El dandi enloquecido que encarnaba Jack Nicholson. El agente del caos con sus ojos hervidos en cráteres de khol al que dio vida Heath Ledger. El psicópata de sonrisa acuchillada que interpretó Joaquín Phoenix en su última versión. Todos se quedan en simulacros ante la estampa de Pedro Sánchez durante su sesión de investidura, el pasado 15/N. Han transcurrido quince días, y su imagen permanece indeleble.
Más que sobre la tribuna del Congreso, parecía suceder sobre las escaleras suburbiales de Gotham. La misma sonrisa fría, hueca, sobrecogedora. El mismo ego sobredimensionado, el mismo desprecio, el mismo resentimiento. Sólo le faltó bailar sobre todo lo que ha venido a devastar a cambio de su exclusiva permanencia en el poder.
Una Ley de Amnistía contestada en bloque por toda la judicatura de este país. Un pacto que arrasa cuanto promete respetar. La separación de poderes, base del Estado de Derecho, la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Impunidad total para una clase política privilegiada, subordinación de los tribunales a la “dictadura de las urnas”. En absoluto por el interés general, sino por la conveniencia personal de un presidente que gobernará por delegación, sometido a las exigencias de Waterloo.
El triunfo más patético de este Joker ajeno a todo principio moral pasa por la abducción de sus correligionarios, forzados a predicar lo que negaban vehementemente hace tres días. El más dramático remite a otra fractura, la de la convivencia. Amigos en los que no te reconoces, porque su sectarismo ha pervertido el debate de ideas en un falaz argumentario de consignas. La contestación en la calle. ¿Qué fue de la paz social?
No hay nada progresista en defender una mentira tras otra. No hay nada progresista en comulgar con ruedas de molino. No hay nada progresista en embadurnarse la cara para ocultar el alma y pintarse una sonrisa falsaria. La sonrisa del que ya no se respeta a sí mismo. La sonrisa del que miente a conciencia y lo sabe.
Antes que el Joker fue ‘El hombre que ríe’. Aquella novela de Víctor Hugo en la que su macabro protagonista, Gwynplaine, se pregunta: “¿Soy yo o es el mundo es que está loco?”. Lo hace desde lo alto de la Cámara de los Lores tras llevar a Inglaterra al límite de la autodestrucción.
La de Sánchez está escrita. Bastó ver a Miriam Nogueras avasallándole, es decir, tratándole como a un vasallo, en un tono despectivo que no tuvo réplica. Sólo sumisión. Toda la izquierda abdicó la cerviz con él. ¿La levantará algún día?
De la sonrisa al aullido no hay más que un paso. Tiempo al tiempo.