No sé cuántos broches de solapa puede tener Nadia Calviño. Como para poner un mercadillo, tío. Cada vez que saca uno, lo apunto: Una libélula, un zurullo, una flor, lleva unos cincuenta desde que es ministra.
Pero no voy a juzgar su estética, a todas luces (y sombras) algo cursi y previsible. Menos me atrevería a valorar su buen gusto. Sería cruel. La Calviño no va de “top” por la vida. En la fashion week ministerial, la que reclama y merece nuestra atención, sigue siendo la vice del espacio interestelar, Yolanda Díaz. Después de la ilustre Teresa Fernández de la “Vogue”, tiene el fondo de armario más fastuoso de la izquierda española.
Esta es la parte liviana de un análisis necesario. No podemos enfrentarnos a la vida sin una dosis importante de ironía, sarcasmo y frivolidad. Les debemos infinita gratitud a estas viceministras y ministras del Gobierno Sánchez. Ellas saben que una imagen (buena o mala) vale más que mil palabras y un abultado currículum. La Calviño añadiría: la imagen y la actitud. Y para actitud nadie como Nadia. No importa que el FMI haya rebajado el crecimiento de España hasta el 4,8%; según Calviño, erre que erre seguimos en el 7% y la economía va como un tiro (será en el pie) Entusiasmo al más puro estilo agenda 2030. No somos nada, Nadia. Te dejo que termines la frase amable lector, “y menos en pelotas”. Vale, muy bien. Pero casi prefiero “En abril, putadas y aguas mil”.