Alrededor de una fogata protegidos en una cueva, al aire libre iluminado por antorchas, al caer la noche y bajo las estrellas se cuentan historias.
El escenario fue una plaza pública, una carreta, una iglesia abandonada, la ladera de una montaña, un teatro de piedra al aire libre, un teatro cerrado con el público y los actores confundidos, un teatro cerrado con el público y los espectadores separados.
Desde tiempos inmemoriales que se cuentan historias, la divina comedia, la tragedia humana, un entremés para descansar durante el tiempo de las historias.
Ellos, ellas, las mujeres y hombres de teatro, preservaron la historia, ellos, ellas, dieron vida a la historia, sacrificaron sus cuerpos para renacer en otros personajes, para dar vida el tiempo de una representación y morir tras el último aplauso.
Los, las alabaron, los, las persiguieron, los, las adularon y envidiaron, los, las menospreciaron sabiendo que las actrices, los actores, los saltimbanquis, los trovadores, los tramoyistas, los escritores de historias existieron desde tiempos inmemoriales por lo que son necesarios.
Hoy, en tiempos de pandemia, en el Día Internacional del Teatro, honrémoslos, hagámosles sentir un estruendoso aplauso que exige se les preserve, se les dé acceso a la vida, su vida, nuestra vida, si no, en los tiempos tras la pandemia nadie contará nuestras historias, nuestros dolores, nuestras alegrías, nuestras odiseas, nuestras luchas, nuestro encuentro con la muerte, y la pandemia desaparecerá de la memoria.
A las mujeres de teatro, a los hombres de teatro, a mi gente, hoy día honro.
Hoy en el Día Internacional del Teatro, como público, ese que llora, ríe, sonríe, piensa, pido, ¡hágase la luz! Y que los teatros regresen a la vida.