Para comenzar; era nieta e hija de madres solteras —doña Vicenta y doña Amalia, cuyos nombres también llevaba, aunque por supuesto carecía, como su madre, de un segundo apellido—. Y sobre esta doble tacha para el siglo de su nacimiento, el XIX, y aun para una gran porción del siguiente, doña María fue la segunda mujer en matricularse en la carrera de Filosofía y Letras, de la Universidad Central de Madrid; si bien, la primera en asistir a sus clases; para lo que debió de obtener un permiso especial, que la obligaba a ser acompañada por el catedrático hasta el aula y permanecer sentada a su lado mientras impartía la lección; pulcra maniobra para evitar cualquier contacto con el alumnado y, por supuesto, disipar su viril alteración. Si tales condicionamientos no marcan un carácter; ¿díganme ustedes qué otros se les ocurren para templar el espíritu de una española de aquella época?
Pues bien; este año se conmemora el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento, sucedido en el número 14 de la calle Goya de Madrid, el 29 de agosto de 1873; y en absoluto por vencer estos inconvenientes pasajeros cuanto forjadores de un ánimo, sino por su doble y extraordinaria labor: la pedagógica, con la que se granjeó una relevancia incontestable antes de la Guerra, y la investigativa, tan útil todavía como vinculada a la de su marido, Ramón Menéndez Pidal, el fundador de la filología hispánica moderna. Una tarea lingüístico-histórica desempeñada con una perseverancia y una espontaneidad que no puedo sino tildar de vital; básteme recordarles la célebre anécdota del descubrimiento del romance de la muerte del príncipe don Juan, sucedida durante su “luna de miel”, recorriendo el exilio del Cid, cuando doña María entonó un romance a una lavandera del Burgo de Osma, y aquella humilde dueña siguiola en el canto, descubriéndole esta “desconocida” pieza y algunas otras más.
Este hecho resultó capital para los Menéndez Pidal, pues ambos —y con especial y silencioso cuidado, doña María— dedicarán el resto de sus vidas a la incesante recogida y catalogación por todos los rincones del país de estas poesías de tradición oral con cuantos medios les proveyó el momento; al punto que la misma doña María elaborará, en 1908, un manual del encuestador, para la correcta cosecha y anotación de estas poesías tan genuinamente españolas por antropólogos, filólogos y el resto de corresponsales con que contaron, distribuidos por la península y aun por ciertas partes de América.
Su otro gran quehacer filológico fue Lope de Vega y desde su tesis doctoral, leída en 1909, sobre La difunta pleiteada (1588-1604). Sus indagaciones sobre el dramaturgo se plasmaron en decenas de artículos en revistas especializadas nacionales y extranjeras a lo largo de su existencia aunque, curiosamente, sea ahora cuando vean la luz, por la editorial Renacimiento de Sevilla, sus dos obras de mayor enjundia: la primera, sobre la influencia de los amores del Fénix en la trama de sus comedias; y la segunda, sobre las composiciones netamente lopescas, recogidas en la edición de El romancero general (1904), de Archer M. Huntington.
En cuanto a la tarea pedagógica y didáctica que tanta notoriedad le otorgó, es constante y muy temprana: ya en 1892 —no siendo todavía licenciada, título que obtuvo en 1896—, intervino en el Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano, celebrado en el Ateneo madrileño, donde reclamó el imprescindible reconocimiento de los derechos y las capacidades de la mujer para instruirse. Su dedicación a la enseñanza en su faceta teórica y práctica, y con singular ahínco de la femenina, entonces tan precaria, encontró su más brillante momento con la fundación, en 1915, de la Residencia de Señoritas —gemela de la Residencia de Estudiantes—, dirigida por María de Maeztu y donde colaboraron otras grandes intelectuales como María Zambrano o Zenobia Camprubí; allí se ocupaba del área de Literatura y de las becas para los intercambios internacionales. De inmediato, impulsó y participó, incluso como docente, en el nacimiento y desarrollo del Instituto Escuela, en 1918, emulo y continuador de la Institución Libre de Enseñanza, donde había educado a sus hijos, Jimena y Gonzalo, y con cuyos creadores tanta relación había mantenido. Su última ocupación como profesora y pedagoga fue la honorífica dirección y la enseñanza de la asignatura de Literatura hasta 1946, en el reconocido colegio Estudio, de Madrid, abierto por su hija en 1940 con Carmen García del Diestro y Ángeles Gasset.
Pues bien; estas apresuradas notas sobre una “persona tan peligrosa” podrán ustedes completarlas abundantemente, durante todo este año, en las cuatro sucesivas exposiciones con las que Madrid va a homenajear su figura y sus beneméritos empeños; desde la primera, en abril, en la Casa del Lector hasta la última en la Sala el Águila, en noviembre, pasando por la septembrina en la Biblioteca Histórica de Marqués de Valdecilla o la de octubre, compartida por el Instituto Internacional y la Fundación Menéndez Pidal.