Se ignora cuándo Miguel regresó de su primera expedición militar de Flandes a su «dulce España», pero sin la menor duda se enfrentó a una nueva realidad, es decir, estar en la Guerra de las Alpujarras, segundo levantamiento contra la Corona de Castilla, después del primer estallido de la rebelión de las Alpujarras (1499-1501), en el que intervino su abuelo paterno Juan de Cervantes. Fue como un sueño hecho realidad, a Miguel y a Rodrigo se les brindó la intervención en «la guerra a fuego y a sangre».
Aunque algunos eruditos se diferenciarán con mi punto de vista, es difícil imaginarse que Miguel no tomó parte en la Revuelta Morisca, sabiendo que a su tío paterno, Andrés de Cervantes, le correspondió «la organización de las fuerzas de Cabra que había que enviar a la llamada Guerra de Granada» (A. Moreno Hurtado, Los Cervantes…, 58) según el mandamiento del 22 de enero de 1569, firmado por la duquesa María en Baena, dirigido a los Concejos, Justicias y Regimientos de Baena, Cabra, Rute e Iznájar, y ordenado por el III duque de Sesa Gonzalo Fernández de Córdoba y Fernández de Córdoba (1520/21-1578), que reza que «para el socorro de la Alpujarra, vaya de este Estado cincuenta lanzas y trescientos arcabuceros y ballesteros; han de ir de esta villa veinte lanzas y cien arcabuceros» (ibid., 61-62).
Gracias a otros dos nuevos testimonios del excelente investigador Moreno Hurtado se documenta que el miércoles 26 de enero de 1569 el alcalde Andrés condujo la reunión tocante a la preparación militar de la Guerra de las Alpujarras, y el sábado 29 de enero se celebró «un Cabildo, encabezado por Andrés, y se acordaba notificar a cuantiosos, arcabuceros, ballesteros, piqueros y demás gente de guerra, con un plazo de diez días para acudir con sus armas y caballos» (ibid., 60).
A mi manera de entender, Cervantes no solo tuvo su primer bautismo de fuego durante la rebelión de los moriscos de la Alpujarra granadina, la quinta columna de los turcos, donde era arcabucero con su hermano Rodrigo, sino también conoció a sus amigos y futuros comandantes, verbi gratia, al poeta Diego Hernando de Acuña (1520-1580), capitán de los tercios de Flandes y veterano de las campañas de Túnez e Italia; al poeta Luis Barahona de Soto (1548-1595); al poeta Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), quien luchó al lado del III marqués de Mondéjar Íñigo López de Mendoza y Mendoza (1512-1580); al escritor Juan Rufo Gutiérrez (1547-162); al escritor Luis Gálvez de Montalvo (1549-1591); al VI señor de Higares, Fernando Álvarez de Toledo (1553-1638); al capitán Pedro de Lodeña; al I conde de Santa Gadea, Martín Padilla y Manrique (1540-1602), quien participó en la batalla de Lepanto, tomó parte en la defensa de Lisboa contra el vicealmirante Francis Drake (1540-1596) en 1589, y dirigió la invasión española de Inglaterra en 1597, para quien Miguel trabajaba como comisario regio en Andalucía; al militar Pedro de Padilla y Meneses (1533/34-1599), capitán de infantería en Flandes y maestre de campo del tercio nuevo de Nápoles, quien estuvo a las órdenes de don Juan de Austria (1547-1578) en las Alpujarras, intervino en Battaglia di Lepanto, entró en la expedición bélica en Navarino y se destacó en la toma de las islas Terceras; y al poeta madrileño Pedro Laínez (1538-1584) y su hermano Bernardino de Ugarte.
De acuerdo con el benemérito historiador Antonio Cruz Casado, Académico Numerario de la Real Academia de Córdoba, Cervantes declaró que su amigo Tomás Gutiérrez «había participado en la guerra contra los moriscos de las Alpujarras» (A. Cruz Casado, Miguel de Cervantes…, 37), lo que comprueba el dato del 17 de mayo de 1570 que dice que «escritura que otorgó Lorenzo de Córdoba, calcetero, sustituyendo en Andrés Rodríguez Valderrama el poder que tenía de su hijo Tomás Gutiérrez para cobrar de Acisclo de Montemayor y de sus consortes los cuatro ducados que debían pagarle mensualmente por servir en su lugar en la guerra de Granada» (L. Astrana Marín, Vida…, II-342).
En mi concepto, apoyándome en la documentación fidedigna, Miguel profesó en el tercio de Costa de Granada, llamado tercio viejo de Granada, nacido a raíz del sublevamiento de los moriscos en el antiguo reino de Granada en febrero 1569 bajo el mando del maestre de campo Lope de Figueroa y Barradas (1541/42-1585).
Pese a ello, lo que sí realmente sorprende es que ningún biógrafo cervantino dedicó un estudio detallado a la oportuna cooperación de los hermanos Cervantes en el aplastamiento del levantamiento alpujarreño, y que dichos nuevos documentos de capital importancia, descubiertos por el excelente historiador Antonio Moreno Hurtado, Académico Correspondiente de la Real Academia de Córdoba, fueron dejados en el tintero por los cervantistas. Aun es chocante que ningún cervantófilo realizó una investigación exhaustiva sobre los amigos y superiores castrenses de Miguel, quienes lucharon en la Guerra de las Alpujarras, y quienes asistieron a las mismas campañas guerreras antes y después de la batalla en el golfo lepantino.
Igualmente los eruditos pasaron por alto cuatro documentos que atestiguan que Cervantes en 1568 era un soldado: el 17 de marzo de 1578, Rodrigo de Cervantes entregó un cuestionario sobre el servicio militar de su hijo, donde el padre juró que Miguel había servido «a Su Majestad de diez años a esta parte» (K. Sliwa, Documentos..., 49-50); el 20 de marzo de 1578, Antonio Godínez de Monsalve y el 1 de abril de 1578, Beltrán del Salto y de Castilla pusieron a Dios por testigo que Cervantes había servido a «su Majestad diez años a esta parte» (ibid.., 53-54 y 54-55); y el 6 de junio de 1590, el héroe de Argel juró «haber servido a V.M. muchos años en las jornadas de mar y tierra que se han ofrecido de veinte y dos años a esta parte» (ibid.., 225).
No obstante, algunos estudiosos malinterpretan dichos testimonios y argumentan sin ningún dato auténtico que Miguel, de 19 años de edad, era demasiado joven para unirse a las Fuerzas Armadas. De hecho, discrepo con ellos porque el meritorio historiador Salvatore Leonardi, Socio Correspondiente de la Accademia di Scienze, Lettere e Belle Arti degli Zelanti e dei Dafnici de Acireale, divulgó, a título de ejemplo, que el maestre de campo del tercio de la Sacra Liga, Lope de Figueroa, lanzó su carrera castrense «siendo de edad de quince años… y se fue a seguir la guerra contra la voluntad de sus padres» (S. Leonardi, «Para una biografía de Lope…», 273-384).
A pesar de ello, conviene hacer hincapié en que en la primavera de 1569 Cervantes tuvo una pelea con Antonio de Segura que «se produjo en unos terrenos cercanos al palacio real o Alcázar, sede de la Corte» (J. M. Cabañas, Breve historia…, 81). Debido a lo cual, Miguel tomó las de Villadiego, puesto que echó mano con presteza de su espada contra Antonio, a quien hirió gravemente, y por este motivo, el 15 de septiembre de 1569, Felipe II (1527-1598) traspasó una providencia, según La Nueva Recopilación que reza que «cualquier que sacare cuchillo o espada en la nuestra Corte para reñir y pelear con otro que le corten la mano», al alguacil Juan de Medina para prender a Cervantes por haber dado ciertas heridas a Segura, para que «con vergüenza pública le fuese cortada la mano derecha y estuviese en destierro de nuestros reinos por 10 años» (K. Sliwa, Documentos..., 38-39).
Sin duda alguna «se procedió en rebeldía contra un tal Miguel de Cervantes, ausente» (ibid.), quien «se andaba por estos nuestros Reinos y que estaba en la ciudad de Sevilla y en otras partes» (ibid.), como un estudiante conforme a algunos biógrafos cervantistas, y no como, a mi parecer, un arcabucero de una de las compañías del capitán Lope de Figueroa y Barradas durante la sublevación alpujarreña.
Por consiguiente, las preguntas que surgen de inmediato son: ¿qué hacía Miguel en Sevilla?, centro de aprovisionamiento de material militar, de redistribución de armas, y agente reclutador de la ciudad más populosa de Europa, la que en 1568 aportó con motivo de la rebelión morisca 2.000 hombres de a caballo y 8.000 infantes (F. Morales Padrón, Historia de Sevilla…, 222), y ¿a qué se refieren «otras partes»? (K. Sliwa, Documentos..., 39).
Dichos testimonios originales, avalados por los textos literarios cervantinos, justifican mi opinión de que para entonces Miguel no era ya estudiante, sino arcabucero, e intervino en la rebelión de las Alpujarras junto con Rodrigo, alistado posiblemente en una de las compañías de Lope de Figueroa.
También afianzo que la experiencia de Cervantes, en la Guerra de la Alpujarra, como un arcabucero le sirvió a ocupar el cargo del cabo de doce arcabuceros, asignado por su capitán Francisco de San Pedro, en el esquife de la galera Marquesa, el puesto de combate de mayor peligro y al mismo tiempo aseguro que «nuestro lobo de mar» nunca fue un bisoño durante la batalla de Lepanto.
En resumidas cuentas, basándome en la documentación preservada, creo que Miguel y Rodrigo asistieron a la insurrección de las Alpujarras, y por ello es ineludible llevar a cabo una investigación escrupulosa concerniente a la rebelión morisca, con una particular atención a la coparticipación de los hermanos Cervantes y de otros familiares suyos entre los años 1568-1571, a fin de averiguar cuándo, dónde, y en qué circunstancias militaron «debajo de las vencedoras banderas del hijo de la guerra Carlos Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico» (1500-1558) (M. Cervantes Saavedra, Las Novelas ejemplares).
Laus in Excelsis Deo
Krzysztof Sliwa