Yo de pequeña quería ser muchas cosas, eso sí, todas de ringorrango y oropel: princesita, bailarina o artista. Me paseaba por casa con trapos en la cabeza hablando a un público imaginario (y sigo igual) para befa y mofa de propios y extraños.
Este karma gitanesco (no cumplido) se lo debo a mi abuela paterna. Espero que sea comprensiva conmigo. Un karma no asumido te puede arruinar la vida. En mi preadolescencia en un colegio de monjas y después de ver “Molokai” pegué un volantazo y decidí ser misionera. Me duró poco. Mucho menos que a Tamara Falcó que, por cierto, lleva tres portadas en “Hola” explicando la cuadratura del círculo. La última, en el santuario de la Virgen de Lourdes. Qué suerte creer aun en milagros.
La trazabilidad de mi 1ª y 2ª juventud es prolija y fluctuante. Mi premisa siempre ha sido “lo quiero todo o nada”. Pero eso no puede ser, tío, la vida es un claroscuro, ya sabes, luces y sombras. Y hasta aquí puedo leer. Recapitular en el “ser o no ser” es apasionante. Tan apasionante como imaginar cómo sería nuestra vida si Mariano Rajoy no hubiera perdido la moción de censura. Me faltan datos, pero seguro que hoy no sabríamos que existen Sánchez, el Bolaños, las dos Montero y Yolanda Díaz ¿Puedes imaginar tanta felicidad? ¡Oh mundo cruel! El Señor nos lo da y el Señor nos lo quita, dice la Biblia. Que se lo digan a Lizz Trust, la premier británica, que ha durado menos que una lechuga. No somos nada.