El formato originario de esta “Plaza de Guipúzcoa” era más breve y apaisado con una foto de la interfecta (o sea yo) en el margen superior, que a juicio de la concurrencia se prestaba a equívocos ¿Cómo? ¿Ha muerto tu hija? preguntó la más audaz confundiendo el recorte con una esquela. La reacción de una diva frustrada es tan imprevisible y volcánica como una erupción de lava magmática, así que fue mi padre, de cuerpo presente, el encargado de dar las explicaciones oportunas.
Esta anécdota pierde su hilarante comicidad para quien no haya conocido la singular y extravagante personalidad de mis progenitores. Quien los conoció, lo sabe. He recordado todo esto por la muerte de la madre de Isabel Pantoja. Doña Ana, también fue una diva frustrada que sacrificó su vida por ver triunfar a su hija. Mi madre, Beatriz, conoció mi plenitud artística en “Crónicas Marcianas”. Esperaba despierta hasta la madrugada para verme sacudir estopa al pirado de turno. “Eres la mejor”, decía llena de orgullo (esto es amor de madre). Se fue creyendo que mi estrella brillaría resplandeciente en el Olimpo de la farándula televisiva. Y aquí sigo, tío, llevo veinte años a puntito de pegar el pelotazo.