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Delmira Agustini Murtfeldt, el “modernismo trágico” de una escritora uruguaya

Delmira Agustini Murtfeldt

GALERÍA DE ESCRITORAS SINGULARES

Pilar Úcar Ventura | Domingo 03 de julio de 2022

Sus versos se han comparado con la obra de Santa Teresa de Jesús por el arrebato tan personal y sublime. Delmira Agustini Murtfeldt fue de carácter contradictorio, marcado por la figura materna, destaca su feminismo real y atrevido.



Delmira nace en el seno de una familia burguesa en Montevideo en 1886. Su madre, autoritaria y absorbente marcará el carácter, muy peculiar, de la poeta: suave y dulce con los suyos, amargo y convulso con el resto. Solitaria, enrocada y taciturna, observa la realidad desde su perspectiva solapada y “secretuda”. Hábil escritora de contenidos eróticos, con solo dieciséis años se publican sus primeros poemas y relatos de un ardor sublime a la vez que atormentado en famosas revistas: Rojo y Blanco, La Pètite Révue y Apolo.

Destacan sus retratos femeninos como articulista en diferentes medios, bajo el seudónimo de Joujou; colaboraciones que le auparon más en la proyección de su país; con su madre “de pegatina” en todo lo que hacía, decía y escribía.

Rubén Darío quedó fascinado por ella, autora entonces de El libro blanco (1907) y Cantos de la mañana (1910). La comparó, incluso, con el lirismo impetuoso de Santa Teresa de Jesús y prologó Los cálices vacíos (1913). Su personalidad extrema provocaba atracciones desmedidas y rechazos inapelables: de la inocencia a la exaltación, de la sumisión a la rebeldía. Así era la vida y la obra de Agustini. No le arredraba ser mujer en aquella época tan de abanicos y cisnes, salones y galanterías varoniles. Su matrimonio no llegó a dos meses y vuelta al hogar familiar, sobre todo materno, pues la sombra de su madre se alargaba siempre y la atrapaba hasta dar al traste con cualquier relación personal. Se divorció y acabó muerta el 6 de julio de 1914 con dos tiros en la cabeza. Su exmarido, el homicida, se suicidó después. Figura trágica que saltaba las páginas de sus escritos hasta hacerse dramáticamente real. La prensa entendió que eran ambos el fruto de un amor desbocado y apasionado.

Todo adjetivo desmesurado cuadra con las hechuras personales y poéticas de la autora; los títulos Explosión, Lo Inefable, Visión, Plegaria constituyen ejemplos más que elocuentes del volcán interior que aullaba en las entretelas de una mujer, quizá incomprendida, muy encorsetada y libérrima en su escritura. No escabulle temas sobre el sexo y la sensualidad, y los derechos de la mujer: feminista convencida sin paliativos.

Se observa un importante cambio a lo largo de su producción literaria: desde parámetros más modernistas, llenos de imágenes y metáforas, figuras mitológicas y redacción depurada según los cánones del momento, hacia un descarnamiento reivindicativo en el estilo y el contenido; poca floritura y mucha enjundia. Menos perfumes y más sabiduría vivida. De la complacencia general al sobresalto: había que remover conciencias que parecían adormecidas.

Delmira Agustini cosechó elogios y fuertes críticas. La mayoría prefirió su imagen de fragilidad y su obra, puro instinto, un rugido del alma de alguien peculiar dentro de unas coordenadas literarias que se avenían con dificultad a lo exigido por plumas masculinas.

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