Justo en el mismo momento que iba a empezar a escribir este artículo, me acabo de dar cuenta que cuando publico en este blog casi siempre lo hago para rendir homenaje a personas que han marcado mi vida para bien. Ayer fue un día muy triste porque me enteré de la muerte de dos personajes a los que siempre he admirado: Sean Connery y Javier Reverte. Al primero le copie las patillas que llevaba en la película de John Huston “El hombre que pudo reinar” para participar en una recreación artística sobre la Guerra Zulú de 1879 en la ciudad de Úbeda donde participé como miembro de las fuerzas expedicionarias británicas, al segundo siempre le quise imitar como periodista y escritor, desgraciadamente no lo conseguiré nunca.
Cuando hace unos días una amiga escritora me dijo que Reverte estaba bastante mal de salud, creía que se refería a Jorge, hace unos años le dio un ictus y la última vez que estuve con él le costaba bastante hablar, aunque seguía trabajando y escribiendo con su hijo, que le hacía las veces de traductor. Nunca imaginé que hablaba de Javier Reverte hasta que me hizo salir de mi error. “¡No puede ser! Estuve con él a mediados de febrero de este año, justo antes del confinamiento en el Istituto Italiano di Cultura di Madrid, en la presentación de su enésimo libro “Suite italiana”, la dije sinceramente sorprendido. Ahora me entero de su fallecimiento y una profunda congoja me sobrecoge el corazón. ¡Parecía tan sano! Y no me dijo nada sobre su salud.
No recuerdo las veces que he coincidido con él. Muchas han sido en las presentaciones para la prensa de sus libros y otras en entrevistas que he publicado en diversos medios. En todas aprendía algo nuevo, al igual que en sus certeros documentales. En ellos, nos enseñó a viajar de una manera más holística, más total. No a hacer turismo. Eso queda para las personas que marcan con una muesca sus maletas con pegatinas de cada sitio que han visitado. Reverte nos daba las claves para disfrutar de los viajes, nos revelaba los sitios en los que merecían la pena pararse y nos los mostraba con los ojos de una persona que sabía disfrutar de los lugares a los que iba y de las personas con las que se tropezaba. Sacando de ambos, lo mejor de ellos. Era un viajero paciente, pero riguroso que se fijaba en lo que pocos veían. Y un gran defensor de los derechos de los autores jubilados. Luchó conta las injustas leyes decretadas por el gobierno popular de Mariano Rajoy, al que consiguió vencer.
Durante años trabajó para la Televisión Española y para el diario Pueblo, el último gran vespertino madrileño, en el periódico llegó a ser subdirector del mismo hasta su cierre en 1984. Hasta ese año, sólo había publicado un libro “La aventura de Ulises”, pero al cerrar Pueblo buscó una nueva forma de vida que era la escritura de libros de viajes y, por supuesto, novelas. Lo que más quería hacer era escribir novelas, sin embargo no tuvieron el éxito que merecían, todo lo contrario de lo que consiguió con sus libros de viajes.
Un ejemplo paradigmático fue “Bienvenidos al infierno. Días de Sarajevo”, publicado en 1994 donde consiguió un éxito fulgurante, no ocurrió lo mismo con la novela “La noche detenida” que vio la luz, posteriormente, en el año 2000. Una obra donde noveló su experiencia en los Balcanes y que recibió una serie de críticas furibundas. Tuvo que ser su amigo Fernando Martínez Laínez quien pusiera las cosas en su sitio con una reseña en el ABC alabando los valores de esa obra.
En contra de lo que pudiera parecer, el éxito de sus libros de viajes tardó en aparecer. Su primer gran éxito “El sueño de África” tardó más de dos años en ser publicado. Javier estaba un poco desesperado porque había enviado el manuscrito a siete editoriales y todas le habían respondido de manera negativa. Un día comiendo con algunos compañeros de profesión, con los que se reunía todas las semanas en un chiscón de Juan Bravo, fue el periodista y dramaturgo Ángel García Pintado, fallecido el pasado mes de abril, y a la sazón periodista de El País, él que le dijo que se lo iba a llevar al editor Mario Muchnik, como testigo estaba el también periodista y escritor Fernando Martínez Laínez, que había sido delegado de la agencia EFE en la extinta Unión Soviética y Cuba, además de corresponsal en Londres, y algún otro amigo de la vieja guardia periodística de la Transición.
A Mario Muchnik le costó decidirse, pero al final decidió la publicación y fue uno de sus grandes éxitos editoriales. A partir de ahí, todo fue un camino de rosas para el escritor madrileño que le gustaba perderse en la población segoviana de Valsain para escribir sus libros. Todos sus publicaciones se contaron como éxitos. Viajó por los cinco continentes. Nunca llegó a la Antártida, pero sí cerca como relata en su libro “Confines”. África era su continente favorito, donde le guataba perderse, pero América, Europa, Asia y Oceanía sintieron en su piel los pasos inteligentes de este gran periodista. En el Amazonas, en el año 2004 contrajo la malaria, enfermedad que posiblemente le costase la vida, y nos los contó en “El río de la desolación”. Ahora no sólo hay un río de la desolación, hay todo un planeta.
Sus libros llenan mis estanterías, volúmenes sobre Centroamérica, África, New York, Irlanda, el Ártico e Italia, entre otros. Dos de sus últimas obras estuvieron dedicadas a ese país, “Un otoño romano” y “Suite italiana”. Dos libros llenos de lirismo y pasión. Pero lo que él siempre quiso era ser novelista. No tuvo el reconocimiento que merecía, pero para mí sus mejores obras fueron novelas. En especial, la trilogía que dedicó a la guerra civil, pasión que compartía con su hermano Jorge. Si pueden, no se pierdan las novelas “El tiempo de los héroes”, sobre Juan Modesto y “Banderas en la niebla”, sobre el torero falangista “El Algabeño” y John Cornford, bisnieto de Charles Darwin, y militante de las Brigadas Internacionales y “Venga a nosotros tu reino”, sobre un cura polaco que huye del comunismo establecido en su país. Simplemente obras maestras, como su vida.