James Joyce, aunque tenga tu Ulises en una estantería de mi casa, no estás, ni mucho menos, abandonado. Cierto es que te he abierto muchas veces, y que te he leído en partes sin orden ni concierto. Es demasiado el respeto que me infundes. Y, sin embargo, de vez en cuando te leo. Y me distancio, porque puede que yo sea un cualquiera, y tú me sales muy caro.
Caro, me refiero a emociones y sentimientos. Tu último capítulo, el de Molly Bloom, (Penélope) desnudo y de corrido, sin signos de puntuación y a bocajarro, me exigen el respeto debido y la admiración para aquella Penélope disfrazada que nos cuenta sus secretos.
Ahí entra Magüi Mira, en un susurro, en una confidencia sin tapujos, en sus deseos y en sus infortunios, en sus fantasías y en sus placeres adúlteros. De manera altamente sensible, abriéndonos sus intimidades, no queriendo distinguir si está triste o alegre, cansada o indiferente, nostálgica o embravecida. Y esa es la grandeza de la actriz, templar sin nervios un texto indirecto, los tocamientos amargos de las palabras, la furia contenida de los silencios, la sequedad de la boca y la humedad de su sexo.
En versión y dirección de la propia Magüi Mira y de Marta Torres, la Molly Bloom que nos presentan es la que despotrica, sin perder la naturalidad, de los poderes viriles, la que duda de las relaciones sentimentales, la que está dispuesta a todo, incluso a desbordarse en imaginación y en cuerpo, la de la cólera fría ante el macho, la que pondrá sustancia a los placeres de los sentidos.
Nunca un texto tan existencial como para leerlo en esta vista de una puesta en escena sobria de una cama y en el oído del sonido de un tren y en las palabras que salen de la boca del personaje. Gracias a Magüi Mira, Joyce, tú estás vivo.
Justo a los cien años de tu novela, mi resistencia se diluye, abro de nuevo tus páginas, las aprecio, las valoro y empiezo a entenderlas humildemente crecidas de paciencia y sustancia, para zambullirme en su abismo.
Lo consigue este montaje, de oscuridad luminosa, de interpretación noble, de oficio y materia, de rebeldía precisa, de rabia acumulada, de pecados aireados (si el pecado existiera), de cansancios y confesiones, de hombres que no saben lo que hacen pero imponen, de furiosa voz atenuada, de condición humana, de amantes febriles y fabriles.
James Joyce, dale a la mano Magüi, a Marta, a José Manuel, a Helena, a Jorge, a Penélope, a los dolientes de tu prosa, a ti mismo, a mí, que yo te llevaré debajo del brazo para leerte sin tregua.
Versión y dirección: Marta Torres y Magüi Mira
Intérprete: Magüi Mira
Espacio: Teatro Quique San Francisco