Ha publicado Luis Ventoso, quien ha sido muchos años director adjunto de ABC, en El Debate un controvertido artículo titulado “Una España sin colosos literarios”. El cariz provocador de la pieza no defrauda las expectativas generadas por un apellido que anuncia turbulencias y hasta tempestades. En efecto, ha hecho algún ruido y, también, ha encontrado eco entre algunos de sus colegas –a mí me llegó a través de una oportuna mención de Juan Carlos Laviana- e incluso parece haber picado a uno de los aludidos, Arturo Pérez Reverte; el cual, según nos informó recientemente el propio Ventoso a través de su cuenta de Twitter, ha bloqueado al periodista en la red del pájaro azul; esa ruidosa pajarera que anda muy revuelta desde que Elon Musk ha estrenado el enésimo juguete adquirido con el dinero de papá.
El caso es que el artículo es lo bastante interesante para servir, como mínimo, de Macguffin en este otro que yo rubrico en mi cita habitual con los lectores de Todo Literatura. Y empiezo por decir que estoy (lo que no deja de sorprenderme) de acuerdo con casi todo lo que escribe este periodista. Se promocionan bombásticamente libros que pocos meses después caerán en el olvido… ¡Diana! Se ha incurrido en la hipérbole funeraria con Javier Marías y Almudena Grandes. Yo opino que mucho más con la segunda que con el primero, pero vale. Sus obras están lejos de templos literarios como los de Valle Inclán, Unamuno etc. ¿Alguien se atreve a dudarlo? No poseen su hondura y trascendencia. Desde luego que no. Imperan los escritores de fórmula y el vulgar entretenimiento, o bien, en un registro algo más elitista, los aburridos juegos metaliterarios para cofradías de letraheridos. También esto me huele a verdad verdadera. Se publican novelas de chicos y chicas avinagrados, atrofiadas de victimismo, y el resultado es una literatura chata, inane, prescindible. Otra vez de acuerdo. Pero a continuación Ventoso propone una explicación posible para tan penosa falta de inspiración. Dice –y de nuevo con verdad- que muchos de esos libros son obra de periodistas y profes de instituto, y viene a señalar que quien no ha vivido no puede contar nada interesante, aduciendo, a contrario sensu, ejemplos de biografías tan vertiginosas como la de Valle o la de Conrad. Y aquí ya discrepo algo, porque las vidas de Borges, Proust, Kafka y tantos más fueron bastante aburridas, lo que no elide ni merma en absoluto el perdurable interés de cuanto escribieron. Lo que importa sobre todo es la vida interior, me parece a mí, por mucho que el mito fáustico de la “experiencia” haya calado en la cultura occidental hasta el extremo de que no son pocos los burócratas del catastro que van a morir a la cordillera del Atlas, en un accidente de bicicrós, o a la costa mexicana del Pacífico, en algún tontorrón malentendido con los tiburones martillo, al ir a gestionar con ellos la foto que iban a colgar en Instagram.
Pero donde el cronista se hace una radiografía involuntaria en la que se le ven hasta las meninges es en el último párrafo. Allí cifra sus esperanzas de redención para la literatura nacional en alguna promesa en ciernes que se atrevería, en un futuro próximo o lejano, a retratar la degradación moral y mental que ha producido el sanchismo.
Luis, Luis… amigo mío. Ibas bien hasta aquí, en tu denuncia del imperio de la mediocridad y de la desabrida literatura escrita por las masas y para las masas. Ya casi me tenías ganado para tu causa, hombre, con el pie en el estribo y la mano en la empuñadura del sable, embriagado de entusiasmo guerrero y ávido de gloria militar. Pero al final resulta que la gran misión de los futuros literatos es, según nos cuentas, convertirse en debeladores de Sánchez Primero el Infame. Bien. De acuerdo. ¿Y qué hay de la degradación moral y mental que lleva al partido fundado por el fascistoide y autoritario Fraga a negarse a cumplir con la Constitución, o a defenestrar a un líder que trataba de higienizarlo, tras su vergonzoso gateo por las cloacas más hediondas y repugnantes? Es verdad que despreciamos al sanchismo, por su infame alianza con partidos golpistas y liberticidas, pero la función de la literatura es ampliar la náusea hasta abarcar en ella no a “hunos” o a “hotros”, sino a la totalidad trágica que habitamos y construimos entre todos (lectores y escritores incluidos, desde luego) y que no admite ninguna esperanza si no se la sitúa más allá de las fronteras empíricas; ya que, como bien sabemos por San Juan novelista, el Mundo está gobernado por el Maligno.
Asegura además Ventoso que no se vislumbran en España escritores con elevada ambición. Pero que no los vislumbre él, ¿quiere decir que no existen? Y aquí la cosa se pone emocionante, porque ya se está maliciando el lector que si me pico por esa denuncia es que me considero un escritor de elevada ambición. ¿Me creo mejor, acaso, que los que han sido elogiados sin medida en sus recientes exequias? No seré tan jactancioso como para considerarme uno de los mejores novelistas españoles de mi generación, ¿verdad? Me gustaría felicitar al lector por su perspicacia… pero no puedo. Porque se queda corto. Creo que soy uno de los mejores novelistas vivos en lengua española del mundo. Tal vez el mejor. Y todo el que no se considere así, no debería escribir nada. Nótese que digo “creo”. Si lo asegurase, entonces sería un imbécil o un farsante aprendiz de Dios, como Dalí y sus epígonos, entre los que descuella actualmente el director de cine Albert Serra. (Hablaré de él, pero no hoy ni aquí, porque no es escritor, que yo sepa, y sería salirse del tema). No se trata de una pose, debo advertir. Soy completamente sincero cuando afirmo que creo ser el mejor y que si no lo creyera no escribiría nada. Y además opino que cada uno de mis compañeros y compañeras deberían pensar así de sí mismos. Ninguna forma de arte que no aspire a la suma excelencia tiene el menor derecho a reclamar nuestra atención. Ninguna forma de literatura que tolere un adarme de desfallecimiento, conformismo o mediocridad tiene derecho a existir. Lo más juicioso que escribió Baudelaire en toda su vida fue aquello de “Hay que ser sublime sin interrupción.” John Lennon solía decir que cuando tocaban en un putiferio de Hamburgo ya se consideraban el mejor grupo del mundo y que eso fue lo que dio lugar a The Beatles. No me cabe la menor duda de que es cierto.
Naturalmente, debo admitir la posibilidad de estar equivocado, si no quiero convertirme en un tonto instantáneo. Puede que Prada, Orejudo, Marcos Giralt, Pilar Adón… –todos excelentes narradores- sean mejores que yo. Pero si mi obligación como hombre y como ciudadano es ser humilde y discreto, como escritor estoy obligado a la soberbia extrema. Si no se plantea así, ninguna carrera artística vale la pena.
“Lo único que me importa es la gloria”, ha dicho varias veces Javier Gomá. Y yo me levanto y le aplaudo hasta que se me rompen las manos. Incluso estoy dispuesto a aplaudir también a Albert Serra, a quien he visto hace poco ir por la calle dándole la mano a Arrabal como si fuera un chiquillo con barba al que llevase a la inclusa.
Dejo para el final del artículo una reflexión de George Steiner, y que cada cual saque sus propias conclusiones sobre lo que convierte a la literatura en elevada o trascendente.
“Yo era muy joven cuando publiqué Tolstoi o Dostoievski, donde no dejo de sostener que lo que distingue a estos dos autores de un Flaubert o de un Balzac y lo que los acerca a un Melville, es la dimensión teológica, la cuestión de la existencia de Dios. (…) Pero tengo la certidumbre de que no seremos ya capaces, en Occidente, de producir ciertos órdenes de literatura, de arte, de música y de pensamiento si el consenso cultural es tal como lo querrían el positivismo lógico y la filosofía de Oxbridge: una frase que contenga la palabra Dios es necesariamente una frase absurda. Si prevalece este punto de vista no creo que salga gran cosa de ello.” (Los logócratas, George Steiner).
El registro al que se refiere el clarividente crítico es el que dio lugar a gigantes como los maestros rusos y a sus epígonos, como Camus o Sábato en la literatura o Ingmar Bergman y Woody Allen en el cine. Es el camino que intento recorrer también yo, modestia aparte –en el sentido literal- y tratando de mantener, contra Ventoso y marea, mi convicción de ser un gigante, aunque sepa que al final el olvido de la historia, cuando ya no me pueda defender, probablemente me reducirá a enano.
Creo, en fin, que en el párrafo anterior Steiner nos brindaba una buena pista de lo que hace falta para fabricar un coloso literario. Y por consiguiente, también nos regala un fiable indicio de la principal razón por la que ya no es posible encontrarlos en la infantil, autolítica y multi-sodomizada España de nuestros días. Pero para esas instrucciones de fabricación que prometía en el título de este artículo hacen falta también otras piezas y requisitos. Por ejemplo, unos periodistas y críticos capaces de percibir la importancia de esa posible obra colosal (en lugar de vivir enzarzados en sainetes políticos y trifulcas sectarias) y un público que no esté compuesto principalmente por mandriles retrasados; es decir, por votantes lerdos de la derecha y de la izquierda, aficionados a los refritos argumentales de las más vulgares teleseries y dispuestos siempre a comerse entre dos panes los zurullos humeantes que les endosan las editoriales; esas que han destruido con sus mercantiles estrategias cualquier vestigio de mérito en la literatura. Todo esto que digo seguro que ayudaría mucho a la hora de fabricar el coloso literario que tanto parece añorar Ventoso.