A consolidar esta percepción ha contribuido poderosamente la imagen acuñada por la literatura, el cine, y hasta en buena medida cierta historiografía de los países que han luchado con los españoles en el mar desde el siglo XVI a los primeros años del XIX:
De un lado, los inevitablemente jóvenes, audaces, expertos y hasta encantores corsarios, y del otro, viejos, tenebrosos e ineficaces marinos, cargados de galas y de medallas debidas no al mérito, sino a oscuras intrigas de una igualmente oscura o al rango social.
En España hubo numerosos corsarios y de gran éxito, por supuesto, con características generales de acuerdo a cada país y con las fortalezas y debilidades propias de cada uno. Pero conviene aclarar que un corsario era algo muy diferente de un pirata. Un pirata es un ladrón en el mar, que ataca indistintamente a cualquier buque, preferiblemente los menos defendidos y de mas rica carga. Un corsario es un capitán o armador particular, que previo permiso formal de su rey, presentando una fianza y con un severo control oficial de sus actividades, hace la guerra solo al enemigo declarado atacando su comercio marítimo, pagando impuestos sobre sus presas y respondiendo de todos sus actos ante los tribunales, que pueden incluso declarar ilegales sus presas y ordenar su devolución.
Y, ¿eran los españoles o los súbditos de la monarquía hispana poco proclives a dedicarse al corso? Esta cuestión se ha aceptado como una verdad indudable, cuando habría serios motivos para pensar lo contrario. Resulta sorprendente que gentes tan dadas y tan hábiles para la guerra irregular en tierra, la famosa guerrilla, apenas se la planteen cuando la lucha es por mar. Tal vez sea la explicación el tópico de que los españoles han sido torpes y limitados marinos. Pero entonces habría que explicar cómo es posible que fueran, esos mismos españoles, los creadores del mayor imperio oceánico de la historia y quienes lo mantuvieron en su poder durante cuatro siglos, que fueran ellos los que descubrieron un nuevo
continente y los primeros que circunnavegaron el planeta, entre otras muchas hazañas.
Agustín R. Rodríguez recorre épocas y lugares, episodios y personajes, mostrando esta poco conocida y por ello escasamente valorada faceta de la guerra en el mar, y dando buena cuenta de que hubo muchas y excelentes razones para la existencia de muchos y muy hábiles corsarios españoles.
Agustín R. Rodríguez González (Madrid, 1955) es doctor en Historia por la Universidad Complutense. Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia, es además asesor colaborador del Museo Naval.
Hasta la fecha ha publicado 40 libros sobre Historia Naval, referidos especialmente a la española, con títulos que van desde los descubrimientos a la Guerra Civil española, y que incluyen campañas comos las de Lepanto, Trafalgar o el 98, junto con una dedicación a los aspectos técnicos, como el desarrollo del submarino en nuestro país.
Ha publicado trabajos en una veintena de obras colectivas, entre las que destaca el capítulo dedicado a la guerra naval del 98 en la monumental Historia de España de Menéndez Pidal, o el dedicado a la Armada del siglo XIX en la Historia Militar de España, de la Real Academia de la Historia.
Por su biografía Antonio Barceló, mereció el premio Algaba de 2016 en su XIV edición (EDAF). También para esta editorial ha publicado la biografía de Álvaro de Bazán y más recientemente, La Primera Vuelta al Mundo. En diversas revistas ha publicado casi dos centenares de artículos y ha formado parte de nueve equipos de investigación oficial y participado en una veintena de congresos nacionales e internacionales. Imparte cursos y conferencias en distintos centros de enseñanzas de la Armada y colabora frecuentemente en el diario ABC y en medios audiovisuales. Está en posesión de la Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco, concedida en dos ocasiones.