FIRMA INVITADA

Simancas. Nace una archivera llamada María Moliner

María Moliner en su despacho (Foto: Archivo).
Hortensia Bua Martín | Martes 01 de diciembre de 2020

Exactamente hace ahora 98 años, el 1 de diciembre de 1922, con veintidós años de edad, se incorporó María Moliner a su puesto en el Archivo de Simancas.



Fue la sexta mujer en acceder al Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y la primera en entrar al Archivo de Simancas.

Si uno contempla la fotografía de doña María en Simancas, en el despacho de trabajo; bajo el puente y en las almenas del castillo, con la expresión dulce y serena que le conocimos más tarde en Valencia, personalmente pensamos que el romanticismo del entorno arquitectónico no podía disminuir el hecho de la soledad y enclaustramiento de aquella joven en el modesto pueblo en el que, dadas las comunicaciones de la época, sería problemático salir a la próxima ciudad, afirma Vicenta Cortés Alonso, alumna suya en la Escuela Cossío de Valencia.

Su hijo Fernando dice que su madre tenía un recuerdo entrañable de Simancas, “tuvo un mérito inmenso, dice, va con su madre, impedida, gruesa y con mal de corazón”.

Los primeros días sentimos mucho frío; mi madre se resintió tanto de sus achaques que llegué a temer que no llegara a aclimatarse”, le confiesa a su querido señor Cossío en una de las cartas que le escribe desde Simancas, donde ella sueña con la mejoría de su madre, y anhela su regreso a Madrid. Así se lo confiesa a su querido maestro Manuel Bartolomé Cossío.

“Tengo esperanzas de no tardar mucho en ir a Madrid. Quizás, quizás…( no sé si esto será hacerme demasiadas ilusiones pero pensándolo así me pongo la mar de contenta y no quiero renunciar todavía) en octubre próximo.

Pero finalmente no fue en octubre, ni a Madrid como ella soñaba, sino en diciembre y a Murcia.

Ella se negaba a renunciar, pero la indómita realidad le planta cara, y finalmente ha de acomodarse a su circunstancia. Un año y once días exactamente permanecería María Moliner en el Archivo de Simancas. Fue precisamente la mala salud de su madre lo que le lleva a dirigirse al Sr. Jefe encargado de la Sección de Bellas Artes, responsable de los traslados, en una especie de instancia en tercera persona:

“ que por tener en su compañía a su madre, y padecer ésta una enfermedad de corazón, para lo cual le es en extremo dañoso el clima de esta región, sujeto a constantes variaciones atmosféricas, tienen necesidad de trasladarse a una región de clima más suave, no obstante haber sido siempre su propósito permanecer en éste, su primer destino, hasta su traslado a Madrid”.

Y precisamente también en el mes de diciembre, pero del año siguiente: 1923, exactamente el día 31, María Moliner se incorporara al Archivo de Hacienda de Murcia.

Certifico que durante el tiempo que la señorita María Moliner, Oficial del referido Cuerpo facultativo, ha prestado servicios en este archivo, ha compulsado noventa mil papeletas del Estado….., que redactó mil setecientas doce papeletas…., y que, durante el tiempo que ha servido en este archivo, ha dado pruebas de competencia, laboriosidad y exacto cumplimiento de sus obligaciones. Y para qu así conste, a petición de la interesada, expido la presente en Simancas, a doce de diciembre de 1924. Don Mariano Alcocer, jefe del Archivo de Simancas”.

Es decir que ella solicita esta certificación, encontrándose ya en el Archivo de Hacienda de Murcia, y pocos meses antes de contraer matrimonio con el catedrático de Física: Fernando Ramón y Ferrando al que conocería en aquella ciudad. Lo hace seguramente, con las miras puestas ya en proyectos futuros.

Vemos con claridad que la mente de María fue siempre la hélice de un motor que no paró de girar en torno a esas vidas sucesivas y yuxtapuestas que no dejó de acumular. Ella siempre mirando hacia adelante, como dice su hija Carmina, ya atisbaba la vida ilusionante que les aguardaba en Valencia a ella y a su marido, con quien sin duda compartía esos entusiasmos levantinos. Cumpliría allí sus sueños bibliotecarios que la llevarían a fundar 115 bibliotecas en toda la provincia, y a redactar dos obras cruciales: “Plan Nacional de bibliotecas del Estado” y “Manual para el uso de pequeñas bibliotecas”, además de otros logros culturales.

Pero aquel antiguo sueño de Madrid seguramente permanecía en las entretelas de sus esperanzas. Por eso, cuando en 1945 regresó a la capital como bibliotecaria de la Escuela de Ingenieros Industriales, aún le quedaba luz sufriente para iluminar todas las palabras del idioma con las magníficas definiciones que fue elaborando durante 15 años para su “Diccionario de Uso del Español”.

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