FIRMA INVITADA

Elige bien tus batallas (y tus disfraces)

Black Face (Foto: Archivo).
Pilar Úcar Ventura y Kel Nkondock Fernández de Puelles | Miércoles 06 de abril de 2022

“…Imagina que llegas a una fiesta. Pero no a cualquier fiesta, a una de disfraces. Recorres la sala disimuladamente con la mirada buscando alguna cara conocida. Te acercas a servirte una bebida, picas algo de comer. Vuelves a mirar a tu alrededor y te preguntas si tu disfraz de astronauta ha sido una elección acertada. Ya es demasiado tarde para replantearse esa decisión así que sonríes a alguna persona que te suena, pero no terminas de ubicar, y finalmente te acercas al rincón donde están tus amigos. Algo pasa, están en un círculo cuchicheando y aunque eso no te sorprende, te intriga saber el motivo de tanto murmullo. Tu amiga se vuelve, algo incómoda, y señala discretamente (o eso cree ella) a uno de los invitados. El susodicho al que tú y tus amigos conocéis viene a saludar. Aparece disfrazado de un famoso cantante de rap… y un sentimiento incómodo recorre tu cuerpo. No sabes muy bien por qué, hasta que te das cuenta de que se ha pintado la cara de negro, de negro betún. Al puro estilo de Baltasar en la cabalgata de tu pueblo de la sierra madrileña. No sabes muy bien cómo reaccionar. Aparte de tus tres colegas nadie en la fiesta se inmuta. Quieres decir algo, pero no sabes muy bien qué”.



¿…Qué pasa con la práctica generalmente conocida como blackface?

Algún dato: comenzó en Nueva York hacia la primera mitad del siglo XIX; en Estados Unidos, pero también en Europa, el blackface servía para entretener a un público blanco con espectáculos basados en estereotipos raciales y en burlas sobre las expresiones, acentos y apariencia de las personas negras.

Actores blancos -que utilizaban artículos como corcho quemado, pintura, grasa y betún para oscurecer su piel- interpretaban exageradas caricaturas retratando una imagen deshumanizada de los afroamericanos, en aquel momento completamente privados de los derechos más básicos y esenciales bajo un sistema de castas raciales conocidas como las leyes Jim Crow. Se trataba, por tanto, de una práctica ofensiva el blackface.

Pero hay quien todavía no entiende la relación entre los estereotipos raciales con el disfraz del invitado que ahora está bailando al ritmo de una canción del rapero del que va disfrazado.

Las representaciones blackface de entonces resultaban a todas luces hiriente, pero hoy en día se usan como una forma de celebrar la cultura negra, o sea, que si nos disfrazamos de un personaje negro, lógico será pintarse la cara…de negro, digo yo. Entonces, ¿dónde está el problema? Mientras consideramos el blackface un acto discriminatorio en el Illinois de principios de siglo y un acto inofensivo en el Madrid actual, señalamos ignorancia y falta de conciencia colectiva.

“…en esa fiesta, reparamos en un par de personas que se unen al chaval en cuestión cuando empieza a sonar una canción de Rihanna. ¡¡Buenoooo!!... esto va para largo”.

El tema tan mordiente de la esclavitud y de la segregación racial de aquella centuria, se ve hoy en día tan lejano y tan ajeno, que quizá ya no nos sorprenden programas de imitación que muestran shows de blackface abiertamente; de igual forma, poco o nada llama nuestra atención que cómicos de distinto pelo y pelaje se pinten con betún o se burlen del acento de la población afrodescendiente o latina, por ejemplo. Y nos vamos dando cuenta poco a poco que el blackface como disfraz, como forma de entretenimiento está más arraigada en nuestra sociedad de lo que quizás uno podía imaginar.

En la actualidad, los debates sobre la conveniencia del blackface constituyen una tradición anual, con la defensa acérrima de sus practicantes afirmando que no se trata de una caricatura ofensiva y exponen argumentos que no diferencian la intención del significado, a la vez que ignoran el arraigo de esta práctica en una narrativa que considera a los afrodescendientes como inferiores.

Oimos a alguien pronunciar: ”vale, de acuerdo”… la representación de Baltasar en la cabalgata del 5 de enero sí es ofensiva, pero el colega con su disfraz de rapero, lo ha elegido porque admira al cantante y celebra su música; punto.

Entonces cabe pensar que los argumentos a favor del blackface ignoran también que estos disfraces sirven como vehículo de posicionamiento y supremacía. Desconocen actitudes y estereotipos discriminatorios que validaban el blackface hace años y hoy siguen.

Y ya para acabar… hasta que no vivamos en una sociedad libre de prejuicios raciales, pintarse la cara de negro no perderá su significado original, dado que la piel negra, culturalmente apropiada por sus imitadores, se usa como un producto, un ornamento, una máscara o un disfraz que reduce a millones de personas con una historia muy específica, a una serie de rasgos u objetos apropiables, en definitiva, algo que se pinta y se borra una vez que la diversión se ha acabado, una diversión que normalmente queda aislada en espacios predominados por personas blancas.

Sin embargo, hay gente que vive con la realidad de no poder quitar y ponerse ese maquillaje a gusto del público al que se enfrenta cada día para evitar ser tratada de forma diferente.

Bien… el blackface está ligado a una historia profundamente racista. Una historia que al ser usada para el disfrute de audiencias de televisión o invitados a una fiesta, crea una peligrosa paradoja celebrando lo cool que es la cultura negra en el siglo XXI, siempre y cuando ésta sea resaltada por personas blancas.

Y fin…parece que quienes practican el blackface no tratan de ofender a nadie y probablemente ignoren su significado, pero al igual que la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley, no comprender la dimensión histórica vinculada a semejante práctica no es una excusa válida para llevarla a cabo.

Y la fiesta continúa…

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