No vamos a hablar aquí del salero con el que algún dirigente dispone sobre la soberanía del Sáhara “español” ni sobre las guerras verdaderas que nos afligen (dejamos los temas de actualidad para la incisiva y simpar Begoña Ameztoy), pero sí de curiosidades sobre una guerra del pasado y, en general, de un fenómeno lingüístico bien conocido: el de usar nombres propios como comunes.
Días pasados, en un melancólico fin de semana durante la guerra de Ucrania, veía yo la película, ya clásica, sobre la carga de la Brigada Ligera, episodio de la guerra de Crimea entre los años (1853-1856) acaecido durante la batalla de Balaclava en octubre de 1854. Dicho episodio ha tenido su inmortal trasunto literario en la poesía de Alfred, Lord Tennyson “The charge of the Light Brigade”: all in the valley of death/rode the six hundred. Forward the Light Brigade/… Ejemplo soberbio de esa tendencia británica a convertir en épicas las derrotas más aplastantes y en victorias los empates, no en vano Tennyson era poeta laureado en ese momento.
La película en cuestión, dirigida por Tony Richardson y estrenada en 1968 (no confundir con la homónima de 1936 con Errol Flynn) reúne un reparto de todas las estrellas británicas del momento: Trevord Howard, Vanessa Redgrave, John Gielgud, David Hemmings, Harry Andrews, Jill Bennett…, en concreto Howard borda a un irascible lord Cardigan y Gielgud a un dubitativo lord Raglan. ¡Y aquí están nuestras mangas! Pues se llama manga raglán o ranglan a un modelo que, partiendo desde el cuello tiene una costura diagonal (sea eso lo que sea, amigos de la costura) y el cardigan es un suéter abotonado y ligeramente ancho que, en caso de necesidad puede sacarse por la cabeza.
Tenemos por tanto un hecho trágico, la carga mortal de la brigada ligera, al mando de un reticente Cardigan que sabe de lo inútil de cargar contra cañones, e incapaz de comunicar con claridad a su superior lord Raglan (que había perdido un brazo durante su juventud y por eso llevaba aquel tipo de manga, además de haberse mantenido durante su carrera como ayudante de lord Wellington ¡otro que dio su nombre a una cosa, en este caso una receta!, y por tanto con muy escasa experiencia bélica) lo absurdo de las instrucciones llevadas por los enlaces de Estado Mayor (posteriormente se intentó “matar al mensajero”, culpando de inexactitud en las órdenes al capitán Nolan, uno de los primeros caídos en la acción). Y de toda esa carnicería nos quedamos con dos tipos de prendas de vestir. Pero hay más, como saben Balaclava, localidad cercana a la batalla, da nombre a un gorro de invierno, tipo “buzo” o “guerrero” que en nuestra infancia de niños sobreprotegidos de un dudoso frío nos obligaban a llevar…y picaba. Y ya tenemos mangas y capirotes, todos ellos convertidos en nombre común hace 165 años. Para mayor confusión el baklava es un postre turco, particularmente empalagoso. Ciertamente Turquía (el Imperio Otomano) era aliada de franceses ─las veleidades imperiales de Napoleón III que acabaron tan mal en Méjico─ e ingleses frente a Rusia… ¿no les recuerda algo?
La Historia es reacia a los cambios, pues el ser humano es esencialmente conservador en sus pasiones y errores. Sesenta años después de Balaclava llegó la campaña de los Dardanelos, que a punto estuvo de costar su carrera a Churchill, cambiadas ahora las alianzas con Turquía como enemigo y Rusia como aliado en la I Guerra Mundial (pero tanto el Imperio Otomano como el Zarista iban a perecer tras la guerra) y nuevos errores estratégicos y de comunicación en Gallípoli donde tantos australianos murieron con esa habilidad inglesa para que otros pongan la mayor parte de los muertos. Sobre Gallípoli tenemos también película protagonizada por un joven Mel Gibson.
Pero hay más casos de nombres propios que han acabado siendo comunes, y también en películas como “Rebeca” de Hitchcock, donde una atemorizada Joan Fontaine se envolvía en esa prenda ¡no confundir con un cárdigan!, ante las sospechas que le producía Laurence Olivier. O por hablar de gorros el militar ros, debido al general Ros de Olano, que lo impuso en el uniforme ¡exactamente en 1855 coincidiendo con la guerra de Crimea!
Para terminar, una vez que tanto historiadores como lingüistas se hayan echado las manos a la cabeza ante esa caprichosa exposición, déjenme que les hable de un fenómeno inverso y mucho más común: el de nombres comunes que han acabado siendo nombres de persona. Es conocido el hecho de que muchos cristianos nuevos tomaban al bautizarse el apellido de un noble local o de un benefactor religioso o advocación piadosa, tal vez bajo el principio universal de “pues ya que nos ponemos…”. Pero al hablar de capirotes no puedo dejar de pensar en los capuces que en mi pueblo llevan los penitentes de las procesiones de Semana Santa (que parece se volverán a celebrar dentro de unos días tras los años del virus dado ahora por oficialmente extinto, haciendo mangas y capirotes de su elevada incidencia). Y curiosamente uno de los más destacados imagineros de esa semana santa es José Capuz, cuya obra, en particular su grupo del Descendimiento que procesiona en viernes santo les animo a contemplar…y por acabar con un chiste malo les diré que su segundo apellido era Mamano, tal vez porque todo lo esculpía “a mano” como en aquella película donde Gracita Morales, haciendo de guía de museo (tal vez el de Santa Cruz en Toledo) hacía hincapié en que el cuadro de la mujer barbuda era notable por “estar totalmente pintado a mano”. Claro que tampoco es mala cosa que una actriz cómica se llame Gracita