Hace dos años visité la comarca de Las Hurdes por vez primera, y toparme con la historia que guarda cada una de las miserables casas que aún se conservan en pequeños pueblos, me removió el alma. Tenía ganas de volver, comprobar si el hermoso meandro de El Melero tenía algo más de agua, pasear los pueblos, asombrarme con la belleza salvaje de los montes agrestes, charlar con las gentes -muchos oriundos de estas tierras que emigraron en busca de una vida mejor y regresan en verano a la casa nueva que se han construido lejos de la que los vio nacer-, degustar la típica ensalada hurdana de limón… Otra vez me he dejado atrapar por estas tierras, aunque el impacto, esta vez, ha sido un puñetazo en las tripas al descubrir que hoy todavía es ayer para algunos habitantes, que la miseria pervive como costumbre y no por necesidad, y que el cambio no solo depende de las ayudas, sino que empieza por uno mismo cuando la parte dura de la historia quedó atrás.
Entonces escribí un artículo sobre las Hurdes. El mismo que hoy reproduzco sin cambios apenas, porque el día que hice esa foto, el tiempo se detuvo.
…Nosotros por el contrario hemos confesado que no hallamos en Las Hurdes ninguno de los elementos legendarios que sirvieron de tema a los cronistas, ni razas distintas, ni seres salvajes y de costumbres extrañas, ni pueblos de liliputienses, sino solo alquerías habitadas por pobres gentes, inteligentes y dulces pero asoladas, ignorantes y, sobre todo, temiblemente hambrientas y enfermas de gravedad. Marañón afirma que el problema de Las Hurdes es un problema sanitario (Comisión formada por los doctores Goyanes, Hoyos Sainz, Bardají y Marañón). Madrid, marzo de 1922.
Siempre he sabido que el sinónimo más claro de pobreza era “Hurdes”; una tierra agreste, dura y recóndita al norte de la provincia de Cáceres en la raya con la provincia de Salamanca. Limita con la Sierra de Gata, las Tierras de Granadilla y la sierra de Francia -Salamanca-. Tiene una extensión de 499,37 Km cuadrados y lo forman seis municipios.
Fue la zona más deprimida y atrasada de una España no muy lejana y nunca imaginé que un recorrido por el corazón de esta comarca removería en mí emociones tan profundas. Estamos en el verano de 2022 y han pasado cien años desde que el rey Alfonso XIII realizara un viaje de cuatro días a Las Hurdes -el 20 de junio de 1922-, junto con doctor Gregorio Marañón y una pequeña comitiva de fotógrafos de prensa y dos periodistas. Visitaron Casar de Palomero, Caminomorisco, Nuñomoral, Casares de las Hurdes y Las Mestas.
Si no se habla de algo, es que no existe… Cuando la historia duele tanto, es terapéutico pasar página y dejar que la memoria selectiva borre los malos recuerdos. Aunque no sean vivencias personales, propias, sino de nuestros antepasados cercanos. Es muy difícil querer admitir la miseria extrema en la que vivieron los abuelos y, posiblemente los padres, ya ancianos o recién fallecidos; es más cómodo negar unas condiciones de necesidad extrema, de carencia absoluta porque no había de nada en esta economía de subsistencia, en esta tierra en la que era imposible la siembra de cereales.
Existió una leyenda negra, siniestra, que asimilaba la palabra hurdano -o jurdano- a salvajismo degenerado, a gentes dejadas a su suerte en este núcleo abandonado de la civilización cercana; desamparados social y culturalmente. La bibliografía antropológica se encargó de explorar y divulgar determinados aspectos de la vida de los habitantes de la comarca que alimentaba la fábula y los hacía parecer “diferentes” a las gentes civilizadas y decentes que se convertían en jueces. Ahondaba en sus carencias y desgracias para mostrarlos pérfidos y amenazadores. ¿Tragedia o realidad? ¿Mitos o certezas?... como la del “panaero limosnero”, esa persona que recorría comarcas vecinas solicitando la caridad en forma de mendrugos de pan, con los que alimentar a los vecinos de las alquerías a su regreso. Esta práctica, los moralistas lo achacaban a su miseria espiritual, a su vagancia y a la abulia extrema.
Otra fuente de ingresos de los hurdanos, es la que se denominaba “crianza mercenaria” de los niños expósitos de las inclusas de Plasencia y Ciudad Rodrigo. Parece un contrasentido que enviaran a los niños “pilos” a criarse con nodrizas hurdanas a una zona en la que el índice de mortalidad infantil era terriblemente alto… las posibilidades de supervivencia eran escasas. ¿Podían unas mujeres famélicas amamantar a dos niños a la vez? ¿cuál de los dos bebés pasaría más hambre? en los años 20 se desterró esta práctica.
Requiere también especial atención la “vivienda hurdana”; habitáculos pizarrosos donde sus habitantes convivían con el ganado en pésimas condiciones higiénicas y estéticas. Las casas estaban muy juntas, apiñándose en calles estrechas y empinadas. Aunque no de la misma manera ni en la misma estancia, en la mayoría de los pueblos españoles se convivía con los animales -las cuadras estaban junto a las viviendas-. Pero eso también lo hemos olvidado.
Enfermedades endémicas casi erradicadas ya en el resto de España, arraigaban entonces en Las Hurdes, cebándose en una población débil, desnutrida y hambrienta. Hablamos de paludismo, anemia, tuberculosis, bocio, cretinismo -la leyenda negra afirma que era frecuente la consanguinidad en un grupo tan aislado geográficamente que practicaban una endogamia grupal casi por obligación; en Casares, Alfonso XIII vería los tipos más dolorosos de los cretinos: hombres y mujeres de 25 a 30 años y de 70 centímetros de altura-; el enanismo, la imbecilidad y la sordomudez campando a sus anchas por la geografía hurdana. Graves enfermedades en esta comarca cacereña que marcaron una época negra en nuestra historia reciente y que, gracias a los estudios del doctor Marañón consiguieron paliar.
La misión de la Iglesia adquiere importancia cuando asume el papel de restauradora de la dignidad, luchando contra un ejemplo infame de desidia moral y física que diezmaba una población descarriada. Destacaron dos instituciones: El convento carmelita de San José del monte de las Batuecas -municipio de La Alberca-, fundado a finales del S. XVI, ocupado en la actualidad por la Orden de los Carmelitas Descalzos; y el convento de Los Ángeles en las cercanías de Pinofranqueado, en completa ruina desde mediados del S. XIX. En 1951, en el corazón de Las Hurdes, en el lugar más pobre y escondido, donde no había carreteras, sin las más mínimas condiciones básicas para vivir, donde solo parecían crecer rocas, se coloca la primera piedra de “El Cottolengo del Padre Alegre”, entre las localidades de Fragosa y Martilandrán, junto a las aguas del río Malvellido. Se trata de una casa de Providencia dedicada a los más pobres y desahuciados, que lleva a cabo una labor callada y silenciosa. Se suman a la tarea las Hermanas Servidoras de Jesús, que siguen el lema de San José Benito Cottolengo. Los hurdanos agradecen la presencia de esta institución caritativa, que recibió el premio Humanidad en 2006.
Hoy, todos los que viajan por la zona, conocen el documental de Buñuel denominado “Las Hurdes: tierra sin pan”; la mayoría de los diarios extremeños lo criticaron y renegaron de él porque consideraban que calificaba a los hurdanos como “seres extraños, sin moral, sin sentimientos y sin dignidad, llamándolos enanos y cretinos”. Cuentan que fue una puesta en escena tremendista y exagerada, en la que los lugareños representaban su propio papel. Estremece la fotografía de la niña moribunda que, por suerte, no murió, o la de la mujer “anciana” amamantando un bebé, que podía tener solo treinta y dos años. Las Hurdes no eran solo una tierra sin pan, eran también una tierra sin canciones. Todos los progresos logrados tras la primera visita de Alfonso XIII no consiguen acabar con la leyenda negra que el documental de Buñuel de 1933 parece dar alas. ¿Detractores? Muchos.
A Las Hurdes no solo viajaron reyes y directores de cine. Hubo muchos voluntarios que compartían veranos con los hurdanos formando parte de las escuelas de verano. La experiencia de Celia me tocó el corazón y me animó a realizar esta visita. Era 1989 cuando, con veintitrés años y la carrera recién terminada -al igual que la carretera por la que accedieron-, mi amiga llegó a El Gasco con el grupo de voluntarios veteranos “reincidentes”. Su objetivo era dar clases de repaso y recuperación a los niños de la zona para que no abandonaran los estudios, o para que los continuasen. Recuerda que era una zona un poco diferente del resto de España, con menos medios y más dificultades. No había agua corriente, tenían que cogerla en cubos en una fuente, y mucha gente lavaba en el río. El pueblo le causó un enorme impacto por lo espectacular de su paisaje, pero un poco difícil para la vida… las mujeres mayores seguían llevando sayas negras y un pañuelo en la cabeza. Estampa que hacía tiempo que no veía. Aun se emociona cuando habla de los niños: eran juguetones con muchas energías y libertad para andar por el pueblo; en clase ponían interés, preguntaban y pedían ejercicios más complicados. No eran conscientes de estar en desventaja con otros niños porque para ellos, la vida era así. Los padres les regalaban cerezas y se interesaban por los chicos, porque querían un futuro mejor para ellos. Tenían cabras y se dedicaban a labores temporales en el campo, pero parecían buscar para sus hijos una vida más estable o con más posibilidades… El grupo de Celia estaba formado por niños de entre once y trece años, en Martilandrán, “me llevaba la camioneta que repartía el pan, que tenía una puerta que no cerraba bien” y entre sus recuerdos más nítidos está el de una niña muy inteligente pero que, por problemas familiares no podría seguir estudiando, y El Gasco, por la falta de espacio y tantas casas de pizarra.
Las Hurdes ya no duelen… tanto. A partir de 1940 se ponen en marcha medidas encaminadas a su desarrollo económico: una intensa repoblación forestal de pinos que, al final, acabó con el trabajo de muchos cabreros, apicultores y carboneros. Y sucede lo inevitable: pérdida de población (un 43% en los últimos cincuenta años; un 74,7 la provincia de Cáceres en su conjunto en los últimos diez años. La España vacía se agranda). Hoy, ya no son un territorio aislado debido a las inversiones en infraestructuras, ni su población es analfabeta, ni existen enfermedades endémicas. Toda la comarca es conocida por la excelencia de sus productos, por su cultura popular y por la belleza de su entorno privilegiado. La tierra, con tesón y esfuerzo, sigue proporcionándoles productos naturales y es el verdadero motor de la economía rural: la miel –la abeja europea, la Apis Mellifera, no tiene secretos para el Tío Picho que aprendió a susurrarla en esta tierra extremeña de encinares, alcornoques, castañares, robledales, jarales, brezales, retamales…-, y los olivos, cultivados en bancales, en esas terrazas que se asoman a los ríos, producen, aunque de manera reducida, el aceite de oliva virgen extra Gata-Hurdes; y a la belleza natural de Las Hurdes se suma la riqueza de su gastronomía, los exquisitos quesos de cabra, la ensalada contundente de limón -que incluye huevo y chorizo-, la caldereta de cabrito…, la miel, mucha y rica miel y la amabilidad de sus gentes.
Meandros, saltos de agua, miradores… Las Hurdes es un maravilloso lugar para perderse y escuchar el silencio. Ahora ya no hay hambre, solo sed. Como en el resto de España. Como en el mundo entero.
Miguel de Unamuno, en su viaje a las Hurdes en 1913, impresionado por el paisaje, por los saltos de agua y los meandros de los ríos, escribió… si en todas partes del mundo, los hombres son hijos de la tierra, en Las Hurdes la tierra es hija de los hombres.
Para saber más:
.- “Las Hurdes, tierra sin pan”. Luis Buñuel 1931
.- Las Hurdes. Centro de Documentación. Pinofranquedo, C/ Era, 3 Tlfno: 927 674 133
.- ARCHIVO MUNICIPAL DE CASARES DE LAS HURDES (CÁCERES)
.- Estudios sobre Las Hurdes de Buñuel. Francisco Javier Herrera Navarro. Editoria Renacimiento. ISBN 9788484722717
.- Aproximación a la “Leyenda Negra” de las Hurdes: las visiones de Marañón, Buñuel y Albiñana. Roberto C. Montañés Pereira
.- 100 años del viaje de Gregorio Marañón con el rey Alfonso XIII a Las Hurdes: hito de la humanización sanitaria en España. Fundación Ortega y Gasset- Gregorio Marañón
.- “Volando voy: Las Hurdes”. Jesús Calleja