Ahora sabemos que las lagunas de Ruidera tienen su origen en el Acuífero 24, que se extiende por la planicie del Campo de Montiel a una altitud media de 900 metros, que las alimenta a través de infinidad de manantiales y fuentes, unos en superficie y otros en el interior de ellas. Las lagunas son el resultado de una falla en el noroeste del acuífero, una extraordinaria “rotura” por donde desagua éste, conformando la maravilla natural que es el complejo lagunar de Ruidera que, a su vez, es el inicio de todo el sistema hídrico del Guadiana Alto. Hay quien opina que las mismas lagunas ya constituyen el primer tramo del propio rio, que en su inicial discurrir forma ese extraordinario rosario lagunar.
El Guadiana es el “Flumen Ana” que Plinio el Viejo nos documenta, con gran acierto y no menos conocimiento, en su Naturalis Historia en la que relata su ciclo subterráneo con estas palabras “…este rio naciendo en el Campo Laminitano de la España Citerior, y derramándose unas veces en anchos estanques, y otras ciñéndose en angostas corrientes, o escondiéndose de todo punto en grutas, y cuevas de la tierra, y holgándose de nacer muchas veces, derrama sus aguas en el mar Atlántico…” Una descripción bastante precisa.
Desde muy antiguo tenemos constancia de la intervención humana sobre el cauce original del Guadiana Alto, en principio con pequeñas acequias de riego, sobre todo en la etapa islámica, y posteriormente con la construcción de un canal de más envergadura que a veces se fue haciendo mediante la canalización de la misma caja natural del rio. La existencia de ambos ha originado alguna confusión histórica, sobre todo porque en numerosas ocasiones se les nombraba de igual forma, pero lo cierto es que la presencia de un canal artificial situado en la margen izquierda del rio, el llamado caz viejo del Guadiana, veremos que está sobradamente documentada.
Ya en el siglo XIV conocemos la existencia de un incipiente canal, parece ser que mandado construir por Frey Fernando Rodríguez de Balbuena, Gran Prior de la Orden de San Juan entre los años 1321 y 1339, cuya construcción estaba validada por la propiedad que esta Orden tenía sobre dos de las llamadas lagunas bajas, debido a que en la Concordia del año 1237 establecida entre las Órdenes Militares de Santiago y de San Juan, con la mediación de la Orden de Calatrava, se había aceptado que la mayoría de las lagunas quedarían en poder de la Orden de Santiago, excepto las dos últimas, la Coladilla y la Miravetes, actualmente llamada Cenagal, que pasarían a pertenecer a la Orden de San Juan.
Sin duda esta situación, resultado de la Concordia negociada tres siglos y medio antes de que Cervantes escribiese El Quijote, era sobradamente conocida de éste, puesto que no dudó en afirmar “… solamente falta Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan.” (El Quijote, cap. XXIII, 2ª parte). Recordemos que los Reyes de España eran los Maestres de la española Orden de Santiago, de ahí lo de hijas, y las otras dos se quedaban solo en sobrinas por ser de una Orden foránea, la de San Juan.
La importancia estratégica de la laguna Miravetes era tremenda, pues en ella se recogía el agua que fluía por todo el complejo lagunar para iniciar, a partir de ese punto, el auténtico nacimiento en superficie del Guadiana Alto. Pero sabemos que con el tiempo parte de su caudal se derivó hacia el referido caz viejo del Guadiana a través de la presa del Atajadero, situada a unos 1.500 metros antes de llegar al castillo de Peñarroya y hoy en el fondo del pantano del mismo nombre. La fecha de construcción del azud del Atajadero no hemos podido documentarla con exactitud, posiblemente se construyó al mismo tiempo que el canal de Frey Fernando Rodríguez de Balbuena, pero sí sabemos de su enorme importancia de la mano del primitivo canal.
De la existencia de este pretérito canal, que en principio solo se utilizaría para uso agrícola pero que amplió su capacidad para abastecer a los molinos hidráulicos harineros, tenemos noticia en el año 1404, cuando Enrique III concede a la Orden de San Juan un privilegio por el que le autoriza a usar “las aguas del rio” y a la construcción de “las Azudas del Guadiana”.
Abundante información la volvemos a encontrar en el siglo XVI, principalmente en toda la documentación relacionada con Argamasilla de Alba. Según escribe Pascual Antonio Beño Galiana en su libro Argamasilla de Alba. El lugar de La Mancha, 1982, la Argamasilla actual fue fundada, en torno a 1531, por el Prior Don Diego de Toledo de la Casa de Alba, de ahí su apelativo, aunque el primer asentamiento, iniciado el siglo XVI, estuvo junto al antiguo castillo de La Moraleja, pero pronto se abandonó por motivos sanitarios. Desde aquí se trasladó al cerro del Boñigal en Santa María, en donde ya existía algún molino agua y en el que se agruparon las poblaciones procedentes de La Moraleja y las surgidas al amparo de los castillos de Peñarroya y el antiguo de Argamasilla, pero las crecidas del Guadiana y posiblemente el tifus diezmaron la población, que se traslada a un lugar más idóneo, el llamado Lugar Nuevo, junto a la Vereda Real.
Pilar Serrano de Menchén, en su trabajo sobre Las Normas Capituladas de la Fundación de la Parroquia de Argamasilla de Alba, publicado en Cuadernos de Estudios Manchegos, nº 42, para conmemorar el 475º aniversario de dicha fundación (1542-2017), nos dice que el capítulo 35 de las mismas trata sobre las prohibiciones para utilizar las aguas del caz que cruzaba la villa y de las sanciones que se imponían a los infractores, que irían en beneficio de la construcción de dicha iglesia.
Y en las Relaciones Topográficas de Felipe II, año 1575, correspondientes a Argamasilla de Alba vemos lo siguiente “…dos leguas de esta villa arriba se toma el agua y viene encazado y pasa por esta dicha villa el dicho caz, y va adelante tres leguas encazado…continuando desde allí a otros molinos…”. Sin duda se refiere a los de la Membrilleja, el Cuervo y del Tejado situados aguas abajo de Argamasilla.
Sin embargo, Juan Alfonso Padilla Cortés en su Historia de Argamasilla de Alba nos dice que, tras una enorme inundación ocurrida en la laguna del Rey, en el año 1545, siendo Gran Prior de la Orden D. Diego de Toledo, que lo fue desde 1531 a 1578, se aprovechó para desviar el rio desde el sitio denominado Atajadero por un canal que llevó las aguas a los molinos harineros de La Parra, Nuevo y Santa María. Como vemos no hay duda de la existencia, profusamente documentada, de un canal que, tomando parte de las aguas del Guadiana Alto en el azud del Atajadero, alimentaba a los molinos harineros propiedad de la Orden de San Juan y en su recorrido atravesaba el Lugar Nuevo de Argamasilla.
La ilustración que encabeza este artículo está sacada del libro Descripción Histórica del Gran Priorato de San Juan Bautista de Jerusalén en los Reinos de Castilla y León de Domingo Aguirre, año 1769. En ella se ve el recorrido que sigue el rio Guadiana, sin diferenciarlo del canal artificial, por el Priorato de San Juan desde la laguna Miravetes, junto al Campo de Montiel, hasta su llegada a las tierras de la Orden de Calatrava. Se observa la ubicación de los batanes, de los molinos harineros, del castillo-ermita de Peñarroya, de la propia Argamasilla de Alba, del castillo de Cervera, de la Real Fábrica de Pólvora, del sitio de Villacentenos, de su encuentro con los ríos Záncara y Gigüela y de su paso por Villarta y Arenas.
Por su relevancia histórica para esta época creemos conveniente hacer un breve comentario sobre la Fábrica de Pólvora. Siguiendo el cauce del canal y pasado el último de los molinos, el del Tejado, nos encontramos con el castillo y Real Sitio de Cervera (hoy Alameda de Cervera), en donde estaba ubicada la Fábrica de Pólvora de la Real Hacienda, en su momento una de la más importante del Reino. Contaba con dependencias administrativas, almacenes, casas para los empleados y cuatro molinos para la obtención de la pólvora. Conocemos el nombre de tres de estos molinos, el de Santa Bárbara, el de San Antón y el de San Lorenzo, pero no hemos podido documentar el nombre del cuarto de ellos.
Para la obtención de la pólvora negra se necesitaba salitre, carbón vegetal y azufre, más una fuerza motriz que impulsase los molinos que trituraban y mezclaban estos tres elementos. Cada país tenía su propia formulación para la mezcla de esos componentes, la de España era un 75% de salitre, un 12,5% de carbón vegetal y un 12,5% de azufre. El carbón vegetal se obtenía del enorme encinar que se extendía al suroeste de Cervera. El azufre, que inicialmente se importaba de Italia, se traía, a partir del año 1570, de Hellín tras la puesta en explotación de su Coto Minero. El salitre, la materia prima más importante y de mayor proporción en la mezcla, se obtenía en la Real Fábrica de Salitre de Alcázar. La fuerza motriz, en este caso hidráulica, la aportaba el agua procedente de las lagunas de Ruidera que discurrían por el caz viejo del Guadiana.
Para describir la Real Fábrica de Salitre nos remitimos a los datos aportados por Carlos López-Bonilla Rodríguez en Una descripción de Alcázar en el siglo XVIII en donde se recogen las respuestas dadas al cuestionario-interrogatorio enviado por Tomás López de Vargas, geógrafo real de Carlos III, en torno a los años 1783-1785, a los pueblos y villas de la diócesis para confeccionar su Diccionario Geográfico.
La novena pregunta del citado cuestionario se refiere a “Manufacturas y fábricas que tiene; de qué especies y por quien establecidas; qué cantidad elaboran cada año …” y la contestación es la siguiente “La fábrica de salitre de esta villa es la más útil y mejor que hay en este reino. Su establecimiento es muy antiguo y por morosidad y desidia de los antepasados no se tiene noticia de su origen, pero una inscripción que se haya en la torre de su edificio manifiesta el evidente principio de sus progresos; dice se hacía aquella fábrica año de 1518, siendo proveedor general de la pólvora de España y administrador general de Alcázar don Miguel Francisco Aldecoa…. el salitre que anualmente produce es 5.000 arrobas de afinado o algo más, según el temporal. Este material se lleva a las cuatro máquinas hidráulicas de los molinos de pólvora que mueve Guadiana en el sitio llamado Cervera, dos leguas de esta villa…. En el día se van a trasladar estas máquinas a Ruidera, nueve leguas de esta villa, donde el serenísimo Infante Don Gabriel les ha hecho con sus respectivas oficinas para los empleados en esta labor, en trueque de las máquinas citadas de Cervera, de que será dueño verificada la traslación”.
Como se observa en la propia respuesta ya se había decidido el inminente traslado de la fábrica de pólvora desde Cervera a Ruidera, lo que ocurrió en 1783 tras firmarse un convenio entre la Real Hacienda y la Mesa Maestral de Santiago por el que se ampliaban los territorios de la Orden de San Juan hasta la laguna Colgada. Para su nueva ubicación se aprovecharon unos batanes existentes en la desembocadura de la laguna del Rey, siendo elaborado el proyecto de traslado por el arquitecto D. Juan de Villanueva. Es de suponer que esa decisión estuvo motivada por la idea de que a Cervera acabaría llegando un caudal de agua insuficiente para mover los molinos, agua que se necesitaría para alimentar un ambicioso proyecto de regadío que se estaba ejecutando en esos años y, por el contrario, en Ruidera si estaba asegurado un caudal constante y suficiente para ese menester.
De lo que estamos convencidos es de que la Orden no utilizaba este canal para el riego y sí como fuerza motriz para mover sus molinos harineros y los de la Fábrica de Pólvora de la Real Hacienda. Así las cosas, nos adentramos en la segunda mitad del siglo XVIII, el Siglo de la Ilustración, con el Infante Don Gabriel Antonio de Borbón, hijo de Carlos III, como Gran Prior de la Orden de San Juan desde el año 1766, título que le daba derecho a beneficiarse de las rentas generadas por el Priorato. De hecho, Carlos III para asegurar estas rentas publicó el 26 de marzo de 1785 una Real Cédula, avalada por un breve pontificio del Papa Pio VII, mediante la que establecía un Mayorazgo/Infantazgo con los bienes y rentas de la Orden a favor de su hijo Don Gabriel Antonio y de todos sus descendientes varones legítimos.
Durante el Periodo de la Ilustración, son muchas las voces que claman por un cambio en la agricultura y un mejor aprovechamiento de los recursos hídricos para mejorar los problemas agrarios del país, tema que es fuente de continuos debates entre las personalidades más influyentes de aquellos años. El benedictino Padre Feijoo en su obra Teatro Crítico Universal y en concreto en el discurso Honra y provecho de la agricultura dice “…acaso no hay reino de alguna economía en el mundo que se aproveche menos del beneficio del agua de los ríos que España. Por lo común la disposición del terreno gobierna su curso sin que nadie les vaya a la mano, cuando se podría lograr inmensa utilidad desangrándolos en sitios oportunos…”
Pero sobre todo es Melchor Gaspar de Jovellanos quien, en su obra Informe sobre la Ley Agraria, que le había encargado la Real Sociedad Económica de Amigos de Madrid, hace una encendida defensa de la necesidad de poner en regadío las resecas tierras de España. Del Informe transcribimos “…su necesidad (de los riegos) proviene de que el clima de España en general es ardiente y seco, y es grande por consiguiente el número de tierras que, por falta de riego, o no producen cosa alguna, o sólo algún escaso pasto. Si se exceptúan las provincias septentrionales… apenas hay algún territorio en que el riego no pueda triplicar las producciones de su suelo, y como en este punto se repute necesarios todo lo que es en gran manera provechoso, no hay duda, sino que el riego debe ser mirado por nosotros como un objeto de necesidad casi general…”
Sea como fuere, bien por estar totalmente imbuido del espíritu de la Ilustración o para asegurarse la mayor cantidad de rentas posible generadas en el Priorato, o tal vez por ambas cosas, lo cierto es que el Infante promueve un ambicioso proyecto para renovar y ampliar el antiguo canal, con el fin de aumentar la producción agrícola mediante el regadío, impulsar la industria y fijar población. El trabajo se lo encarga al arquitecto D. Juan de Villanueva, que el 23 de enero de 1777 había sido nombrado arquitecto del Príncipe e Infantes. Villanueva viaja a la zona en dos ocasiones y el 20 de noviembre de 1781 presenta en El Escorial el Proyecto del Canal del Gran Priorato de San Juan, bajo el título de “Plan geográfico de las Lagunas de Ruidera y curso que hacen sus aguas sobrantes con el nombre de rio Guadiana”. Obra hidráulica que a partir ese momento se conocerá como Canal del Gran Prior.
El Proyecto comienza con esta frase “No sé, si mi insuficiencia tendrá acierto para manifestar al superior saber de V.A. las observaciones ejecutadas en los dos reconocimientos, que por orden de V.A. he practicado del curso de las aguas llamadas de Guadiana, que afluyen por el Real Priorato...” Está dividido en cuatro partes y estudia y propone el aprovechamiento de las aguas desde la laguna de Miravetes hasta el límite del Priorato en Arenas de San Juan, finalizando así “…Y para el logro de todo lo que propongo con el orden más regular y económico, comprendo que las primeras obras deberían principiarse por la continuación de la Acequia Grande desde las Huertas de Carranza, para dar principio al riego de toda la Vega que llaman de Villacentenos…Y teniendo a bien V.A. la ejecución de estas obras, dispondré los planos, explicación y cálculos de todo lo que deberá hacerse, que solo como una idea General propongo en este papel. Los proyectos de la primera, segunda y algo de la tercera parte, solo podrán tener lugar cuando V.A. pueda usar con entera libertad de las aguas, como debe por sus derechos, y solicitar por las diligencias practicadas”. Estas palabras de Villanueva nos vuelven a confirmar la existencia del viejo canal, al que desde el primer momento llama la Acequia Grande.
Por los planos aportados por Juan de Villanueva tenemos pleno conocimiento de las infraestructuras más importantes ya existentes y el trazado definitivo propuesto. Laguna Miravetes, molino Miravetes, batanes, casa Sotillo, casa Delgado, azud del Atajadero, (comienzo de la Acequia Antigua), castillo de Peñarroya, molino de la Parra, molino Nuevo, molino de Santa María, Lugar Nuevo de Argamasilla, molino de la Membrilleja, molino del Cuervo, molino del Tejado, castillo de Cervera y molinos de pólvora del Rey. Hasta aquí rio y canal confunden su discurrir, pero pasado este punto se separan y el cauce natural del rio Guadiana continua su curso para encontrarse con el rio Záncara, pasada la casa del Preso, en la llamada cárcel de los ríos y el canal se prolongará por la huerta de Marañón y las ruinas del castillo de Villacentenos hasta el cerro de las Cabezuelas, en cuyo paraje se unirá con el Záncara-Guadiana y con el Gigüela, para formar una única corriente que atravesando Villarta abandona definitivamente el Priorato por Arenas de San Juan.
Para oficializar el proyecto se aprueba, el 14 de marzo de 1783, la “Real Cédula de S. M. Carlos III por la que se sirve aprobar las Ordenanzas para la Construcción y Gobierno del Canal del Gran Priorato de San Juan, que ha de ejecutarse a expensas del Serenísimo Infante Don Gabriel por su arquitecto Don Juan de Villanueva”. En cuyo prólogo se dice “Por cuanto por el Infante Don Gabriel, mi amado hijo, Gran Prior de Castilla en la Orden de San Juan, se me pidió permiso para abrir a su costa en el Gran Priorato una Acequia de riego con las aguas que salen de Ruidera, y otras que se pierden, empantanando, y haciendo mal sanos aquellos países, pudiéndose recoger y hacer sumamente útiles; complacido del celo patriótico, con que promueve la Agricultura y la Industria en los pueblos de su Dignidad, le respondí estaba conforme en que pusiese en práctica el expresado proyecto…”
En las citadas Ordenanzas se desarrolla toda la normativa necesaria para el buen funcionamiento de la obra, desde que aguas se encauzarán por el canal (cap. I), hasta la composición del cuerpo directivo-administrativo que lo dirigirá, pasando por los tipos de cultivos que deben de sembrarse, básicamente trigo, cebada, legumbres, lino y cáñamo, huertas con todo tipo de hortalizas y frutales, los caudales y horas de riego, los tributos a reportar al Prior, etc.
Así mismo, recomiendan la plantación de moreras en las márgenes de las acequias para el establecimiento de fábricas de seda, material muy demandado en esa época por la Real Fábrica de Tapices. También dicen que se construirán, a costa del Infante, en los parajes que parezcan más convenientes algunas casas con el fin de fijar población estable. Tal fue el caso del poblado de La Magdalena en donde se aposentaron colonos llegados de Murcia y de Lorca en el año 1785.
También facultan a D. Juan de Villanueva para que decida las zonas y extensiones de terreno que se pondrán en regadío tras la apertura de los correspondientes brocales y acequias de distribución, pero reafirmando que la construcción del canal y su depósito general en la laguna de Miravetes ha de tener, a parte de la finalidad del riego, la de surtir de las aguas necesarias para el buen funcionamiento de los molinos harineros propiedad de la Dignidad Prioral situados en esta zona. Es conveniente recordar que el Priorato tenía la exclusividad de la molienda del trigo en sus numerosos molinos hidráulicos, razón por la cual no se construyeron molinos de viento en las tierras de la Orden hasta finales del siglo XVIII. No es descabellado suponer que “la espantable y jamás imaginada aventura de Don Quijote con los molinos de viento”, narrada en el capítulo VIII de la 1ª parte, sea un intento de Cervantes para agradar a la Orden debido a la animadversión que ésta les profesaba o, por el contrario, su finalidad sea la de ridiculizar esa situación. Quién sabe.
Llegados a este punto debemos volver a las Relaciones Topográficas de Felipe II correspondientes a Argamasilla, en las que se dice que “existen ocho molinos, con ocho piedras, además de seis batanes”. El número de molinos coincide con los seis nombrados por Villanueva, más el de Miravetes que estaba en la entrada de esta laguna y otro cuyas ruinas, según nos dice el propio Villanueva, se encontraban entre los del Cuervo y del Tejado, “...hasta que pasando (el canal) por las ruinas de otro, llega al Molino del Texado…”. Este molino en ruinas debe de ser el que aparece en el Catastro del Marqués de la Ensenada, año 1752, con el nombre de San José.
Los seis batanes estaban concentrados en el tramo comprendido entre la laguna Miravetes y el Atajadero, en la parte más angosta del cauce natural del rio. Por la respuesta número 22 de las Relaciones Topográficas conocemos que “cada batán de estos tiene una pila, y que dichos molinos y batanes son del Priorato de San Juan y de su dignidad, que los posee y goza el dicho don Antonio de Toledo, prior”, así como sus nombres: de la Isla, de la Zarza, del Chocano, de la Parra, del Espino y de Santa María. Sobre ellos Villanueva comenta lo siguiente “…y los Batanes de V.A. que se hallan situados en este trecho; cuyas máquinas están tan maltratadas, que es una irrisión el verlas, y difícil que los trabajos que en ellos se ejecutan, puedan ser de utilidad…”.
Sin tomar partido en ello, debemos de señalar que algunos estudiosos de El Quijote defienden la idea de que la aventura de los batanes, narrada en el capítulo XX de la 1ª parte, se desarrollara en estos parajes, sobre todo por el desenlace de ésta. “Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido, que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido. Y eran -si no los has, ¡oh lector!, por pesadumbre y enojo- seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban”. Seis mazos de batán, ¿por qué hacer referencia a su número exacto?
Retomando el proyecto de Villanueva nos llama poderosamente la atención la exactitud con la que aforó la cantidad de agua que podían embalsar todas las lagunas de Ruidera, exactamente 40.406.600 varas cúbicas (23,6 hm3). Según el Estudio de batimétrico de los vasos de las lagunas realizado por la Confederación Hidrográfica del Guadiana en el año 1989 su capacidad máxima es de 23,06 hm3; medio hectómetro cúbico de diferencia, solo un 2,3% de error, asombroso. También calculó la cantidad de agua que había embalsada en el año 1781, 33.147.100 varas cúbicas (19,37 hm3).
También es de destacar la valoración económica que hace de la obra, 1.177.426 reales, en la que incluye la acequia principal, las acequias y brocales de distribución, los puentes a construir, las casas de servicio y hasta la plantación de una hilera de árboles a cada lado del canal. No incluye en esta partida el traslado de la fábrica de pólvora, que como hemos visto con anterioridad fue motivo de un proyecto diferente.
Es curioso como describe Villanueva la llegada del canal a Cervera pues por primera vez oímos hablar de su arboleda, la que le dará su actual nombre, Alameda de Cervera. Dice “…sale de este (el molido del Texado) y formando un recodo… dejan un terreno llano, donde se hallan las tierras de la Serna (tierra sembrada) propias de V.A. linderas con la Alameda, Azequia, y Castillo de Cervera. Pasa adelante al O. y a distancia de 1.562 varas del Castillo, por entre la crecida alameda corre la Azequia hasta la Casa de la Fábrica, y Molinos de la Pólvora de S.M., y saliendo sobrantes de sus Maniobras corre 863 varas por la misma orilla lindero con las Huertas de Carranza…”. La crecida alameda ya existía a finales del siglo XVIII, lástima de su desaparición.
Las obras comenzaron en 1782 y en una primera fase se prolongaron hasta 1790. El Infante Don Gabriel fallece el 23 de noviembre de 1788, unos días antes que su padre Carlos III, y su muerte supone un contratiempo enorme para la continuidad del proyecto pues su hijo, el Infante Don Pedro, hereda el Mayorazgo-Infantazgo con tan solo dos años y su tutor, el rey Carlos IV, no parece muy interesado en la obra. De todas formas, esta se reanuda en una segunda fase en 1792, hasta su abandono definitivo en 1802.
Fue un proyecto inconcluso, solo parcialmente realizado, con unos logros más bien escasos que no cumplieron con las expectativas depositadas en él por el Infante Don Gabriel. Hay que señalar que el tramo proyectado entre la laguna Miravetes y el azud del Atajadero nunca se llegó a ejecutar, quizás para mantener la actividad de los seis batanes, por lo que aquel siguió utilizándose para la captación de las aguas que discurrían por el canal, que en su mayor parte coincidía con la Grande Acequia, que simplemente sería remozada y reconvertida por Villanueva en el Canal del Gran Prior. Las obras se redujeron, básicamente, a mejorarla y a realizar algunas modificaciones en su trazado, ampliando solamente su recorrido desde las huertas de Carranza, a través de la vega de Villacentenos, hasta su confluencia con la madre primitiva del rio. El mismo Villanueva descarta la continuidad de la obra desde este punto con estas palabras. “Para conseguir con acierto la fertilidad de este dilatado Valle, la sanidad de los Vecindarios de Villaharta y Arenas, es absolutamente necesaria la abertura de un encaze, que forme el alveo del Rio… Esta necesidad que tan conocida, y experimentada tienen los Vecinos de estas dos Poblaciones, los ha forzado, a solicitar varias veces, la execución de estos encaces… La execución de esa misma obra parece se halla por el Real Consejo de Castilla resuelta…” Desconocemos si finalmente se llegó a realizar obra alguna.
Sí se construyeron algunas infraestructuras, tales como la esclusa de Miravetes y su puente, el poblado de La Magdalena, la reforma del canal a su paso por Argamasilla, el puente del Rey y el puente de Los Molinos en Cervera o la esclusa y el puente de Villacentenos. También se realizaron mejoras importantes en los batanes y en los molinos hidráulicos. Lo que no hemos podido documentar es el número de repartidores de agua y de acequias laterales que se pusieron en servicio, pero sí conocemos un padrón realizado en el año 1791, un año antes del comienzo de la segunda fase de las obras, que nos dice que las fanegas puestas en regadío en ese año eran 638, (410 hectáreas si las calculamos de acuerdo con las llamadas fanegas del marco de San Juan, equivalentes a 6.432 m2). En otro padrón realizado en el año 1880 vemos que estaban en regadío 611 hectáreas, pensamos que fue la máxima superficie alcanzada porque el deterioro del canal, principalmente por falta de mantenimiento, era ya irreversible.
Todo había cambiado tras la aplicación de la Ley General de Desamortización de los Bienes Eclesiásticos del año 1837, por la que todas las propiedades de la Orden de San Juan fueron expropiadas. Entonces era Gran Prior el Infante D. Sebastián al que la Reina Isabel II devolvió su Dignidad Prioral en 1859, pero no los bienes de la Orden que fueron subastados ese mismo año, excepto los molinos hidráulicos que lo fueron en 1864. Incluso parte de las lagunas, siete en total, en otro trámite diferente, ya habían pasado a ser de propiedad privada mediante subasta realizada en 1821, durante el llamado Trienio Liberal (1820-1823). Un gran desatino histórico que todos hemos padecido hasta la reconversión, el 13 de julio de 1979, de las Lagunas de Ruidera en Parque Natural y Reserva de la Biosfera.
En definitiva, una extraordinaria oportunidad perdida que se palió a medias un siglo después con la construcción del pantano de Peñarroya y su zona regable, pero ya sin la primitiva área de influencia establecida en torno a los 35 km de recorrido del Canal del Gran Prior y lo más doloroso, con la desecación del Guadiana Alto, la pérdida de incontables humedales y la casi desaparición del histórico canal. Ahora las aguas tienen un nuevo cauce artificial para su discurrir, pero solo lo hacen cuando rebosa la presa del pantano en años de elevada pluviometría, que cada vez son los menos.
Hoy conocemos otros canales contemporáneos al nuestro, tales como el Canal de Castilla o el Canal Imperial de Aragón, que se han mantenido en el tiempo y sirven en la actualidad como revulsivo cultural, turístico y económico para sus zonas de influencia. Sana envidia nos da. No sabemos si será tarde, pero si algo se puede remediar, que se remedie.