Cada cual se tapa las vergüenzas como puede y ella es capaz de todo por sus fans. De todo, menos de ponerse a dieta. La marquesita de Griñón no se da por aludida. No necesita exhibir su cuerpo a la plebe. Le basta mostrar su pedigrí aristocrático. También te digo, déjate de ringorrango y búscate un logopeda que te enseñe a vocalizar, tía. Pero lo que natura non da, Salamanca non presta. Ni su flamante padrastro Vargas Llosa ha conseguido borrarle ese patético tonillo pijochorra y mucho me temo que tampoco su nuevo novio le vaya a quitar la tontería.
Las redes sociales son auténticas telas de araña, tan absolutistas y arbitrarias como adictivas. Fíjate que yo estoy pensando cómo celebrar mi llegada al millón de followers. Sigo en Instagram, soy amena, incisiva y divertida. Espero que no me cierren la cuenta como a Trump. Te partes el culo de risa con estos guardianes de la libertad que censuran a su capricho (o por encargo) Y Puigdemont montando pifostios en twitter. Qué injusticia, tío. Aquí, o jugamos todos o rompemos la baraja.