noche
con la luz de sangre o estrella apuñalada?
¿Quién vio la sangre niña
en mil gotas gritando:
¡crimen, crimen!
alzada hasta los cielos
como un puñito inmenso clamoroso?
Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,
el inocente vientre que respira:
la metralla los busca,
la metralla, la súbita serpiente
muerte estrellada para su martirio.
Ríos de niños muertos van buscando
un destino final, un mundo alto.
Bajo la luz de la luna se vieron
las hediondas aves de la muerte:
aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra
la destrucción de la carne que late,
la horrible muerte a pedazos que palpitan
y esa voz de las víctimas
rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido,
Todos las oímos.
Los niños han gritado.
Su voz está sonando.
¿No oís? Suena en lo oscuro.
Suena en la luz. Suena en las calles.
Todas las casas gritan.
Pasáis, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.
Seguís. De ese hueco sin puerta
sale una sangre y grita.
Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados
gritan, gritan. Son niños que murieron.
Por la ciudad gritando,
un río pasa: un río clamoroso de dolor que no acaba.
No lo miréis: sentidlo.
Pequeños corazones, pechos difuntos, caritas destrozadas.
No los miréis, oídlos.
Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.
Sube y sube y nos llama.
La ciudad anegada se alza por los tejados y alza un brazo terrible.
Un solo brazo. Mutilación heroica de la ciudad o su pecho
Un puño clamoroso, rojo de sangre libre,
que la ciudad esgrime iracunda y dispara.
¡Poema de tan trágica belleza, tan olvidado por décadas de trágica belleza! Quien esto trascribe podría haber sido uno de aquellos niños. Estando en Valencia con nuestra madre, mi hermano Agustín de 6 años y yo de 4, a fines de 1937, nos cayó una bomba en la habitación nuestra o en la del lado en el hotel, cerca de la estación ferroviaria, donde nos quedábamos. Una bomba de aquellos bombardeos de la aviación de Mussolini que, tan criminalmente, fulminaron a la región levantina. Afortunadamente, la bomba no estalló. Salimos huyendo de la habitación, donde habíamos vivido escenas del Guernica de Picasso (mi madre, con voz en grito, tratando de encender la luz, nosotros rodeados de escombros). Me dijeron que en el pueblo valenciano donde nos acogimos estuve teniendo pesadillas por más de un mes. ¡Qué pesadillas tendrán, ahora miles de niños y niñas de Gaza, y a la intemperie, sedientos y hambrientos!: “No lo miréis: sentidlo”… “No lo miréis, oídlos”.
Por Víctor Fuentes, Profesor Emérito, UC, Santa Bárbara, desde el 2003, Académico de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Reside en Santa Bárbara, California.