En ocasiones, ese jardín borgiano donde los senderos se bifurcan puede invertirse en el de los destinos que se entrecruzan. En los '80 Iñaki Ezkerra ganaba un premio Euskadi de novela y yo lo ganaba al año siguiente. No sabía entonces que venía de licenciarse en la Autónoma de Barcelona donde, a buen seguro, nos cruzamos más de una vez en los trenes magrebíes que subían hasta Bellaterra. Hoy, el laberinto de las encrucijadas nos ha llevado a encontrarnos a un paso de ingresar como socios de número en la Delegación en Corte de la Bascongada, en Madrid, siempre con libros bajo el brazo.
El último de Iñaki también levanta un juego de espejos. La cubierta la firma su hermano gemelo, José Manuel. Para el título, otra refracción. Un verso de Manuel Machado, el hermano de Antonio, que Iñaki permuta en lo que promete: 'Cien sonetos de la vida entera'. Una antología de su larga trayectoria poética, incluido el tiempo en que su nombre apareció en las listas de objetivos del Comando Bizkaia. Dos años después, él respondió escribiendo 'ETA Pro Nobis'.
Una provocación elegante, una ironía urticante. Delicadeza. Endecasílabos tan sofisticados como sus pajaritas. Sus perfectos sonetos. Unos gongorinos, otros gastroeróticos. Hegelianos, pero también físicos, y hasta metafísicos. Caben todas las edades de su vida intelectual. Desde la irreverencia a la plenitud, desde la rebeldía al desencanto. Lo cuenta cantando a un Orfeo solitario que toma el ascensor hasta el infierno. O desde la mirada de Apolo, mientras persigue a una Dafne que se va convirtiendo en una Vespa.
Velocidad del tránsito. Del Bilbao de la Edad del Hierro a la del Plástico. Esa Estigia en decadencia por la que bogan Carontes precarios, cíclopes en paro, ninfas hollinadas que mutan en Giocondas de IBM.
"Una fe es el amor", escribe, "pues necesita santuarios que revivan una cita". Detrás del mito, el hueso del tiempo. Dentro de la carne, la memoria del paraíso que hace inteligible la existencia. Un lirismo a veces deslumbrante, otras hilarante, aparentemente cínico -a veces-, aun a su pesar moralizante.
Aquel Iñaki Ezkerra que se postuló como diana de los totalitarismos duros, y de los blandos, hoy nos brinda su vida en verso. Le sobran las plumas del pavo real. Compone al escalpelo para recordarnos que escribir también es volver a vivir. Celebrar tantos días azules como noches blancas. Abrir cicatrices, atreverse a cerrarlas. Tenderse en cada página como en el diván de Pigmalión. Como en los labios de Sherezade. Como en la balsa de la Medusa. Siempre mar adentro de uno mismo. Cien saltos sin red, pero con rima. El misterio escondido de todo lo que arde, en cien sonetos.