Isabel. No hace falta más. Decir Isabel, es decir Preysler. Y de ruptura inesperada, nasti de plasti. No es verdad que les ha pillado en bragas a las comadres de la prensa rosa. Lo sabían y han callado para hacerle la pelota y no estropearle la exclusiva en el “Hola”.
Esto se veía venir, tío. Isabel es igual que el independentismo catalán, no engaña a nadie y va dejando miguitas (y ruedas de prensa) por el camino. Es una mujer sentimentalmente dispersa, no tiene un arquetipo ideal. Sus cuatro ex parejas son opuestas la una de la otra y eso desgasta mucho emocionalmente. Pero amortizando portadas es una bróker implacable. La Preysler soltera otra vez. Hazme caso, por poco tiempo. Hay porras apostando el nombre del agraciado. Dicen que podría ser Bertín Osborne. Me lo dices o me lo cuentas, pregunta el premio Nobel. Isabel es muy suya y ya nació empoderada. No necesita el ministerio de la Montero para ponerse el mundo por montera. Es la única gracieta que voy a permitirme en un tema tan serio.
Todo lo que sube, baja y nada es eterno. Salvo en la doctrina woke globalista que lo reciclan todo, hasta el amor. Como Michelle y Barack Obama, una pareja ecosostenible apuntalada a base de terapias lúdico-festivas. Michelle ha escrito un libro explicándolo “Necesitábamos desesperadamente un terapeuta sexual”, ha dicho. Mal empezamos si hay que explicar obviedades. Agárrate los machos que todavía nos queda el embarazo de la Pedroche.