Uno de los objetivos de la expedición era dibujar el mayor número de plantas posibles del Nuevo Reino de Granada –el territorio que actualmente ocupan Colombia y Ecuador–, para plasmar así la variada y abundante flora de este virreinato. Desde la hierba más simple hasta el árbol más majestuoso, con el propósito de enviar estos nuevos especímenes a España para describirlos, publicarlos y darlos a conocer entre los botánicos europeos.
Para ello, Mutis contrató a numerosos dibujantes locales que formaron una escuela taller bajo la dirección de Salvador Rizo, mayordomo de la Expedición y jefe del taller de pintura. “Se admira usted de que en América haya podido conseguir pintores notabilísimos, pues ha de saber que mis láminas van saliendo cada día más bellas, si no me engaña mi propio parecer. Amaestré en estos trabajos a varios jóvenes que ya conocían por los menos los rudimentos del dibujo”, escribió Mutis a Pedro Jonás Bergius, famoso botánico sueco.
La casi total producción de los dibujos es atribuida a más de 40 pintores locales oriundos del Virreinato que trabajaron en el Taller durante los más de 30 años que duró la Expedición, con muy escasa presencia de obra de dibujantes peninsulares.
Con una de sus publicaciones anuales más populares y apreciadas, el calendario, el Real Jardín Botánico (RJB) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que durante 2021 celebra el 265 aniversario de su creación, rinde homenaje a la colección Mutis que custodia su Archivo Histórico desde 1817 ofreciendo una selección de esos dibujos en su almanaque del próximo año.
La escuela de dibujantes, bajo la supervisión de Mutis, llegó a tener casi medio centenar de personas en nómina y cada una especializada en un área como los despieces florales, el hábito de la planta, la iluminación o la caligrafía. Se realizaba el dibujo a color y una copia en blanco y negro o sepia, ésta última para que sirviera de base en el grabado de la plancha de cobre. El resultado final de la colección fue excepcional, virtuoso, prácticamente perfecto. Algunos de estos pintores, como Francisco Javier Matís, se especializaron en el dibujo de las disecciones de las anatomías florales y de los frutos. Los artistas procedentes de Quito fueron considerados entre los mejores, ya que venían de una escuela con una notable formación artística. Destacaron, entre estos, los hermanos
Cortés Alcocer, Mariano de Hinojosa y José Manuel Martínez.
Para conseguir los pigmentos con los que iluminar las obras, los artistas se valieron de las propiedades tintóreas de los vegetales, minerales y animales locales, logrando una gama cromática muy rica. Los azules y violáceos, por ejemplo, se obtuvieron del añil, el árnica y el espino pujón; los verdes de la chilca; el rojo del insecto de la cochinilla y del palo del Brasil o brasiletto; los amarillos del achiote; los naranjas del azafrán.
Los pigmentos extraídos se mezclaban con aglutinantes elaborados con aceites, huevo, gomas y mordientes como el amoniaco, vinagres de Castilla destilados, agua regia y otros productos, con el fin de avivar los colores, asegurar los matices y dotarlos de permanencia. Los dibujos, de un tamaño gran folio (54,5 x 38 cm), fueron realizados al temple sobre papel mezcla de lino y algodón de fabricación holandesa. Estos dibujos, a pesar de su aspecto esplendoroso y artístico, mantienen un absoluto rigor científico. Se ha plasmado en ellos la realidad material de las plantas y flores tal y como aparecen y podemos reconocerlas en la naturaleza, con su color, su tamaño y sus detalles tanto en las raíces, bulbos, tallo, hojas y flores, y en un minucioso despiece anatómico.
Como su fin último era la publicación, los pintores dibujaron al menos dos láminas de cada planta. Una monocroma a línea de tinta para pasarla al grabador, que usaba de guía para abrir la plancha de grabado y estamparla para su publicación, y otra iluminada que servía de muestra para el coloreado a mano de las estampas una vez grabadas. El calendario 2021, del que se han editado 2.500 ejemplares y ya disponible en la tienda del Botánico, tiene un precio de venta de 15 euros, un mínimo coste si lo comparamos con el valor artístico de una colección de 7.600 ilustraciones que tiene el reconocimiento del Registro de Memoria del Mundo de la UNESCO para América Latina y el Caribe (UNESCO-MOWLAC).
A los artistas se les pagaba por jornada trabajada de unas 10 horas al día en la que aprovechaban al máximo la luz solar. “Cada lámina me cuesta mil suspiros”, dijo Mutis alguna vez. Ahora, curiosamente, el calendario del RJB-CSIC incluye cuatro láminas de otros tantos meses que se pueden enmarcar y que se ofrecen gratuitamente.