LOS IMPRESCINDIBLES - Álvaro Bermejo

“EL TOUR SIEMPRE LO GANA EL TOUR”

Tadej Pogačar
Álvaro Bermejo | Viernes 07 de julio de 2023
Si estamos de acuerdo en que casi todos los deportes son más que deportes, todavía lo estaremos más en una evidencia paralela: en el Tour de Francia siempre hay dos ganadores incontestables: el Tour y la misma Francia. Culto a lo propio, pero también apertura a lo mejor de lo ajeno. Tal vez por aquello de que siempre gana el Tour, casi parece secundario quién entra en París con el maillot amarillo.


Como esa maravilla cinética, la bicicleta, icono de los futuristas, el Tour rinde culto a la velocidad, pero también a la fugacidad. Una explosión de belleza que se agosta en tres semanas. Vertiginosas, pero también agónicas. ¿Qué presenciamos en sus momentos culminantes? Justo eso que la sociedad actual tanto denosta. Valores antiguos, como el esfuerzo al límite, la nobleza, la resistencia, la ambición, la generosidad, la fuerza del músculo, pero también su estrategia, es decir, el poder de la mente.

Lo vimos en la última Grande Boucle, en cada episodio del duelo entre Jonas Vingegaard y Tadej Pogacar. ¿Por qué se impuso el primero, contra todo pronóstico? Porque contaba con un extraordinario segundo, Wout Van Aert, y con un equipo excepcional, el Jumbo-Visma. Pero también por dos vectores capitales e intransferibles: el carácter personal y la voluntad de los dioses -llámala azar-.

¿Qué es el carácter? La confianza sostenida en uno mismo, sea sobre el pavé, sea en el Galibier. Tres etapas alpinas a rueda de Pogacar, una victoria histórica en el Granon. El esloveno se hunde, el danés se ajusta un maillot amarillo del que ya no se desprenderá hasta entrar en los Champs Élysées. Por estricta voluntad de Apolo, y no de otra manera.

En la primera etapa, una avería, una caída absurda en la sexta, una salvada milagrosa en Spandelles, y otra, a tres kilómetros de meta en la anteúltima. Cualquiera de esos lances podría haber sentenciado el final de Vingegaard. La diosa Fortuna dijo no, y así ganó.

¿Por qué los dioses le fueron tan favorables? Tal vez porque en el otro plato de la balanza, el del carácter, Vingegaard puso un gesto de grandeza olímpica. Tras la salvada de Spandelles, es Pogacar quien se va al asfalto. ¿Qué hace el danés? Espera al esloveno, sin beneficiarse de su caída. Cuando llega a su altura, sin dejar de pedalear, Pogacar le tiende su mano. Gratitud, reconocimiento, y algo más: rendición de honores al campeón.

Fue ese gesto lo que le valió a Vingegaard el Tour de 2022. ¿Ganará el de 2023? Tanto da: el Tour siempre lo gana el Tour.

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