Si paseáis por la plaza de Oriente de Madrid, enfrente del Palacio Real, tenéis a unos señores muy altos y silentes a vuestro lado. Tan silentes… que son de piedra.
Son reyes de distintas épocas. Entre dichas estatuas está la del rey godo Ataúlfo. Los Borbones, que comenzaron a reinar aquí en el siglo XVIII, estaban en aquel mismo siglo muy interesados en entroncar con la historia hispánica anterior. Y de ahí el interés por el programa iconográfico. No había TV ni twitter ni youtube, claro. Lo cierto es que aquel programa de imágenes en piedra se llevó a cabo. Volvía así a funcionar el viejo mito de los reyes godos como exemplum, como modelo o referente, que ya había sido utilizado por reyes medievales y, después, por los Austrias.
Se puede leer a veces por ahí que Ataúlfo fue, en ese sentido, el primer rey del reino godo de Hispania. Pero eso tiene muchos problemas. Más bien habría que decir que fue el primer rey godo que estuvo en Hispania. Por la sencilla razón de que la estancia de Ataúlfo en Hispania se redujo a unos meses, acaso un año, probablemente en el año 415. Fue asesinado en Barcinona, actual Barcelona, y sucedido por Sigerico, que también fue enviado al otro barrio por otra conjura en una semana. Y Walia, el siguiente, llevó a cabo una serie de expediciones militares en Hispania contra otros pueblos bárbaros que habían cruzado los Pirineos seis años antes. Aquello fue consecuencia de un pacto con el Imperio, cuyo resultado final fue el asentamiento de los godos en el sur de la Galia. Ese reino duró, aproximadamente, un siglo. Fue después, entrado el siglo VI, cuando los godos fueron articulando su reino en Hispania. Así que veo difícil ver en Ataúlfo el inicio de un reino hispánico, salvo que asumamos que ese reino duró unos meses en su caso, y unos dos o tres años con sus sucesores antes de que se trasladasen a las Galias hacia 418.
Otra cosa es que, en una perspectiva de ciclo largo, Ataúlfo sí fue el primer rex Gothorum que estuvo en Hispania. Pero lo hizo como consecuencia de la geopolítica romana, en una estrategia que ahora no tenemos ocasión de explicar aquí. Estaba casado con Gala Placidia: hija de Teodosio, hermana del entonces emperador occidental Honorio, y futura madre de Valentiano III. Así que la estancia de Ataúlfo, Placidia, y los godos en la Barcinona del año 415 resulta muy sugerente. Y más aún las entretelas de las ambiciones, de las conjuras, que cristalizaron en el asesinato de ese rey y de su propio sucesor.
Ese es el ambiente de Gothia, no por casualidad subtitulada Muerte en Barcinona. En mi novela, sin embargo, los grandes protagonistas no son los reyes, sino gentes que se movían en su entorno, y personajes de capas sociales intermedias e ínfimas. Los godos eran, en realidad, una amalgama de grupos muy diversos, conformados desde su etapa anterior a la entrada en el Imperio, hecho que se produjo en 376. Pero, desde entonces, se les fueron uniendo segmentos sociales muy diversos, incluyendo poblaciones variopintas de Italia en la época del antecesor de Ataúlfo, su cuñado Alarico.
De ese modo, no me interesa para la novela una suerte de historia lineal de los godos. Más bien, quiero explicar la historia de los godos sobre la base de las pasiones humanas de los personajes, de las tensiones políticas, de las tramas, de las ambiciones, de las traiciones, del amor, del desamor, de la lealtad, o de la deslealtad. Puesto que se trata de una novela, hay sentimientos atemporales que permiten reconocer dichas pasiones, porque son las mismas que circulan en nuestro mundo. La distancia está, naturalmente, en la época, que ha de ser mostrada en sus coordenadas históricas.
Un escenario histórico concreto, la actual Barcelona, y un tiempo exacto: aquellos meses del año 415. A propósito: podéis visitar no pocos de los lugares que se describen en la novela. Acudid al Museo de Historia de Barcelona, en la zona de Plaza del Rey, en la Barcelona medieval, y descended a las criptas que os conducen a los subsuelos de época romana. Son los escenarios de Gothia. Además, aún sobrevive parte de la muralla de aquel momento, que podéis observar en diferentes puntos del casco histórico de Barcelona.
Los godos fueron una minoría y, como he dicho, distaban de ser algo así como un «pueblo único»: los Gothi eran una amalgama de grupos diversos. Casi todo lo que sabemos de ellos está visto a través de los ojos de las fuentes griegas y romanas desde el siglo III en adelante, que es cuando el Imperio comenzó a tener más trato (hostil y militar, a veces, diplomático, otras) con ellos. Pero su historia es apasionante, porque coincide con el final del Imperio romano en Occidente y con el surgimiento de reinos en Europa y en el norte de África, de los cuales el regnum Gothorum, precisamente, es uno de los más interesantes. Lo es tanto en su etapa en la Galia como en la continuidad en Hispania hasta comienzos del siglo VIII.
Así que, desde ese punto de vista, la estancia de Ataúlfo y sus Gothi en la actual Barcelona fue, en cierto modo, «una primera vez».