Los que peinamos canas aún guardamos en la memoria las enseñanzas, consejos, lecciones, amenazas, advertencias, de la enseñanza nacional católica de los años 60.
Que si el pecado, que si la conciencia, que si el bien y el mal, que si las tentaciones, que si la peligrosidad de los tocamientos, que si los actos impuros, que si los caminos descarriados,… todo nos llevaba a pensar que sobre nosotros caía una responsabilidad tremenda de la que, si nos evadíamos, estaríamos abocados a una muerte segura y, como mínimo, a vagar y penar en las calderas del infierno.
Nuestra historia estaba basada en los remordimientos. En el sentimiento de culpa, en la negación del placer, en lo pecaminoso de nuestras actitudes e, incluso, en nuestros pensamientos.
Y, a pesar de todo ello, nos querían hacer ver que una ceremonia social como la primera comunión, sería El día más feliz de nuestra vida. Que nuestra confirmación, (que existía), era una reválida de ese día más feliz de nuestra vida. Que nuestra posterior boda, por la iglesia, también sería El día más feliz de nuestra vida; que, también, el primer hijo, y el segundo, y todos los que Dios tuviera a bien otorgarnos, para, más adelante, en nuestro lecho de muerte, si recibiéramos el santo sacramento de la extremaunción, también ese paso, podría ser El día más feliz de nuestra vida.
No era ingenuidad, era lo que había. Y si, además has alcanzado la notoriedad por formar parte de las cuatrillizas de Socuéllamos, a las que se sacó adelante en un avance social y de “marketing” sin precedentes, entenderás que Laila Ripoll escriba esta historia y se imagine, veinte años después, qué pasó con aquel día más feliz.
La Valquiria Teatro rescata estas enseñanzas, estos miedos, estas inquietudes, y nos traen una comedia donde los sentimientos se encuentran temblando, también cuando ya las niñas se hacen adultas, y con humor, ritmo, y volviendo a la incertidumbre de si lo que se hace está bien, mal o regular, aunque sean tiempos de la movida. Pero, en el medio rural el progreso ideológico iba más despacio.
Y entre el texto de Laila Ripoll, el buen hacer y desparpajo de las actrices, María Negro, Alba Frechilla, Verónica Morejón y Silvia García y la dirección dinámica de Carlos Martínez-Abarca, emprenden una crítica de las ideas retrógradas y casposas, en una sociedad resentida, en un mar de dudas entre lo correcto y lo socialmente estipulado, sacando con risas las espinas de aquella época, los recuerdos de sudor y olor a incienso y sacristía, la memoria de una historia que todavía cambia poco, porque se sigue criticando y temiendo el qué dirán, porque cuesta tanto deshacer lo que aquel figura dejó atado y bien atado, porque del 64 pasamos al 84 y de ahí al 2000 que parecería que todo daría un cambio radical, pero 23 años después, 39 años atrás, 59 años de vivencias, nos llevan a pensar que los cambios sociales no van a la par que los cambios mentales, que seguimos creyendo en el infierno y en el pecado, en el castigo divino y en la recompensa de la vida eterna, en la putrefacción de la carne y en la resurrección del espíritu, en el amor por conveniencia, en las guerras psicológicas, porque, como dicen en la representación, “esto no es una canción, donde todo es de maravilla”.
Dramaturgia: Laila Ripoll
Dirección: Carlos Martínez-Abarca
Reparto: María Negro, Alba Frechilla, Verónica Morejón y Silvia García
Compañía: La Valquiria
Espacio: Teatro Quique San Francisco