España conquistó imperios y reinos y los consideró como tales, hasta su emancipación entre 1810 y 1824. Reinos con la misma consideración que los peninsulares, siendo los virreyes la máxima jerarquía en dichos territorios que representaban y ejercían la autoridad del Rey en Valencia, Navarra, Nápoles, …, Nueva España, Perú, Nueva Granada y Río de la Plata.
España no tuvo, en su sentido estricto, colonias, sino reinos, teniendo los habitantes de los mismos, la consideración de súbditos libres de la Monarquía Hispánica.
Como ejemplo podemos poner a la “Ciudad de los Reyes” o Lima, la cual era la segunda capital del imperio español con más títulos de nobleza y grandeza de España, después de la capital, Madrid.
Cuando Fernando VII salió de España, por orden de Napoleón Bonaparte, todos los reinos de la corona, se quedaron “huérfanos”. En todos ellos la “soberanía” era “real”, pero el alzamiento popular que se inició en Madrid el mayo de 1808, cuya causa fue la salida de parte de la familia real para Francia, iba a cambiar la situación.
Ante ello, los reinos y capitanías generales, es decir la división administrativa de la corona hispánica, asumieron las competencias del Rey, creando juntas, las cuales se declararon “soberanas”. En la península a partir de mayo del año anterior y en ultramar pocos meses después, gobernando y legislando todas las juntas en nombre de Fernando VII y con subordinación a la Junta Central y Gubernativa del Reino con residencia en Sevilla.
La invasión francesa de Andalucía (enero de 1810) obligó a la Junta Central a retirarse a Cádiz, disolviéndose y constituyéndose el Consejo de Regencia, es decir se declaró a Fernando VII incapaz para gobernar y el Consejo asumió la soberanía y el título de “Majestad”.
La Regencia convocó a Cortes en Cádiz, siendo representados todos los reinos y capitanías, incluyendo las “Indias” y después de numerosos debates, se aprobó la primera Constitución Española en 1812, definiéndose que “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”, expresándose en su artículo 3 que “La soberanía reside esencialmente en la Nación”, eliminándose la “soberanía real”, cuya legitimidad era de origen divino, a “soberanía nacional” que lo era de legitimidad popular.
De entre los diputados presentes, más de 50 americanos, y que aprobaron el texto constitucional, se encontraba el teniente coronel Dionisio Inca Yupangui, descendiente de la familia imperial inca.
Entre 1812 y 1814 la unidad de la corona de “las Españas” parecía consolidarse. Cada reino, capitanía general y provincia mantenía su autogobierno.
El regreso de Fernando VII, un verdadero golpe de estado, al saltarse la legalidad de las Cortes de Cádiz y la propia Regencia, que necesitaría el análisis de otra columna, provocó la anulación de todo lo legislado y desarrollado desde 1808, con lo cual el monarca volvía a designar a los gobernantes de sus reinos.
Si en la península Ibérica fue aceptado, aunque a costa de depuraciones y baños de sangre entre los no afectos a su persona, en los reinos de ultramar provocó el desencadenamiento abierto de una guerra civil entre los “realistas” y “patriotas”, con pocas diferencias ideológicas entre ellos. Entre los realistas se encontraban peninsulares y americanos, al igual que entre los patriotas.
En una conferencia que pronuncié en 2010 en Santiago de Chile, expresé al auditorio que el libertador San Martín era tan malagueño como el coronel Vidal Delgado que les hablaba, dado que vivió en Málaga entre los seis a los 34 años de edad, sirviendo de oficial en el regimiento de la ciudad, alcanzando la graduación de teniente coronel y participando heroicamente en la batalla de Bailén.
Precisamente la Casa de América en Málaga, dará respuesta a muchos desconocimientos entre las Españas separadas por el océano Atlántico, alcanzando a Filipinas por el Pacífico: “El Mar Español”.
Rafael Vidal Delgado
Coronel de Artillería, diplomado de Estado Mayor y doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Granada