Su variada producción literaria la convierten en una de las mejores escritoras del siglo XX. Viajes, dolores físicos y mentales, traumas afectivos, amistad, hijos y filosofía: contenido matérico de sus novelas, cuentos y poemas.
Nacida Chaya Pinjasovna en Ucrania (1920) y de origen judío, tras pasar por Moldavia y Rumania de muy niña, llegó con su familia a Brasil: allí aportuguesará su nombre y será conocida por Clarice Lispector. Afincada en Río de Janeiro, se aficiona a lecturas de Eça de Queirós, Jorge Amado y Dostoievski. Colabora en periódicos y revistas y publica Cerca del corazón salvaje, por la que recibió el premio Graça Aranha.
Vida de mudanzas y trashumante siguiendo a su esposo diplomático por el que abandonará amigos y familia y del que al final acabará separándose, conoció Nápoles, Inglaterra, París, Berna...viajes y publicaciones, cartas y novelas. Añora su ciudad brasileña a la que regresa para retomar su actividad periodística bajo el seudónimo de Tereza Quadros. Madre de dos hijos y traductora de su propia obra a diferentes lenguas. Mujer decidida a vivir independiente, colaboró con diferentes medios para conseguir dinero suficiente y forjarse su propia subsistencia. Sufrió un contratiempo que la marcará de por vida: un cigarrillo encendido mientras dormía provocó un incendio en su habitación y le ocasionó importantes quemaduras por una gran parte de su cuerpo; meses de ingreso en el hospital y su mano derecha casi inmóvil para siempre. A partir de este episodio, su estado de ánimo reflejará las marcas tanto físicas como psíquicas: comienza una rueda de continuas y profundas depresiones.
Gracias al dominio del portugués, inglés, francés y español así como a la fluidez del yidis y hebreo y conocimientos del ruso, realizará numerosas traducciones y adaptaciones de obras extranjeras, muy reconocidas internacionalmente. Consiguió atesorar una gran biblioteca personal.
Algunos de sus títulos destacados: Lazos de familia, La manzana en la oscuridad, La pasión según G.H.y La hora de la estrella. Murió de un cáncer a los 56 años.
De una potente originalidad estilística, se vacía intensamente en sus libros: comparte intimidades, sufrimientos, anhelos, realidad lacerante y complejidades particulares. Describe emociones hasta fingirlas y creérselas a través de todos sus personajes provistos de una lengua muy aguda y reflexiva. En su producción abunda el misterio y la sorpresa “consciente de su propia consciencia”. Ella era ella misma y todos los demás: se proyectaba en todos y cada uno de los caracteres recreados por su redacción analítica y directa, sin ambages ni intermediarios. Abandona al lector a su propio arbitrio: que sean sus ojos los que decidan el valor de sus libros. La implicación se hace necesaria e imprescindible.
Por su singularidad, la crítica posterior se ha ocupado con atención de su personalidad y de su producción tan variopinta como prolífica. Todo es susceptible de exégesis y comentario: desde los ensayos hasta la correspondencia personal, de las novelas a sus adaptaciones teatrales. De sus artículos a los poemas.
Reminiscencias de Joyce y atisbos de Woolf, hacen de Clarise Lispector una escritora misteriosa y sorprendente, valiosa e inspiradora; amante de la fenomenología y del existencialismo. Feminista, inagotable, laberíntica, atorbellinada y extrema; lineal y circular. Nos deja al borde de un precipicio inquietante: su propio abismo interior, tan perturbador.
Consigue que la leamos y que repudiemos sus páginas: pero volvemos siempre a retomar una escritura convulsa, como ella misma en: Agua viva o Un soplo de vida. Hoy es una de las autoras de Latinoamérica más leída y de mayor reconocimiento mundial. Vida y muerte en una dicotomía tan real como ficticia por su febril imaginación y su vigoroso “no estilo”.