Ahora es más fácil cambiar de sexo que de nombre. Cambias de sexo y tienes a la plana mayor del stablishment a tu favor; leyes, colectivos, plataformas y como des un poco de caña, sales en la tele, tío. Pero si te cambias de nombre eres una renegada y una desagradecida. Y si es un nombre típico de tu territorio histórico, ni se te ocurra, yo que tú no lo haría forastera. También te digo que abierto el melón, me la bufa que no me comprendan las Begoñas y el resto de santas, vírgenes y mártires de la iconografía religiosa planetaria.
La importancia del nombre es vital, que diría Oscar Wilde. La falta de identificación con tu nombre genera frustraciones, complejos y bajas autoestimas que te acompañan de por vida. En mi caso está atenuado por este reconocimiento público. Pero recuerda, sin ir más lejos, la tropa de inadaptados y acomplejados que pululan en el Congreso de los Diputados. Los Pedros, Pablos, Rufianes, Arnaldos y Cármenes, que se creen Calígula, Alejandro Magno, Napoleón o la Pasionaria. Son más peligrosos que el Covid, tío. Contra ellos sí que me vacunaría.