No están dormidos. No son muñecos de trapo. Son figuras de porcelana y, como tales, no podrán morir, aunque sí, quizás, romperse. Romperse por fuera y que se les rompan los corazones. Porque los tienen. Permanecerán atentos a las canciones, a los sueños que pasan de largo, a los recuerdos que nadie les preguntará. Pero estas dos figuras, él y ella, tendrán la oportunidad de encontrarse, de soñar, de acercarse, de sentir su existencia como algo real, aunque sea efímera.
Jacinto Benavente escribió esta pequeña obra en 1892 dentro de lo que denominó Teatro Fantástico. Podría ser Teatro Intimista. Deshilachado de sentimientos que se desgajan en los personajes.
Hay un mundo exterior, y les está vedado. Lo saben y, aún así, durante El encanto de una hora, se sentirán más verdad que el propio ambiente en el que están situados. Les atraerán, en principio, un libro y un espejo, aunque se preguntarán también ¿qué hace una muñeca de porcelana? Tendrán la sensación de aburrimiento, de ridículo, de frialdad, pero no son ellos, es el ambiente en el que están situados. Y son tan sencillos, que no protestarán, reconocen sus límites temporales, lo que no les impedirá sentir dolor, emoción, amor, aunque estén abocados al silencio posterior.
El encanto de una hora me ha recordado a Cargamento de sueños, de Alfonso Sastre. No por sus personajes o argumento, sino por la melancolía donde esos personajes no pueden disfrutar de la vida, porque se sentirán aislados, solos, desvalidos, por más que sus atuendos sean de decorativa presencia.
En el texto de Jacinto Benavente hay poesía, existencialismo, simbolismo, humana condición donde el aire que se respira no sirve para oxigenar los corazones.
Carlos Tuñón ha dirigido con sensibilidad exquisita, con la fragilidad que necesitaban esos personajes interpretados con verismo por Patricia Ruz y Jesús Barranco, que le dan la tristeza adecuada, sin ser exagerados, que personifican las miradas que tiene por dentro, que no mendigan eternidad porque saben que el instante pasará, pero el amor queda.
Es un montaje elegante, delicado, limpio, con la intención de emocionar a los espectadores, y lo consiguen.
Hay cierta animadversión a representar en estos tiempos al Premio Nobel de Literatura de 1922, (después vendrían pisando fuerte Lorca y Valle), y su acomodaticia forma de entender el teatro sin arriesgarse, pero hoy en día deberíamos tener cierta indulgencia, no maldecirle porque sí y entender que su calidad literaria está ahí, aunque no sea motivo de escaparates ni alharacas.
Duerma tranquilo el autor, porque con este montaje, durante una hora, podemos disfrutar del encanto del teatro y él ha revivido.
Autoría: Jacinto Benavente
Dramaturgia y dirección: Carlos Tuñón
Compañía: [Los números imaginarios] y Bella Batalla
Interpretación: Jesús Barranco y Patricia Ruz
Teatro Español, Sala Margarita Xirgú