Llámame loca, terraplanista o conspiranoíca, pero el tren de alta velocidad no va a llegar nunca al País Vasco. Harán una performance como los yanquis en la luna y nos quedaremos apeados. Igual que Casado en el World Congress sevillano.
Dice Feijóo que cuando un amigo se va algo se muere en el alma. La vida es dura, Pablo. Aquí llevamos veinte años (como en el tango) con promesas incumplidas. Hazte de valer, Aitor Esteban. Coge a Sánchez por los raíles y no le sueltes hasta que firme. Ahí tienes todo mi apoyo. Se nota que la clase dirigente no viaja en tren, pero los vasquitos de a pie somos gente sólida. Sufrimos la chapuza del TAV y las hemorroides en silencio. Aunque yo cada vez aguanto menos. Una va cumpliendo años para ganar derechos ¡joder! no para perderlos.
Mira, ha sido mi cumpleaños y me he auto-regalado dos cosas: una camiseta que pone “Open Mind”, o sea, “mente abierta” y un billete clase preferente a Sitges. Todo guay, tío, pero he llegado súper cabreada en el Alvia. Parece una diligencia del Far West. Seis horas de machaque y no te dan nada, ni prensa ni desayuno, dicen que desde la pandemia. A algunos les ha venido genial la pandemia para sus business. Sobre todo al Gobierno para forrarse con el IVA de las mascarillas. Te la quitan el 19 de abril y verás la luz al final del túnel. No te fíes. Que a veces esa luz es otro tren que viene de frente. Ya sé que es un chiste viejo ¿Pero a que es bueno?