Sin embargo hay en España muchos otros nombres de origen godo, que con el tiempo habrá que estudiar y será necesario consultar el código genético de cada quien para saber en qué porcentaje cada español tiene o no ascendencia báltica. Lo que antes eran meras suposiciones, reciben ahora la confirmación genética de un injerto báltico en la población ibérica, llegado con los godos quienes se asentaron en la península en el siglo V de nuestra Era.
Otro concepto por revisar será la errónea, y obviamente nunca probada por no haber existido, influencia germana en la cultura de España. Los godos trajeron a España una antiquísima cultura y una lengua báltica, consideradas con el lituano y el letón los dos idiomas indoeuropeos más antiguos. Sus lenguas extremadamente ricas en su gramática y vocabulario, llegadas a la península Ibérica crearon una colisión con el latín que ya era la lengua vehicular de España y era la que existía con la única excepción del vasco. El rígido inmovilismo imperial del latín impuesto por Roma en España colisionó con el riquísimo sistema de declinación goda, que tenía ocho casos de declinación, triplicados cada uno por el singular, plural y dual. La imposibilidad de encontrar coincidencias, o más bien la colisión de significados contrarios en las respectivas declinaciones, obligó a ambos grupos a prescindir de declinar los sustantivos, sustituyéndolos por el agregado de muletas tales como “a”, “por”, “para”, etc. Es un milagro que pese a esa ablución de la declinación, el idioma castellano haya logrado preservar una flexibilidad de formas verbales que compensaron la pérdida de las declinaciones.
Otro aporte que podríamos llamar “compensatorio” a la pérdida de declinaciones, ha sido la aparición en España de un vocabulario y nombres de claro origen báltico, pero sobre todo complementados hasta la fecha con la diversidad de diptongos regionales, herencia de las distintas tribus bálticas que se asentaron en España. Fue cuando prevaleció la fonética de los asentados en Castilla, quienes pronunciaban los diptongos ue y ie (bueno y hierba) e impusieron su hablar como la lengua correctamente llamada “el castellano”, en detrimento de la pronunciación de los diptongos ei, ua, oa, y otros, provenientes de tribus o naciones bálticas con otra fonética. Un estudio de los diptongos que todavía prevalecen en España, podría sin dificultad definir de qué región báltica provenía cada asentamiento godo en España, lo cual incluye también el hablar de Cataluña y sobre todo su folklor.
Un importante aspecto del aporte godo en España han sido las leyes. El “Fuero Juzgo” contentivo de las leyes españolas de las que algunas permanecieron vigentes hasta el siglo XIX, tiene su hermano gemelo plasmado en el Estatuto del Gran Ducado de Lituania del año 1529, cuyo texto introductorio afirma que se trata de poner por escrito los antiguos usos y costumbres. Las múltiples coincidencias del Fuero Juzgo de España y del Estatuto lituano fueron analizadas en el ya mencionado libro de “Las raíces de Europa” y no dejan lugar a dudas de que estamos frente a una cultura muy anterior a la romana. Por cierto que en ambos textos se presta gran atención a la propiedad privada y a las herencias. De allí también viene la terminación en –ez de los apellidos, proveniente del antiguo genitivo galindo que significaba “hijo de”. Esta terminación que quedó del genitivo báltico, con -es en lituano, –esse antiguamente, y -ez en galindo, se ha mantenido en los apellidos españoles con el significado de “hijo de –“, en contraste con el genitivo latín en –is, lo cual aparece traducido al latín en el Liber Regum del siglo XII. De modo que los apellidos que en España tienen la terminación en –ez la deben a los galindos. ¿Cuántos serán?
El error que se hizo cuando sin mayor prueba un Evangelio transcrito doscientos años después de la muerte de su presunto autor llamado Ulfilas, fue presentado como hecho en un idioma “godo” cuando en realidad era germánico, cercenó hasta el día de hoy los estudios serios del milenario legado dejado sobre todo en España de las dos primeras culturas que forjaron lo que hoy llamamos civilización europea. Me refiero a los bálticos y a los celtas. No nos damos cuenta que seguimos siendo herederos de los conceptos, valores y costumbres – empezando por la vestimenta de pantalón para el hombre y falda para la mujer en vez de togas y sandaleas. Nuestros ritos fúnebres y las más profundas creencias mantienen en España el vocabulario báltico de velorio, velas, velar provenientes de la palabra lituana “vėlė” – alma.
Volviendo a la herencia cultural, lo que más asombra ahora, es la incapacidad que hubo para explicar datos tan prominentes como la aparición en España de la terminación –o en palabras del género masculino, la terminación –ez en los apellidos, los nombres típicamente bálticos de los reyes godos, un profuso vocabulario heredado del hablar godo, y finalmente el testimonio de centenares de documentos antiguos, desde el sánscrito hasta el presente, atestiguando la varias veces milenaria historia de los godos, cuya última y la mejor preservada presencia sigue siendo viva en España cada vez que se habla en español.
No es solamente el castellano – lengua de los galindos – la que fue milagrosamente preservada -, sino que es toda la herencia de la milenaria Europa, conservada en España como un crisol escondido.
Con mi primer libro, donde para cerciorarme si no estaba equivocada, me enfrasqué a descortijar palabra por palabra la Historia de Alfonso X El Sabio (mal llamada equivocada cuando era en veracidad muy superior a lo que cuentan sin pruebas los manuales actuales), guardé en mi archivo personal la primera reseña de mi entonces incipiente ensayo, donde denunciaba los errores de los historiadores contemporáneos. Esa reseña la escribió un autor español, Rafael del Naranco, director del diario vespertino venezolano de mayor venta en aquel momento, llamado “El Mundo”: “Ese eslabón perdido que para la autora son los godos, la esencia más destacada de la actual cultura occidental, será para las universidades españolas, una revolución de consecuencias imprevisibles, pues en cada una de sus páginas demuestra que del mundo godo solamente conocemos pinceladas, algunas de ellas muy difusas. Recitamos pausadamente, como lección cansina y aprendida a la fuerza, que la caída del imperio grecorromano en el año 410 tiene para los europeos la fuerza destructiva de un huracán, cuando la verdad es muy distinta y por lo demás asombrosa.”