LOS IMPRESCINDIBLES - Álvaro Bermejo

“¿POR QUÉ TE OCULTAS, MATUSALÉN?”

Incendio en Canadá
Álvaro Bermejo | Sábado 17 de junio de 2023

En tres días, tres millones de hectáreas de bosque calcinadas en Canadá. Al cuarto, una inmensa nube naranja preñada de cenizas cubre Nueva York, el aire se vuelve irrespirable. Aunque su paradero se oculte lejos de allá, en las Montañas Blancas de California, el viejo Matusalén tiene razones para esconderse. En 1964 la torpeza de un científico acabó con la vida de su hermano Prometheus. Sólo pretendía insertar su descorazonador, acabó cortándolo. Cuando se aplicó a examinar sus anillos, el vértigo. Aquel pino de la especie bristlecone -pinus longeva- remontaba cinco mil años. Entonces, el árbol más antiguo jamás registrado.



El viejo Matusalén pertenece a la misma familia, pero es medio siglo más joven. Cuando nació, paradójicamente en el Nuevo Mundo, las culturas de Mesopotamia acababan de inventar la escritura. En Europa aún no se había levantado Stonehenge. Sólo en el 4.100 antes de nuestra era, cuando Matusalén ya sumaba siete siglos de vida, se crea en Egipto el primer calendario. El Ciclo de Sothis será la primera fecha registrada en la historia de la humanidad.

El Ciclo de Matusalén preserva maravillas. Hasta su descubrimiento se pensaba que los árboles más grandes, como las majestuosas secuoyas, eran los más longevos. Matusalén no alcanza los seis metros, presenta un cuerpo leñoso y retorcido, apenas se adorna con unas pocas agujas. Pero le basta una tira de corteza de no más de dos pulgadas de ancho para seguir vivo. Hoy, celosamente protegido. Su ubicación está clasificada, como un secreto de Estado.

En la Patagonia se venera a un ciprés que le disputa la primacía -se le conoce como el Gran Abuelo-. En Utah, a un bosque clonal de Populus que podría remontar hasta catorce mil años, nacidos de una sola y bien diminuta semilla.

Los árboles ancestrales, los más fieramente humanos, parecen hablar entre ellos con un código que no acertamos a descifrar. La información contenida en sus anillos guarda un tesoro, el registro de los patrones climáticos experimentados a lo largo de milenios. Una referencia imprescindible para adaptarnos al que está detrás del gran incendio de Canadá y de todos los nuestros. Pero hay más. Una callada condensación de tiempo y espíritu. Una elocuente lección de supervivencia.

Hace bien Matusalén en esconderse, allá, entre las secas quebradas de sus Montañas Blancas. Preserva la sabia memoria de aquel tiempo auroral del mundo, en el que el hombre aún no había descubierto el fulgor de su propia aniquilación.

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