He sobrevolado los Andes a bordo de una avioneta destartalada, pero sintiéndome tan cerca del cielo que hubiera podido tocar la Cruz del Sur con mi mano. He navegado el viejo mar de Ulises tendido en la cubierta de un pesquero, sin saciarme contemplar el fulgor de Orión. He cruzado el Sahara de punta a punta y cada noche, en mi cuna de dunas, veía sobre mí ese firmamento oceánico. Millones y millones de estrellas, tantas que te vencía el vértigo de caer hacia lo alto.
Me queda lejos la edad de alardear de nada. Al contrario, tras cuarenta años escribiendo, comienzo a descubrir lo que significa contar. Ahora sólo quiero contaros lo que para mí es esencial, lo verdaderamente importante en tu vida y en la mía, lo trascendente.
Desde la ciega racionalidad tendemos a devaluarlo, ignorando que lo opuesto a lo trascendente no es lo real e inmediato -ambos caben en ese término-, sino lo literalmente intrascendente, lo banal, lo epitelial. ¿Por qué ante una noche estrellada te sientes conmovido hasta lo más íntimo de tu ser? ¿Por qué callas? Callas porque quieres escuchar desde lo más profundo de ti.
Mucho antes de que Spencer postulara científicamente la prevalencia de una Energía infinita y eterna, la que sostiene cada partícula del universo, Anaximandro la llamó Ápeiron y otro griego, Pitágoras, demostró la existencia del infinito a través de los números, igualmente infinitos. ¿Qué lo sostiene? Un principio de vibración. El mismo que ordena la materia según sus grados de intensidad vibratoria, del electrón al átomo, de la molécula al astro. ¿Del hombre a qué?
Sabemos que nuestro planeta es un grano de arena en la inmensidad cósmica. No sabemos que somos semejantes a dioses. ¿Por qué? Porque cualquiera de nosotros puede proyectarse con su mente a eones de distancia y ver desde ese otro plano lo que estamos viviendo en éste. ¿Cómo sonarán desde Venus los bombardeos sobre Kiev, el esperpento del Parlamento, el carnaval de la trama Pegasus? Preguntárnoslo no supone evadirse de nada, sino ser conscientes de todo lo demás. De lo poco que somos y de lo mucho que podemos ser.
En su Teoría del Todo, Einstein formuló la conjetura de que algún día, futuro y pasado pudieran estar ante nuestros ojos. ¿Y si hubiera otros universos graduales? ¿Planos superiores a los nuestros habitados por seres ante los cuales seríamos lo que la ameba para el hombre? Me lo pregunto en una noche estrellada, con Venus, el diamante azul, brillando sobre la cumbre del Izarraitz. Accedo, como puedes hacerlo tú, a un instante de eternidad. Ese punto en el que el hombre lo entiende todo, y en cuanto lo entiende tal vez deja de saberlo, porque ya nada importa. ¿Qué hay más allá? Todo lo que duerme dentro de ti. Y ahora, sigue leyendo todo lo que late a tu alrededor sin perder esa mirada. La de tu libro interior, la de tu estrella.