"Yo, comandante de Auschwitz", de Rudolf Höss, constituye uno de los documentos más sorprendentes de la historia: el testimonio en primera persona de un asesino en masa cuyas víctimas se cuentan por millones. El autor narra su vida, centrándose sobre todo en su etapa al frente del mayor campo de exterminio que haya existido: Auschwitz-Birkenau.
Estamos ante un libro clásico, no por sus virtudes literarias ni por la grandeza de su autor, sino porque después de leer a Höss, negar el holocausto no solo es inmoral sino estúpido. Aquí no caben interpretaciones porque el culpable confiesa el delito.
El prólogo de Primo Levi (la víctima condenando al verdugo para la posteridad) forma parte de este libro de manera casi inevitable. Es una pieza brillante de uno de los más lúcidos supervivientes del holocausto y el mayor ejemplo de justicia poética que se pueda imaginar.
En palabras de Levi, de una pasmosa actualidad: «El libro muestra con qué facilidad el bien puede ceder al mal, ser asediado por este y, finalmente, sumergido, para sobrevivir en
pequeñas islas grotescas».
Rudolf Höss se afilió al partido nazi en 1922 y miembro de las SS en 1934. Fue creador y jefe del complejo Auschwitz-Birkenau desde 1940 hasta finales de 1943 (y durante otros cinco meses de 1944). Además del campo de exterminio más conocido, también trabajó en la inspección de campos de concentración y en los centros de Bergen-Belsen, Gross-Rosen y Ravensbrück. Detenido por el ejército británico en 1947, fue testigo en los juicios de Núremberg, juzgado y condenado por el Tribunal Supremo polaco. Fue ahorcado el 16 de abril de 1947 en el propio campo que ayudó a crear.