El día 4 de julio de 1934, en una de las sesiones más roncas de la Segunda República, tras la intervención de José María Gil-Robles, uno de los diputados de la CEDA llamado Jaime Oriol se lanzó al cuello de uno de los diputados socialistas Juan Tirado Figueroa y le propinó un puñetazo. Varios diputados socialistas acudieron en su defensa, entre ellos Indalecio Prieto que sacó una pistola y apuntó al político de derechas. Indalecio Prieto alegó que un diputado de la CEDA había sacado otra unos minutos antes. Por desgracia las balas y las pistolas no son nada nuevo en el Congreso de los Diputados, la única forma de que no hablen las balas es que lo hagan los libros.
Siempre que un régimen totalitario llega al poder, ya sea de derechas como el franquista, de izquierdas como el bolchevique o fascista como el de Mussolini, unas de las primeras cosas que hace es crear una lista de libros prohibidos. La primera institución que hizo esto fue la Santa Inquisición en el año 1564, tras el Concilio de Trento, aunque ya desde 1515 el papa León X había establecido la censura previa en la Cristiandad latina.
Normalmente, los fanáticos que terminan por prohibir todos los demás libros suelen seguir ciegamente a uno, ya sea Mi Lucha de Adolf Hitler o El Capital de Karl Marx, el Corán o la Biblia. Todo esto nace del miedo a la libertad y, lo que es peor, el terror a la palabra impresa y el pensamiento libre.
Entre los libros prohibidos en época del comunismo en la República Democrática Alemana destaca el del holandés Nico Rost titulado Goethe en Dechau, que hablaba de como muchos viejos comunistas se habían convertido en los capos más crueles de los campos de concentración y exterminio alemanes.
Los nazis tuvieron también su propia lista de libros prohibidos y autores malditos. En mayo de 1933, poco tiempo después de su llegada al poder, los nacional socialistas realizaron una quema simbólica de libros en la tarde del 10 de mayo. La Opernplatz de Berlín se llenó con más de 70 mil fanáticos que lanzaron a la hoguera unos veinte mil libros. Este primer acto de vandalismos y fanatismo trajo consigo casi la extinción del pensamiento y la intelectualidad alemana. Desde Thomas Mann, pasado por Anna Seghers o Lion Feuchtwanger, decenas de escritores tuvieron que elegir el exilio, ya fuera interior como exterior.
En la España franquista también hubo sus listas en la que decenas de escritores e intelectuales quedaron borrados de un plumazo de la cultura y sociedad española. Desde Luis Cernuda, el inmortal poeta, pasando por María Zambrano, Antonio Machado, Francisco Ayala, Alberti o Lorca. La purga llegó también a la universidad y la enseñanza general, miles de profesores fueron represaliados.
José María Pemán fue el director de la Comisión de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado. Para agilizar la persecución se crearon tribunales espaciales que operaron desde 1939 a 1945. Se sabe que entre un 25% y un 30% de profesores fueron depurados.
Los libros prohibidos por el régimen de Franco fueron de lo más variopinto, desde los clásicos Madame Bovary, La Cartuja de Parma o Rojo y Negro pasando por las obras de muchos autores españoles e incluso científicos.
Durante la historia de España ha habido más periodos de persecución a los libros que de libertad, de hecho, durante la Edad Media y Moderna se desconfiaba de los que sabían leer y escribir, ya que podían pertenecer a la comunidad judía o musulmana y el cristiano viejo presumía de ignorancia.
No puede sorprendernos que los españoles manden balas en lugar de libros. Las cabezas huecas de muchos lo único que contienen es la pólvora mojada de su propia ignorancia. El día que sus señorías acudan al Congreso de los Diputados y el Senado con un libro bajo el brazo muchas cosas cambiarán, pero por ahora no han llevado las pistolas como en el 34, todo se andará.