El extraordinario profesor Fernando Jesús Bouza Álvarez difunde dichas joyas documentales en su sobresaliente obra: Dásele licencia y privilegio: Don Quijote y la aprobación de libros en el Siglo de Oro (Akal, 2012), elucide cómo se llevaba a cabo el proceso editorial de un libro desde la entrega de un manuscrito original del autor hasta la divulgación y el consumo del libro por parte del lector, y explica, entre otros, «las políticas de publicación en ese periodo a través de testimonios de autores, cesiones y el propio Consejo» (F.J. Bouza Álvarez, Dásele…, 16-17).
A esto se añade que el profesor Luis Gómez Canseco, de la Universidad de Huelva, en su ejemplar artículo: «Un documento inédito en torno a la impresión de la Primera, Segunda y Tercera Partes de la Araucana, de Alonso de Ercilla (Madrid, Pedro Madrigal, 1590)» (Etiópicas. Revista de letras renacentistas, 15, 2019, 9-24) alude a la princesa de Portugal y regente de España doña Juana de Austria (1535-1573), hermana del rey de España Felipe II (1527-1598), llamado «el Prudente», quien en su nombre en la Nueva orden que se ha de observar en la impresión de libros (el 7 de septiembre de 1558), decretó el siguiente proceso legal de la publicación de un libro:
«en principio de cada libro que así se imprimiere, se ponga la licencia, y la tasa y privilegio, si le hubiere, y el nombre del autor y del impresor, y lugar donde se imprimió: y que esta misma orden se tenga y guarde en los libros, que habiendo ya sido impresos, se tornare dellos a hacer nueva impresión» (Novísima Recopilación de las leyes de España, IV, 124).
Las dos perlas documentales, localizadas en el Archivo de Simancas, ponen de manifiesto que el Manco de Lepanto solicitó la publicación de Don Quijote al rey de España y de Portugal, Felipe III de España (1578-1621), llamado «el Piadoso». Su texto es el siguiente:
Solicitud:
«Muy Poderoso Señor
Miguel de Cervantes digo que yo he compuesto un libro intitulado El Ingenioso hidalgo de la Mancha, del cual hago presentación a Vuestra Alteza.
Pido y suplico sea servido de darme licencia y privilegio para imprimirle por veinte años, atento al mucho estudio y trabajo que en componer el dicho libro he gastado y ser de lectura apacible, curiosa y de grande ingenio, que en ello recibiré gran bien y merced para ello. Miguel de Cervantes. (firmado y rubricado)».
En el reverso de la solicitud el dictamen.
«Dictamen de Antonio de Herrera (Consejero del Consejo Real, órgano encargado del dictaminar sobre la conveniencia de las obras).
Por mandado de Vuestra Alteza he visto un libro llamado El Ingenioso Hidalgo de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra y me Parece, siendo de ello Vuestra Alteza servido, que se le podría dar licencia para imprimirle porque será de gusto y entretenimiento del pueblo al cuál, en regla de buen gobierno, se debe de tener atención, allende de que no halló en él cosa contra policía y buenas costumbres.
Y lo firmé de mi nombre.
En Valladolid a 11 de septiembre de 1604
Antonio de Herrera (firmado y rubricado)».
En la columna izquierda
«Miguel de Cervantes
Escribano Gallo
En Valladolid a 20 de julio de 1604
Veáse
Señor Ramírez de Arellano
Vea lo Antonio Herrera, cronista de su Majestad
Désele licencia y privilegio por diez años.
Pide licencia para imprimir un libro y privilegio» (F.J. Bouza Álvarez, Dásele…, 6-7).
Importa dejar sentado, además, que el cuellarano Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1626), Cronista Mayor de Castilla y de Indias, aprobó la impresión de la primera parte del Quijote por diez años, y no por veinte como pedía Cervantes. ¿Por qué?
Asimismo, es de vital importancia citar el magnífico análisis sobre la portada de la primera parte de El Quijote, del profesor Augustin Redondo, Académico correspondiente de la Real Academia Española, quien alega correctamente:
«lo que sí se impone inmediatamente a la vista [al examinar la portada de la primera parte de El Quijote] es un título particularmente llamativo, seguido del nombre del autor y de la dedicatoria al duque Béjar. El adjetivo ingenioso es el elemento primero y aparentemente más llamativo del grupo nominal, pero el sustantivo que rige el conjunto es el de «hidalgo», y sobre el concepto correspondiente se han cometido y cometen muchos errores [...]. En el caso del título de El Quijote, también se emplea un «adjetivo de esencia», pero éste, ingenioso, es decir «agudo», «sutil» y «creativo», peculiaridad del que tiene «buen entendimiento», en relación con el sistema de los humores- ya lo veremos-, constituye, con el sustantivo hidalgo una verdadera creación paradójica que parece indicar que un hidalgo es «ingenioso» por definición. Se trata de una de esas paradojas tan apetecidas por los hombres del siglo XVI. Al mismo tiempo, el lector no puede sino sentir la ironía de la expresión y percibir hasta qué punto el título está parodiando el de las narraciones caballerescas: ya que se compensan las virtudes específicas del caballero por el ingenio, atribuido a un hidalgo. […].
Pero hay más. La disposición tipográfica del título ha conducido a cortar el nombre del héroe: Qui/xote. Esto no sería indiferente para el lector contemporáneo, pues bien se halla subrayado de esta manera que el apelativo del hidalgo es el de un xote/çote, palabra bien conocida en la época de Cervantes con el sentido de «ignorante, torpe, idiota», creación lingüística paralela a la de «tonto» y «zonzo». Es decir que, desde la portada de la obra, el héroe, por el nombre que llevaba, aparecía como un ser degradado y dicho nombre remitía al amplio dominio de la estulticia/locura que tantas afloraciones literarias había tenido e iba a tener. El título creaba de tal modo una nueva paradoja festiva al hacer del hidalgo un ser ingenioso que, por su apelativo, podía ser todo lo contrario, o sea que ya se estaba creando la reversibilidad del héroe y ese juego continuo con las diversas facetas del personaje.
Pero esa manera de jugar con el ingenio y la «locura» no podía sino remitir al sistema de los humores-ampliamente difundido-que hacía del hombre de temperamento melancólico (lo que será el héroe) un ser como nuestro hidalgo cuyo gran entendimiento bordeaba la locura y podía desembocar en ella. Otra vez la reversibilidad del personaje se halla puesta de relieve de manera indirecta desde la portada, gracias a sus características y a su onomástica, mientras se sugiere fuertemente el carácter paródico de la obra [...].
Asimismo, como si todo esto no bastara, a nuestro Quijote se le tributa un «don» ilegítimo a todas luces. En la portada de los libros de caballerías, muy pocas veces se emplea el don para calificar a los héroes. Por ser caballeros y pertenecer a una estirpe casi siempre real, su alta nobleza aparece a las claras, de modo que el «don», señal de identidad aristocrática, no es necesario. Aquí la usurpación es evidente, ya que a un hidalgo no le corresponde ningún «don».
No sólo se trata de una usurpación, paralela a la de hacerse caballero, sino que es muy reveladora de esa fiebre del «endonar», y corresponde a la extensión del afán aristocrático de los siglos XVI y XVII que ha ocasionado un sinfín de burlas.
Por fin, no podemos dejar de lado el impacto producido por el grabado. A primera vista, en lugar del flamante caballero, montado en una espléndida cabalgadura, parece que figura aquí una especie de pajarraco, más bien flaco, que se yergue y semeja salir de un león echado, o sea que, después de todo lo que procede, es como si se acentuara todavía más la parodia subrayada ya. El lector ha de mirar con más detenimiento para darse cuenta de que, en realidad, se trata de una marca tipográfica: una de las que pertenecieron a la antigua imprenta de Pedro Madrigal (fallecido en 1593), suegro de Juan de la Cuesta, el impresor de El Quijote.
Se compone dicha marca de un cuerpo y un lema. El cuerpo representa un puño cerrado, protegido por un guantelete, en el cual se agarra un halcón cuya cabeza está cubierta con un capirote. Este emblema, que hay que situar dentro de la poderosa corriente emblemática del Siglo de Oro, tuvo bastante difusión entre diversos impresores europeos, así como en la heráldica y en el género de las empresas. Por debajo de esta representación, se encuentra un león dormido. Lleva un lema muy significativo, en latín: «Tras las tinieblas, espero la luz». Esta divisa, que sale del Libro de Job (17, 12), ha de utilizarla el propio Cervantes, en la segunda parte de la obra.
Dentro del conjunto de la portada, cobra ahora el lema un valor simbólico preciso. Viene a ser una incitación hecha al lector para que se adentre verdaderamente en la obra, para que lea a dos niveles, no sólo para que se ría, sino para que reflexione, o como dice el autor del Lazarillo, para que «ahonde más».
Un verdadero programa de lectura aparece pues desde la portada, ya que ésta rebosa de sugerencias y sentido. Si la orientación festiva y paródica del texto no puede sino imponérsele al receptor, incitándole a comprar el libro, también se halla conducido a «descifrar» el texto porque las burlas permiten decir muchas iluminadoras veras. De tal modo, se encuentra delineada toda la trayectoria del libro, la cual implica, al mismo tiempo, una participación activa del lector» (A. Redondo, «Acerca de la portada…», 525-34).
Al lado de ello, el biógrafo cervantino Jorge García López, profesor de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universitat de Girona, en su excelente obra: Cervantes. La figura en el tapiz (Pasado&Presente, 2015), declara adecuadamente que Don Quijote es «la gran novela de la Europa ilustrada y moderna…», que Cervantes crea «un nuevo tipo de “humanista” o de escritor… y que la moralidad que representa la primera parte del Quijote… tiene un sentido profundo y extraordinario… El Quijote supera por completo las contradicciones y las serias limitaciones de la literatura humanista y de ahí su victoria histórica sobre el relato caballeresco del siglo XVI. Y es que el Quijote crea nuevos humanistas» (J. García López, Cervantes…, 150, 182-83).
De igual modo, el dramaturgo Eduardo Aguirre Romero, en su estupendo artículo: «Si Cervantes levantara la cabeza», pone de relieve con toda exactitud que «en estos tiempos inciertos, Miguel de Cervantes tiene aún mucha luz que ofrecernos» (Diario de León, 27 de marzo de 2022).
En vista de ello, solo me queda preguntar al lector del brillante escritor alcalaíno «de nuestra dulce y querida España»:
¿QUÉ HABÍA CONTRIBUIDO DON QUIJOTE DE LA MANCHA
A ÁFRICA, AMÉRICA LATINA, AMÉRICA DEL NORTE, ASIA, y EUROPA?
En conclusión, le felicito a nuestro distinguido e infatigable profesor Fernando Jesús Bouza Álvarez por el hallazgo de dichos diamantes documentales,- que califico como un hito histórico de primer orden- y por su extraordinaria contribución a la vida y obra del héroe de Argel y a la Historia de la Literatura española,- que deberían quedar fijados en los papeles para rectificar así los grandes desaciertos en las enciclopedias, libros de enseñanza, y revistas electrónicas. ¡Enhorabuena!
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