Recuerdo una durísima contienda que libramos “face to face” y que se saldó con su victoria. Una victoria pírrica, también te digo, porque yo no estaba dispuesta a concedérsela ni a reconocerla. Me sentí humillada, no me preguntes por qué, es largo de explicar. Oteiza formuló el principio antrópico más importante de esta surrealista tesis doctoral: “El hombre es una creación imperfecta –dijo- sin embargo hay que reconocer que orgánicamente está muy bien planteada y resuelta. Dos agujeros, un agujero de entrada y otro de salida: la boca y el ano. Perfecto”, concluyó dando un manotazo en la mesa.
Revivo la escena con nitidez, me quedé como petrificada detenida en sus ojos de un azul frío y líquido. Sin duda era un hallazgo deslumbrante, un fogonazo semejante al descubrimiento cuántico del “Principio de Incertidumbre”, de Heisenberg. Oteiza era así, un fogonazo, una llamarada, una inteligencia salvaje, una fuerza de la naturaleza. Aunque resulte difícil de creer (ya sabes que me la suda que lo creas o no, lo digo sin acritud) por lo general, nuestros simposios discrepantes finalizaban en tablas. Pero de inmediato acepté desconcertada que aquella genialidad era imposible de superar. Así que, sin dudarlo, recurrí a mi vertiente choni y destroyer, que con tanta habilidad y destreza manejo: “Sí, tienes razón –respondí disimulando mi rabia y mi sorpresa- Un agujero de entrada y otro de salida. La boca y el ano. Está bien pensado. Otra cosa es que haya personas que tengan el ano en la boca y viceversa.
Por supuesto, era solo una respuesta ingeniosa, rápida, para salir del paso, quizás más propia de una tertuliana del Sálvame (que lo he sido). Vale, lo admito; pero oye, el “feed back” también puntúa. Oteiza se quedó observándome con un cigarrillo apagado entre los dedos, era una sublimación metafísica (le bastaba con sujetarlo como si estuviera a punto de encenderlo). Después de unos segundos de un silencio hiriente y tenso, preguntó cabeceando “¿Eso es todo lo que se te ocurre?”. Insisto, la situación era muy humillante. Sin embargo no estaba dispuesta a dejarme acorralar. La mejor defensa de una tesis inaceptable, es una huida hacia adelante, esgrimir con premeditación y alevosía estupidez sobre estupidez, chorrada tras chorrada, mentira sobre mentira, “ad infinitum”, “ad nauseam”. O sea, mantenella y no enmendalla. Más o menos como la estrategia suicida que utiliza el infame gobierno de coalición que nos ha tocado en suerte.
“Te equivocas, tengo algo más que añadir” –respondí- Oteiza achinó los ojos temiéndose lo peor- ¿Ah, sí? -“Sí –afirmé- Puede que además el ano sea enorme y le ocupe todo el rostro. En ese caso, sería lo que vulgarmente se conoce como cara-culo. Ya ves, lo siento, Oteiza, todo está inventado” –concluí con expresión inocente.
Y aquí dejo la anécdota. Esto es todo lo que voy a relatar de ese momento histórico. No desvelaré la respuesta final de Oteiza por dos razones. La primera y más importante, porque mi naturaleza insaciable y egótica necesita decir siempre la última palabra. Y segunda, porque Oteiza está muerto y lo que yo diga o no diga, le da lo mismo.
La Inteligencia Creadora, El Numen, El Hierofante, Dios, llámalo como quieras nunca ha dejado, ni dejará de ser, por acción o por omisión, una presencia inevitable en nuestras vidas. Parece que la ciencia intenta aproximarse cada vez más al milagro de SU EXISTENCIA. Espero ansiosa que cualquier algoritmo pergeñado por los “qubits” alocados de un ordenador cuántico, descubra el origen y el sentido de la Vida. Estoy deseando conocer ese hito grandioso y que al final nos sirva de algo todo el tiempo, el espacio y el pastón que estamos (digo estamos, porque lo pagamos todos) dedicando a explicar por cuál de los dos agujeros del muro de Planck, se deciden a pasar los alegres y combativos fotones y si el gato de Schroendiger está vivo o muerto.
Confieso que el origen del universo me seduce y me fascina. El sistema solar, los agujeros negros, el Big Bang, la teoría de cuerdas, el huevo cósmico, son la epopeya más grande jamás contada. Y en esta ocasión muy bien contada por Ramón Tamames en su magnífico libro “Buscando a Dios en el Universo”. Un recopilatorio perfectamente armado y sintetizado cronológicamente. La indagación más ilustrativa, interesante y amena para iniciar la aventura más excitante que puedas imaginar.
Que la Fuerza te acompañe.