Una mañana fallecí sin darme cuenta. No me atropelló un autobús, ni me tiré por una ventana. Tampoco tuve una enfermedad incurable en su fase final. Me ejecutaron, y con razón.
Pero si quieren saber los motivos deben asistir a Faisandage. Mi recorrido es lo suficientemente interesante para que se me venere y se me tome en cuenta. Por eso, cuando me hagan la tanatoestética, abriré los ojos y estiraré mi vida.
Dejaré de mirar hacia el limbo con los ojos cerrados.
Ozkar Galán siempre me sorprende. Nos recupera los colores, nos saca de los sueños y nos introduce en lo oníricamente teatral para darnos más a cambio que los simples aplausos que le ofrecemos nosotros. Nos deleita con esa carne casi putrefacta de maduración para que, con la técnica del Faisandage, nos vuelva las palabras y los personajes más tiernos, más vivos en contradicción consigo mismos, para que la digiramos de una forma sencilla, quizás algo absurda, siempre entretenida.
Se detiene el tiempo en los albores de la muerte, más allá del purgatorio, en una silueta de sombras donde el cuerpo, aún presente, no ha desaparecido, ni enterrado, ni incinerado. Puede sentirse que está casi vivo. Casi.
Es un espejismo, es la labor de belleza y estética del personaje Yaiza, Carol Garrido, que va en silencio retocando los pliegues de quien la ha contratado para que la cuide en su última imagen. Y ella, Marina Muñoz, la finada, La Checha, que aún respira. Y, sin embargo, no son náufragos intentando salvarse de la oscuridad infinita y perpetua.
Giselle Llanio, la directora, creo que ha entendido estupendamente la propuesta del autor, y se nota en sus ansias de perfección del instante. Emergen, toda la compañía, pareciera que hicieran teatro como jugando y lleva un trabajo de disección de anatomía escénica.
En el escenario hay risas. ¿Quién las puso ahí, con maestría? En el escenario hay temas de la perpetuidad de la vida, de los días que se derraman, de guiños al cine, de las relaciones entre personas y de filosofía, de tiras y aflojas, de dulces y amargos sabores, de carnes desnudas y plumas escondidas.
En el escenario las actrices nos maquillan una sonrisa que no es falsa, es el ritmo del que no ha muerto, es la envolvente vanidad de querer ser, es inundarse de propaganda, de ser noticia, de buscarse excusas para no despedirse amargamente de esta vida.
El autor carga a sus personajes y los lleva a morirse en el escenario, pero estos se niegan y siempre perviven, como si fueran poesía.
Dirección: Giselle Llanio
Elenco: Marina Muñoz y Carol Garrido
Texto: Ozkar Galán
Producción: Magical Teatro.
Producida por Magical Teatro, con la colaboración de la Sala tarambana.
Espacio: Sala Tarambana