Están pasando cosas rarísimas. Si no fuera porque hemos visto las luces de navidad colgando en las calles, parecerían las vacaciones de verano con las terrazas petadas de guiris bebiendo birras. Somos como esas gallinas enjauladas con las fluorescentes en la cresta que no paran de poner huevos.
La peña globalista se ha echado a la calle. Salir de marcha es hacer cola para un concierto o un funeral VIP. El caso es hacer cola y sobre todo que te vean que tienes algo que hacer. Me dirás, oye, un respeto para Pelé y el Papa Ratzinger.
Estoy de acuerdo. Hay que ser empática, tolerante y respetar a la gente, sobre todo porque respetar es gratis. Pero ya te digo que prefiero respetar a los vivos que a los difuntos. Mira, el otro día, y esto, te lo juro por mis muertos que es verdad, el alcalde de Vigo, ese señor de las luces, las de navidad, quiero decir, no las que tenga él (que yo creo que no tiene muchas), estaba indignado porque un lugareño había protestado quejándose de que las luces no le dejaban dormir. Once millones de luces LED repartidas por 400 calles de la ciudad (60 más que el año pasado) con sus 400 altavoces enlazando villancicos a toda pastilla taladrándote el cerebro, más de mil árboles navideños, norias, atracciones de feria y mercadillos. Una puta pesadilla que se prorroga una semana más para hacer caja y empalmar con los carnavales ¿Qué no puedes dormir? Eres un tipo amargado, tío. “Living Las Vegas”, colega.