En estos días he leído “Mercancía robada”, un testimonio autobiográfico de Lluna Vicens, una española que, a los 18 años, fue atraída lejos de su hogar y su familia con el engaño de un puesto de trabajo como guía turística, drogada, encerrada, violada, maltratada y sometida a esclavitud sexual. Es una lectura muy sencilla, sin rodeos ni eufemismos, directa y durísima, desgarradora en su franqueza, que causa en el lector una sensación de impotencia, rabia e injusticia atroz, y lo lleva a asomarse al abismo de la depravación humana, del sufrimiento de víctimas tratadas como ganado de usar y tirar, aisladas, golpeadas, aterrorizadas y sometidas a las peores vejaciones que alguien pudiera imaginar. Y todo ello solo por dinero: porque en ese inframundo de la trata de seres humanos, mujeres y niñas (que son hasta el 20% de las víctimas de la trata y explotación sexual) son un pedazo de carne que se compra, se vende, se alquila y, cuando las han destrozado físicamente, si no han logrado escapar, se elimina. Literalmente.
Los datos oficiales sobre la trata y esclavitud sexuales en España son escalofriantes: solo en 2019, las fuerzas de seguridad liberaron (en España) a 1.561 víctimas de trata humana; el 96% de víctimas de explotación sexual eran mujeres y niñas, y 29 eran menores de edad. En esas operaciones policiales se detuvo a 732 personas, y se desarticularon 93 bandas criminales. Consiguieron liberar a más de 900 víctimas (de ellas, 896 mujeres).
Lluna es una de esas víctimas, y esta novela corta es, en realidad, su testimonio real y en primera persona de todo lo que sucedió desde poco antes de que fuera raptada hasta que consiguió liberarse. Quizá el elemento más impactante de su relato es que todo lo que Lluna revela no ha sucedido ni sigue sucediendo solo en algún país remoto y en desarrollo, lejos del orden y las normas de seguridad y protección de la mujer que rigen en la Unión Europea: sucede aquí, entre nosotros, en un bar de carretera, el motel por horas al lado del sex-shop o la casa de juegos o apuestas, el club de alterne junto a la tienda “Abierto 24/7”. Algunas veces, pocas, se trata de redes improvisadas de amigos que se conocen y utilizan el negocio de uno de ellos para engatusar muchachas y luego abusar de ellas durante meses o años mientras ellas siguen yendo al colegio y viviendo con sus familias una aparente normalidad, cuando el resto del tiempo son maltratadas o alquiladas por sus explotadores (“O lo haces o le muestro a tu familia/subo a la red el vídeo/las fotos que hice de ti”), como sucedió en la “red de Rotherham” de dueños de locales de comida rápida en Inglaterra (que durante 16 años explotó sexualmente a más de 1.400 menores con el conocimiento y la indiferencia total de las autoridades locales), y sigue sucediendo en docenas de ciudades ese país, y de la UE. Pero la mayoría de las veces son organizaciones perfectamente estructuradas de captadores, transportistas, carceleros, informadores y proxenetas que manejan decenas de millones de euros al año, que además de seres humanos muchas veces también trafican al mismo tiempo con drogas, armas y productos falsificados (entre ellos, medicamentos): así, los ingresos de la prostitución forzosa financian la creación de peligrosas drogas de diseño, o la compra ilegal de armas.
Muchas víctimas de la trata y explotación sexual en España son mujeres y niñas llegadas, por este orden, de: Nigeria (34), Colombia (19), Venezuela (18), Rumania (17), Bulgaria (9), Paraguay (6), Brasil… y les siguen República Dominicana, Nicaragua, Honduras, China, Bolivia y Argentina. Por supuesto, esas cifras son la punta visible de un témpano sumergido, la de las víctimas identificadas, puesto que el número real de víctimas sin identificar, ni detectar, es muchísimo mayor.
Porque, además de las víctimas extranjeras, miles de menores desaparecen cada año de la UE mientras van al colegio, esperan el autobús para ir a entrenar, juegan en un parque, se reúnen en una discoteca o una sala de juegos, o van al lavabo en un cine. Los carteles con sus caras, nombres, edad, descripción y datos decoran postes, vagones de metro, periódicos y tablones de anuncios de centros comerciales. Y digo “decoran” porque esa publicidad no sirve de nada ya que la mayoría de ellos (y, sobre todo, ellas) jamás vuelven a dar señales de vida, salvo los pocos que huyen de casa voluntariamente tras una bronca, un disgusto en el colegio o una ruptura sentimental, y regresan arrepentidos al cabo de pocos días.
También Lluna desapareció sin dejar rastro visible, aunque sus captores, para no despertar sospechas en la familia y así demorar su búsqueda, la obligaban a llamar a su madre cada semana, en presencia de sus secuestradores, para tranquilizarla contándole que estaba bien, estudiando y trabajando, y demasiado ocupada para visitar a sus padres. En la mayoría de los casos no sucede así: desaparecen sin dejar mensajes ni volver a comunicarse con nadie por ningún medio, y sin que sea posible siquiera rastrear su teléfono móvil, porque es lo primero que les quitan.
A Lluna la raptaron, la encerraron, la torturaron y la obligaron a prostituirse durante meses en el corazón de España, en Burgos, en un bar de alterne cualquiera, como también a otras adolescentes a las que engañaron, raptaron y explotaron sexualmente al mismo tiempo que a Lluna. Es un delito y una aberración que sufren ciudadanas nacidas y criadas en España, además de miles de muchachas inmigrantes sin papeles que llegan a España engañadas y explotadas por redes delictivas internacionales gracias a la corrupción de funcionarios de policía, inmigración y sanidad de sus países de origen y del nuestro, la complicidad activa de cientos de dueños de bares, moteles y locales de alterne españoles, en España, y la indiferencia igualmente cómplice y sangrante de sus clientes, todos ellos también españoles.
Porque Lluna describe a muchos clientes del bar-tapadera donde su “dueño”, el proxeneta y traficante al que todos conocen como Pablo, la obliga a prostituirse y entregarle todo su dinero: entre ellos un bombero, agentes de la policía, profesores de centros docentes, un muchacho que “celebra” su despedida de soltero junto con sus amigos y parientes masculinos.
Hombres españoles perfectamente respetables que con su dinero financian el rapto, los malos tratos y la esclavitud sexual a la que someten a muchachas que podrían ser sus alumnas, vecinas del barrio, o amigas de sus hijas. 80% de las prostitutas en España son esclavas sexuales víctimas del tráfico de mujeres: es el dato oficial difundido en la campaña con motivo del Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Personas, con el lema: “Si eres cliente, pagas su esclavitud”… y el tren de vida de los criminales, torturadores, violadores y parásitos que seguirán explotando impunemente a esas mujeres. Que nadie vuelva a decir que no lo sabía: si es cliente, hay un 80% de probabilidad de que sea cómplice de un delito gravísimo, y sus actos pueden tener consecuencias penales.
Otro mensaje implícito de Lluna es aún más alarmante: ella es una chica española normal, buena estudiante, de familia acomodada y con un hogar estable, sin vínculos con la ilegalidad, las drogas o un novio “malote” que sea una mala influencia en ella. Al contrario: es una chica sana, llena de proyectos e ilusiones, que sueña con ganarse la vida por sí misma, como tantos jóvenes españoles. Y sin embargo, esta chica espabilada y llena de iniciativa, que toma precauciones antes de desplazarse a la ciudad donde una presunta empresa que busca nuevos empleadas para formarlas y contratarlas como guías turísticas, cae en las garras de una sofisticada red que dispone de personal, dinero y locales preparados para retener y explotar la “mercancía robada” humana (la red que raptó a Lluna parece 100% española; ahora son internacionales, dada la facilidad para hacer que personas, capital y documentos falsos crucen las fronteras entre países y hasta continentes sin ser detectados).
Eso sucedió hace veinte años, en una época de pujanza económica y abundancia de empleo para jóvenes: antes de la crisis mundial y del 50% de desempleo juvenil en España, antes de Internet (y la “Dark Web”, o red mundial clandestina), de las redes sociales, de los chollos de viajes dudosos para jóvenes, y de las páginas web de ofertas de empleo en las que cualquiera puede darse de alta con datos falsos para captar a jóvenes embaucándolos con promesas de un trabajo como modelo, canguro, guía, azafata, camarera, relaciones públicas u otras promesas de empleos atractivos.
Hoy día, con el acceso ilimitado de cualquier adolescente a prácticamente todos los contenidos de Internet, y el desplazamiento de delitos muy lucrativos como la captación de víctimas de la trata de personas, antes reservados al “mundo real”, a la multiplicación de posibilidades que brinda Internet a un “territorio de caza” globalizado (donde todo, desde la captación por la empresa pantalla hasta la oferta/contrata de empleos falsos, pasando por el envío de billetes de avión, bus o tren de todos y a todos los países, también por Internet), los delincuentes lo tienen facilísimo. Y las víctimas, por desgracia, también están más expuestas que nunca a ser captadas con promesas de buenos ingresos y a veces hasta una estancia en el extranjero con todos los gastos pagados: el precio, por supuesto, es su libertad, su integridad física y, a menudo, su vida.
Dentro del trauma y la tragedia personal que ha sufrido, y cuyas secuelas aún la afectan, Lluna tuvo suerte: ella luchó por no rendirse ni hundirse, incluso tras sufrir palizas, violaciones y amenazas de muerte. A diferencia de miles de niñas y mujeres que continúan cautivas y esclavizadas en España, ella no fue otra desaparecida de la que nunca más se supo (como sucede con decenas de niñas y mujeres cada año), ni en el fondo de una cuneta (¿se sabrá un día qué les sucedió realmente a las tres niñas de Alcácer?).
A fuerza de observación, paciencia y valentía, Lluna consiguió al fin escapar sin ayuda de policías ni trabajadores sociales, lo que raya el milagro. Además de sobrevivir, se decidió a compartir su experiencia al cabo de muchos años, arriesgando su vida y la de su familia, pues como sus captores habían retenido su DNI y conocían todos sus datos y su dirección personal, tras huir sufrió amenazas y chantaje económico para que guardara silencio. Quizá por ello no se atrevió a denunciar su caso ante la policía, ni a volver hablar de ello durante casi veinte años. Hoy sabemos que no denunciar es un error, pues la denuncia, el juicio, la prisión y la confiscación de bienes de los culpables de la trata son uno de los pocos medios eficaces para combatir este problema mundial: cada red desmantelada, cada criminal en la cárcel y cada millón recuperado de cuentas ilegales es una batalla ganada en esta guerra mundial que nos afecta a todos, por pequeña que parezca.
Eso mismo les sucede a las extranjeras sin papeles legales: no denuncian porque, a menudo, no conocen el idioma del país donde las obligan a prostituirse, ni tienen familia o amigos a quienes acudir, ni conocen las leyes que las amparan (aunque son el 40% de las víctimas de trata identificadas), y viven con la amenaza constante de que las deporten al país del que huyeron.
Según el informe de Amnistía Internacional sobre la trata en España, de enero a junio de 2019 llegaron a nuestro país 11.345 niños y 956 niñas migrantes no acompañados, pero solo 10 fueron identificados como víctimas de la trata, por falta de datos sistematizados y cotejo de información entre la Fiscalía, la Policía y los centros de acogida de menores: según el Defensor del Pueblo, faltan herramientas eficaces para detectar y proteger a las víctimas.
Aunque Lluna ha tardado casi 33 años en poder describir su experiencia real, sigue siendo tan válida y sangrante entonces como ahora. No valen excusas: todos los recursos sociales, educativos y sanitarios del país tendrían que movilizarse, empezando por la herramienta más eficaz para poner fin a la trata: la prevención.
Niñas y adolescentes aleccionadas por los medios informativos, las redes sociales, y el personal de sus centros escolares, con conferencias o la proyección de muchos documentales y películas de denuncia de esta lacra, como “Lilja 4-ever” (2002), que muestran los trucos y los engaños empleados para captar a futuras víctimas (ellas), son niñas y adolescentes que prestan atención, desconfían, preguntan, buscan datos e investigan a sus futuros empleadores y las empresas en cuyo nombre dicen reclutar, y denuncian a sus profesores, padres y trabajadores sociales a los desconocidos que les brindan “una oferta demasiado buena para ser verdad”, sobre todo en épocas de crisis cuando hay miles de jóvenes que rivalizan entre ellos por cada puesto de trabajo. La prevención también pasa por informar a los padres, para que hagan un seguimiento de las actividades de sus hijos, de las redes y las personas a la que de pronto empiezan a dedicar una atención exagerada (intercambio de SMS, chats y correos electrónicos, etc).
La prevención pasa también por impartir cursillos en los propios centros escolares sobre cómo deben reaccionar correctamente en cada fase: captación, secuestro, aislamiento, maltrato, explotación y posibilidades de fuga. Cómo deben defenderse, qué pueden hacer, a quién y cómo pueden enviar mensajes de socorro, en qué deben fijarse para luego denunciarlo (cada detalle cuenta: nombres, fechas, lugares, cifras, kilómetros recorridos, hora de los hechos, tipo de clientes, etc.). Para que una posible presa no se convierta en víctima y, si pasa a ser víctima, para que pueda sobrevivir, liberarse y rehacer su vida.
Esta lacra solo terminará cuando todos, particulares, padres, hijos, docentes, servicios sociales y policiales, medios informativos y responsables de redes y foros, así como clientes potenciales de prostíbulos, actuemos como Fuenteovejuna: todos a una. Hasta ese día, cualquier mujer, española o extranjera, niña o niño, adolescente o mujer joven, puede ser la siguiente mercancía robada, vejada y triturada por la maquinaria lucrativa de la trata y la esclavitud sexual.
No lo olvidemos más: "Más del 80% de las mujeres prostituidas en España son víctimas de trata”.
Ya no hay excusa para mirar hacia otro lado.