Leer una novela, una obra de teatro o un poema nos libera de lo cotidiano; hace volar nuestra imaginación para conectar con el autor con independencia del tiempo en que haya sido escrita la obra literaria. Eso es lo fascinante, para establecer ese lazo de unión con el creador incluso fallecido. Sería muy duro para los amantes de la lectura que nos privaran de ese placer, casi necesidad, sobre todo en momentos turbulentos e indecisos.
En ocasiones, un libro nos acerca a vida de quien lo escribió, como las antologías poéticas, cuando recogen distintos periodos con claves para descifrar. El lenguaje, el ritmo, el contenido de cada poema es distinto, pero ofrece similitudes que nos permiten conocer la trayectoria del poeta en su paso por distintos movimientos literarios De manera que un autor nos puede hacer de guía para conocer una determinada época desde el punto de vista artístico.
Este es el caso polifacético poeta sevillano Adriano del Valle Rossi (o Rossy) nacido en Sevilla en 1895, autor de los versos editados por Renacimiento “La Rosa y el Velocípedo”; selección cuyo título toma el nombre de uno de sus poemas a modo de fábula, donde una rosa y un velocípedo, cada uno con su mundo, entablan un original diálogo con trasfondo literario.
Su vocación, le vino inesperadamente, al encontrar en un vagón de tren un ejemplar de “Cantos de Vida y Esperanza” de Rubén Darío, comenzando con sus colaboraciones en prensa y revistas. Fundó con sus fraternales amigos, Isaac del Vando Villar y Luis Mosquera la revista sevillana Grecia en 1918, que tras un inicio modernista y al amparo de Cansinos Assens, se convirtió en una de las principales plataformas del ultraísmo, primer movimiento de la vanguardia hispánica. Allí nació una fructífera amistad con los hermanos Borges durante su estancia sevillana en el invierno de 1919 y donde Jorge Luis editó por primera vez: Himno del Mar poema dedicado a su amigo Sevillano, y colaboró con sus primeros grabados su hermana Norah inicio de un importante papel como ilustradora.
Las revistas Grecia, Ultra de Madrid y de Oviedo, el único número de Reflector, Cosmópolis, Tableros, Alfar, por sólo citar algunas (hoy muchas afortunadamente reeditadas), son el mejor modo de conocimiento de aquellos impulsos renovadores artísticos, y en las que Adriano dejó plasmado muchos de sus poemas ultraístas, hasta su fundación esta vez con Rogelio Buendía y Fernando Villalón en Huelva una de las revistas del 27, Papel de Aleluyas. Hermana de la sevillana Mediodía o la mítica malagueña Litoral con ese maravilloso número especial dedicado a Góngora, cuyo homenaje en el tercer centenario de su fallecimiento conmemoraron los poetas sevillanos y que es considerado como acto fundacional oficial de ese movimiento, cumbre de la Edad de Plata de las letras españolas. Con el máximo exponente de ese grupo de “la generación de la amistad”, Federico García Lorca, mantuvo Adriano una interesantísima relación amical y epistolar desde “la primavera de la sangre” 1918, como leemos al final de la carta con la que se presenta el sevillano. Y como si de un tercer ángulo de un mágico triángulo se tratara, propio más bien del protagonista de una novela, como señaló Juan Manuel Bonet, nuestro poeta conoció, en su luna de miel, en junio de 1923 a Fernando Pessoa tras sus colaboraciones en la gran revista portuguesa Contemporánea cuyo testimonio más valioso es la correspondencia que mantuvieron.
Esta antología es un pequeño viaje desde su primer libro, el mítico, por tantos motivos, Primavera Portátil, editado en 1934 pero escrito entre 1920 y 1923; hasta su póstuma Oda Náutica a Cádiz, pasando por Lyra Sacra, Los Gozos del Río, Arpa Fiel, galardonada en 1941 con el Premio Nacional de Literatura y que se completa con una muestra de los poemas de Obra Póstuma editada en 1971, Obra Poética de 1977 que recoge la mayoría de sus poemas e incluye el retrato literario que le dedicó el gran Ramón Gómez de la Serna donde destaca también el valor de su prosa, que le hizo merecedor del Mariano de Cavia en 1943. Incluye además una selección como Obra Dispersa de poemas publicados en revistas, alguno de los cuales no han sido editados hasta ahora en volumen.
Como creador plástico, destacó con sus sorprendentes collages surrealistas algunos de los cuales figuran en los fondos del Museo Reina Sofía, Patio Herreriano de Valladolid y Bellas Artes de Bilbao lo que le hacen merecedor de ese calificativo de poeta plástico, por esta forma de expresión además de por el estilo visual de su poesía plagada de las más originales imágenes con metáforas. O “poeta pintor” como acertadamente le llamó en la dedicatoria de uno de sus retratos su gran amigo Daniel Vázquez Díaz.