Fray Diego de Torres Rubio, lingüista, gramático y lexicógrafo jesuita, estudioso de las lenguas andinas aymara y quechua, nace en Alcázar de San Juan, en 1547, y muere en Chuquisaca, actual Sucre-Bolivia, el 13 de abril de 1638, a la edad de 91 años, en donde era profesor de ambas lenguas.
Las lenguas quechua y aymara eran los idiomas más extendidos por las regiones de los Andes centrales a la llegada de los españoles. En cierta forma se puede afirmar que el quechua era, de facto, la lengua oficial del Imperio Inca. Tanto era así que la Iglesia Católica, de la mano de sus misioneros, en su estrategia de expandir su actividad misional por todo el Virreinato del Perú, se esmeró sobremanera en estudiarlas y dominarlas con rapidez para poder comunicarse fácilmente con los nativos de los nuevos territorios y cumplir con su misión evangelizadora. Desde el primer momento estableció cátedras de estos idiomas en los colegios y universidades que se iban fundando.
La obra escrita más antigua que conocemos en lengua quechua es “Gramática o arte de la lengua general de los indios de los reynos del Perú”, del misionero dominico Fray Domingo de Santo Tomás, impresa en Valladolid en el año 1560.
En 1583 se editó en Lima el primer “Catecismo en la lengua Española y Aymara del Pirú”, como resultado de las directrices emanadas del III Concilio Provincial de Lima (1582-1583). Este Concilio fue de suma importancia para la cristianización de los pueblos nativos del Virreinato del Perú, pues de él surgió una abundante normativa evangelizadora, una de las más influyentes la que ordenaba que no se obligase a sus habitantes a rezar en latín, lo que propició la aparición de abundantes textos religiosos en las lenguas nativas más habladas. Este catecismo fue reimpreso en Sevilla, en 1604, por Bartolomé Gómez.
En 1607, el también misionero, en este caso jesuita, Fray Diego González Holguín publicó su “Gramática y arte nueva de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua Quichua, o lengua del Inca” y, en 1608, el “Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Quichua o del Inca”. Ambas obras se imprimieron en Lima.
Unos años antes, en 1603, el misionero jesuita alcazareño Fray Diego de Torres Rubio publicó la obra “Gramática y Vocabulario en lengua Quichua, Aymara y Española”, que se imprimió en Roma, y fue reeditada en Sevilla en 1609, pero que hoy, desaparecida, solo se la conoce por referencias.
Fray Diego de Torres Rubio nace en Alcázar de San Juan, entonces llamada Alcázar de Consuegra, en 1547. Con 19 años de edad, en 1566, abandona su ciudad natal y se traslada a Valencia para ingresar en el noviciado de la Compañía de Jesús, en donde obtiene el grado de subdiácono seis años más tarde, en 1572.
En 1577, junto al también jesuita alcazareño Fray Alonso de Valdivielso, marcha al Nuevo Mundo en la expedición promovida por el Padre Everardo Mercuriano,
Prepósito General de la Compañía de Jesús, “en respuesta a la solicitud que el Padre Acosta le hace rogándole que enviara un teólogo ya formado y de nota para que continuase los cursos de teología que él había interrumpido al ser nombrado Provincial del Perú”, según recoge el Padre F. Mateos en su “Historia General de la Cia. de Jesús en la Provincia del Perú”.
El jesuita P. Bartolomé de Alcázar, en el Tomo II de su “Chrono-Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia de Toledo”, Madrid 1710, relata con exactitud el día en que Fray Diego y Fray Alonso embarcaron en Sanlucar de Barrameda, como integrantes del grupo de dieciséis religiosos que componían la expedición ordenada por el Padre Everardo Mercuriano: “A las provincias del Perú partieron también de San Lucar, a 16 de octubre (de 1577), en los Galeones de el cargo de Don Juan de Velasco de Barrio, dieciséis de la Compañía de Jesús …” citando expresamente a los dos alcazareños de esta forma: “Alonso de Valdivielso, estudiante theologo, natural de Alcaçar de San Juan de la provincia de Toledo… Diego de Torres Rubio, subdiácono, natural de Alcaçar de San Juan…”.
Al frente de la misma iba el Padre José Tiruel y la componían cuatro diáconos, siete estudiantes, dos hermanos coadjutores y tres sacerdotes, uno de ellos el eminente teólogo y moralista Padre Esteban de Ávila. La lista completa de sus integrantes, junto al grado de cada uno de ellos y sus lugares de procedencia, consta en el “Libro del Noviciado” de la Compañía.
Desconocemos el puerto de arribada al Nuevo Mundo, pero si sabemos que en febrero de 1578 todo el grupo se encontraba sin novedades dignas de reseñar en Panamá, para embarcar con destino al Virreinato del Perú en el navío del conocido y prestigioso piloto Antón del Rodal. El también jesuita P. Giovanni Anello Oliva nos describe este viaje en su “Historia del Reino y Provincias del Perú y vida de los varones insignes de la Compañía de Jesús”, escrita en el año 1630, de esta forma:
“Pero en este (viaje) no podré dejar de hacer especial mención del que el Padre Joseph Tiruel y el Padre Esteban de Ávila hicieron con otros catorce sujetos, el año de 1578… en este navío vino y en compañía de nuestros padres D. Martín Garçía de Loyola a quien después mataron los indios de Chile, siendo gobernador de aquel Reino y sobrino que fue de nuestro Glorioso Padre San Ignacio. También vino D. Lorenço Xuerez de Figueroa gobernador de las Provincias de Santa Cruz de la Sierra…“, sigue relatando que navegaron durante once días hasta el puerto de Paita en Perú, en donde descansaron cinco días, continuando su singladura durante otros dieciséis días, para llegar, el 31 de marzo de 1578, Viernes de la Semana de Pascua, al puerto del Callao en Lima.
A esta expedición también se refiere el Virrey Francisco de Toledo en una carta enviada a Felipe II, el 18 de abril de 1578, en la que le comunica que: “Entró aquí una manada de clérigos de la Compañía, mozos y para estudiar acá”.
Es más que probable que en Lima los caminos de Fray Diego y Fray Alonso se separaran definitivamente para no volver a juntarse jamás, lo que no podemos asegurar puesto que no hemos encontrado constancia documental del destino que América le deparó a Fray Alonso de Valdivielso. Quizás volvió a España, porque en 1601 encontramos a un Fray Alonso de Valdivielso velando en su casamiento a Francisco Pérez Marañón y Paula de Valdivielso, hija del Doctor Valdivielso, casamiento que ofició Fray Juan de Valdivielso. “Libro primero de Desposorios y Velaciones celebradas en la Iglesia Parroquial de Santa María desta villa de Alcázar de San Juan”. Archivo parroquial de Santa María. Pero ésta es otra historia.
Tras permanecer dos años en Lima, entonces llamada Ciudad de los Reyes, en donde fue ordenado sacerdote en 1580, al ya Padre Diego de Torres Rubio lo enviaron a la importante misión jesuita de Juli, al sur del actual Perú, junto al lago Titicaca, territorio habitado por el pueblo Aymara, en donde también aprendió esta lengua. En Juli coincidió con el jesuita italiano P. Ludovico Bertonio (1557 – 1625), lingüista y lexicógrafo como él, autor, entre otras obras, del “Vocabulario de la Lengua Aymara”, impreso en Juli en 1612, y de varios textos religiosos en español y en aymara.
El resto de su vida transcurrió, en su mayor parte, en regiones de la actual Bolivia, llegando a ser Rector de los colegios de La Paz (Chuquiabo o Chuqiyapo en aymara), Potosí y La Ciudad de La Plata de los Charcas, conocida también como Chuquisaca y, desde 1839, llamada Sucre, ciudad muy importante en esa época pues en ella residía la Real Audiencia y Cancillería de La Plata de los Charcas, la segunda en jerarquía tras la de Lima. En Chuquisaca, en donde ocupó la cátedra de aymara durante 30 años, se le atribuye el establecimiento, en 1610, de dos seminarios de Estudios y Noviciados para impartir Teología y Artes.
Partiendo desde Potosí, en el año 1595, fue uno de los primeros misioneros jesuitas que, junto al Padre Yáez, visitó a los chiriguanos, etnia de lengua guaraní, que se asentaban en el Gran Chaco, en lo que hoy es territorio compartido por Bolivia, Argentina, Brasil y Paraguay.
El Padre Bartolomé de Alcázar, en el ya citado Tomo II de su “Chrono-Historia de la Compañía. de Jesús en la Provincia de Toledo”, nos da cumplidas referencias del talante y la personalidad de Fray Diego, diciendo que: “Ordenado en Lima de sacerdote, para acallar sus fervorosos deseos de ayudar a los indios, le enviaron al Pueblo de Juli, donde en breve aprendió sin maestro con tal perfección las dos lenguas Aimara y Quichua, que las redujo a reglas y las enseñó en Chuquisaca por treinta años. Hizo muy repetidas Misiones, a pie así siempre en la Provincia de los Charcas… Dentro de la casa era infatigable en la caridad con todos… Asistía y amaba a los indios con celo ardiente, sin fatigarle los trabajos que por ellos toleraba… Adornó su vida larga con grandes virtudes… Siendo Rector de el Collegio de Potosí hacía los oficios más humildes, propios de los criados, diciendo que no había para que executase otro lo que él podía… y solía decir que mientras tuviese manos propias, era injusto valerse de las ajenas… Por su amor a la santa Pobreza jamás admitió para uso propio, sino lo más viejo y desechado de la casa… Era muy dado a la oración vocal, y a la mental empleando en ésta cuatro horas al día, con perseverancia constante… Tuvo una pureza tan sin mancilla, que en su semblante no se vio ademán, o acción ajena de una insigne santidad… Estas y otras virtudes suyas, ya cansado de vivir, le maduraron para el Cielo… Fue su muerte en la Ciudad de la Plata, a 13 de Abril de 1638, a los 91 años de su edad, a los 66 de religión, y a los 58 de profesión de cuatro votos. Escribió una Gramática y un Vocabulario de las lenguas Aimara y Quichua ”.
Los cuatro votos que menciona el Padre Bartolomé de Alcázar son los de pobreza, castidad y obediencia, comunes a todos los sacerdotes, más un cuarto voto especial que solo profesan los jesuitas: la obediencia al Papa sea el que sea.
La anónima “Historia General de la Compañía de Jesús en Perú”, del año 1600, reeditada por el Padre F. Mateos, Madrid 1944, corrobora su cargo de Rector del Colegio de Potosí y recoge la amistad que le unía al Padre Juan de Montoya, compañero en sus viajes misioneros por Juli, Chuquiabo y Potosí, de esta forma: ”… el P. Diego de Torres Rubio, Rector que entonces era de este collegio, como quien sabía bien la mucha virtud y santidad del P. Montoya, por haber vivido en su compañía muchos años en Juli, Chuquiabo y Potosí…”
Además de las ya mencionadas, también hemos encontrado referencias documentadas sobre Fray Diego de Torres Rubio en estos otros escritos:
En el manuscrito “Sobre el noviciado de los jesuitas en Lima”, escrito alrededor de 1600, que se encuentra en la Biblioteca Nacional.
En la obra “Vidas exemplares y venerables memorias de algunos Claros Varones de la Compañía de Iesus”, del humanista y teólogo jesuita P. Juan Eusebio Nieremberg y Ottin, Madrid 1647, se describe a Fray Diego de Torres Rubio como uno de los más importantes y venerables miembros de esta Compañía en el Virreinato del Perú. Confirmando lo ya acreditado con estas palabras: “Sucedió su muerte en la ciudad de Chuquisaca, donde muchos años había vivido, a 13 del mes de abril el año de 1638, de edad de noventa y uno, de su entrada en la compañía sesenta y seis, y de la profesión de los cuatro votos cincuenta y ocho”.
En el “Catálogo de las Lenguas de las naciones conocidas y enumeración, división y clases de éstas según la diversidad de sus idiomas y dialectos”, Madrid 1800-1805, del lingüista y filólogo jesuita Lorenzo Hervás y Panduro.
En la obra “Bibliografía Española de Lenguas indígenas de América”, Madrid 1892, de Cipriano Muñoz y Manzano, Conde de la Viñaza.
En la monumental “Historia General del Perú”, editada en Lima entre 1971 y 1984 y en la “Historia de la Compañía de Jesús en el Perú”, Burgos 1963, ambas del jesuita peruano P. Rubén Vargas Ugarte.
O en “Notas sobre jesuitas y lengua Aymara”, 1997, del jesuita e investigador boliviano P. Xavier Albó.
Como ya hemos comentado, la primera obra que Fray Diego de Torres Rubio escribió fue “Gramática y Vocabulario en lengua Quichua, Aymara y Española”, publicada en Roma en el año 1603 y reeditada en Sevilla en 1609, obra que hoy está desaparecida, pero que es citada, entre otros, por Antonio Rodríguez de León Pinelo, historiador y cronista mayor de Indias, en el Tomo II de su obra “Epítome de la Biblioteca oriental i occidental, náutica y geográfica…”, Madrid 1629. Por el bibliógrafo sevillano Nicolás Antonio en el Tomo I de su obra “Bibliotheca Hispana Nova”, publicada en 1672 y, sobre todo, por D. Marcelino Menéndez Pelayo quien en el Tomo III su obra “La Ciencia española: polémicas, proyectos y bibliografía”, Madrid 1888, además de hablar de ella, da su título en latín: “Vocabularium et Gramática limguarum Aymara et Quichuae”.
En 1614 Francisco del Canto, impresor de libros, publicó “Arte, y vocabulario en la lengua general del Perú, llamada Quichua, y en la lengua Española. El más copioso y elegante, que hasta agora se ha impresso”, editada en Lima con licencia del Excelentísimo Marqués de Montesclaros, hasta ese año Virrey del Perú, y dedicatoria del editor al Ilustrísimo Señor Don Hernando Arias de Ugarte, Obispo de Quito y del Consejo de su Majestad.
Desde la Biblioteca John Carter Brown de la Universidad de Providence, Rhode Island, EE.UU., atribuyen esta obra a Fray Diego de Torres Rubio, pero otras fuentes también la atribuyen a los jesuitas Alonso de Bárcenas, Ludovico Bertonio o Diego González Holguín, o al dominico Domingo de Santo Tomás, incluso al propio Francisco del Canto. Quizás el editor simplemente reunió datos de todos ellos y la publicó sin mencionar autor alguno. La obra, de 452 páginas, consta de una gramática o arte de la lengua Quichua y un diccionario, de unas 2.500 palabras y frases, del quechua al español y viceversa.
En 1616, Fray Diego de Torres Rubio, publicó la obra “Arte de la lengua Aymara”, editada en Lima por Francisco del Canto, con licencia concedida por el Príncipe de Esquilache, Virrey del Perú entre los años 1614-1621, y la aprobación del Doctor Alonso de Huerta, Catedrático de la Universidad San Marcos de Lima y Predicador de su Iglesia Catedral.
En ella encontramos una gramática o arte de la lengua aymara, un vocabulario bilingüe ordenado alfabéticamente con los vocablos y frases más comunes que ordinariamente se usaban, un breve confesionario en aymara y varios textos religiosos, entre ellos una Letanía de Nuestra Señora.
Hay dos versiones de esta obra, ambas publicadas en Lima en 1616, que se han confundido entre sí, pues en una de ella se incluyó la edición, reimpresa en Sevilla en 1604, del “Catecismo en la lengua española y aymara del Pirú” y en la otra versión no se incluyó.
En 1967 la Editorial de Libros y Revistas S.A. (LYRSA) de Lima realizó una edición moderna de esta obra, con un preliminar de Gamaliel Churata (seudónimo de Arturo Peralta) y prólogo y actualización de Mario Franco Inojosa.
En 1619 publicó su “Arte de la lengua Quichua”, editada en Lima por Francisco Lasso, con licencia igualmente concedida por el Príncipe de Esquilache, Virrey del Perú, el 16 de febrero de 1619, y la aprobación del Padre Diego Álvarez de Paz, Provincial de la Compañía de Jesús en el Perú.
Está estructurada de forma análoga a la anterior, es decir, un arte (gramática) de la lengua quichua, un vocabulario bilingüe con los vocablos y frases más comunes ordenados alfabéticamente, un confesionario y varios textos religiosos en quichua, entre ellos una Letanía de Nuestra Señora, los Mandamientos y los rezos necesarios para administrar el viático o celebrar el matrimonio.
Esta edición fue ampliada por el P. Juan de Figueredo, quien le añadió una gramática y un vocabulario de la lengua Chinchaysuyo, considerada un dialecto de la lengua Quichua muy hablado en la zona del Arzobispado de Lima, imprimiéndose en esta ciudad, en el año 1700, en la imprenta real de Joseph de Contreras y Alvarado, a costa del mercader en libros Francisco Farfán de los Godos.
Siendo nuevamente reeditada, también en Lima, en 1754, en la afamada imprenta de la Plazuela de San Cristóbal, bajo el título de “Arte y vocabulario de lengua Quichua general de los indios de el Perú que compuso el Padre de Diego de Torres Rubio de la Compañía de Jesús. Y añadió el P. Juan de Figueredo de la misma Compañía. Ahora nuevamente corregido y aumentado en muchos vocablos”.
En 1963 la Editorial H. G. Rozas S.A. de Cuzco publicó una edición moderna de esta obra, incluyendo los añadidos que hizo el P. Juan de Figueredo. El prólogo y las biografías que contiene son de Luis A. Pardo.
El historiador y bibliógrafo peruano Enrique Torres Saldamando (Lima, 14 de julio de 1846 – Santiago de Chile, 1 de abril de 1896), en su libro “Los antiguos jesuitas: biografías y apuntes para su historia” (1882, Imprenta Liberal, pp 79-81) dice que también dominaba la lengua guaraní, quizás aprendida en su comentado viaje al Gran Chaco con el padre Yáez, atribuyéndole la obra “Arte de la lengua Guaraní”, publicada en 1627. Desgraciadamente, a día de hoy, no se ha podido localizar ningún ejemplar que pueda confirmarlo.
Ejemplares de sus obras se encuentran en la Biblioteca Nacional de España, en diversas Bibliotecas Nacionales y Universitarias de Chile, Perú o Bolivia y, especialmente, en la Biblioteca John Carter Brown en la Universidad de Providence, Rhode Island, EE.UU., de cuya Biblioteca Digital hemos extraído las ilustraciones que acompañan a este trabajo.
Hasta aquí este breve recorrido por la vida y la obra de este alcazareño universal, poco conocido y menos reconocido en su ciudad natal, en la que, pensamos que injustamente, no se le recuerda ni tan siquiera con una sencilla placa conmemorativa o con el nombre de una simple calle.