A la escritora Concha Espina (Santander 1869-1955 Madrid), su esposo -Ramón de la Serna- le hizo trizas el borrador de una obra. Era 1909 y acababa de publicar con aceptación de crítica y publico una novela brillante titulada La Nina de Luzmela. A él le disgustaba su éxito en las letras, a pesar de que los beneficios de los libros de su mujer engordaban la maltrecha economía de la familia. Debieron ser aquellas cuartillas rotas la gota que colmó el vaso, porque Ramón partió a México a ocupar el empleo que ella le había conseguido, y ella -acompañada de los cuatro hijos de ambos- se trasladó de Santander a Madrid. Pretendía vivir de la literatura.
Espina, que colaboraba con distintos periódicos, era una autora versátil e hizo incursiones en todos los géneros, incluido el de la tertulia, que en mi opinión debería ser considerado un genero literario específico de los siglos XIX y XX. Como ella no iba a cafés ni a salones (era escritora pero también mujer de su casa) organizó una tertulia semanal en su domicilio de la calle Goya. Era una tertulia distinguida, a la que acudían hombres y mujeres de la alta burguesía y la intelectualidad madrileñas, críticos, poetas noveles, artistas, periodistas, novelistas e intelectuales de la talla de Rafael Cansinos Assens, que en 1924 publicaría Literaturas del Norte, una obra crítica sobre la de Concha Espina (que por esas fechas ya tendría una extensión enorme).
Le supongo informado de cuál eran los competidores de nuestra autora en el riesgoso mar de las bellas letras. El panorama literario en el que braceaba no solo se encontraba dominado por hombres -todos los panoramas lo estaban- sino además poblado de escritores de primera fila. Para suerte o desgracia, era coetánea de los modernistas y de las glorias nacionales de la generación del 98: Azorín, Baroja, Machado, Valle Inclán…Sepa que su apellido -Espina- literalmente pinchó el ego de más de un protagonista de la edad de plata de la literatura española. Se me ocurre, maliciosa como soy, que Blasco Ibáñez -el menos canónico de la (mal avenida) generación- tuvo en común con ella los celos profesionales que el éxito comercial de sus obras despertaba en los colegas. Pero lo de Concha Espina iba más allá del boom en ventas. Lo suyo fue un explosionar sin paliativos las fronteras de lo hasta entonces logrado por una escritora en nuestro país. No era simplemente que sus artículos y novelas se cotizaran a un lado y otro del Atlántico, ni que estas fueran traducidas a varios idiomas europeos, ni siquiera que recibiese galardones nacionales del máximo calibre… era que en medio de tanto colega brillante que la relegaba (Azorín, por ejemplo, le despreció un ejemplar dedicado), fuese propuesta al Nobel de literatura hasta en nueve ediciones y en tres de ellas (1926, 1928 y 1929) quedara finalista. No sé usted, pero yo ahora mismo acabo de quitarme la pamela.
Concha Espina fue una escritora de proyección universal, más avalada en el extranjero que en la madrastra España. En 1923 fue propuesta al premio Nobel desde los Estados Unidos y en 1928, postulada de nuevo por un académico sueco. En nuestro país no contó con el respaldo de la Real Academia, aunque sí con las adhesiones de Jacinto Benavente, Gerardo Diego, Ramón y Cajal, Pemán, Marañón y Menédez Pelayo (que siempre había creído en su talento). En 1927 viajó a Estados Unidos invitada por el Middelbury College y otras universidades americanas. Durante su estancia, la Sociedad Hispánica de Nueva York (que en 1943 la nombraría vicepresidenta) le concedió la Medalla de Arte y Literatura. Nada de esto le facilitó sillón en la Real Academia de la Lengua. Fue rechazada en dos ocasiones, no fuera a ser que la exquisita prosa de la finalista al Nobel restara esplendor a los varones del castellano. Mientras tanto, Espina, cada vez más famosa y querida por el público español, recibía continuos homenajes. En Santander -su ciudad natal- se le levantaba por suscripción popular un monumento que validaba la premisa de que nadie es profeta en su tierra, pues a los escritores y artistas en nuestro país, sobre todo en sus respectivas patrias chicas, solo se los aprecia una vez han sido reconocidos en el extranjero, dicho sea esto como indicador del éxito internacional de Espina, cuyas obras estaban siendo traducidas al polaco, sueco, inglés, alemán, italiano, ruso y francés. Incluso, la localidad de Mazcuerras (en la que se desarrolla la acción de la novela La niña de Luzmela), abandona su nombre real para adoptar oficialmente el de la ficción.
Aunque la primera vocación de Espina fue la poesía, casi toda su obra fluyó en prosa. Entre los albores del siglo XX y nuestra guerra civil, Espina escribirá la mayor y mejor parte de su inmensa producción. Entre 1928 y 1931 publicó en exclusiva con la Compañía Ibero- Americana de Publicaciones (CIAP), que por entonces era el principal grupo editorial de la literatura española y latinoamericana, y para el cual, también escribían en exclusiva Valle Inclán, Manuel Azaña, Azorín, Eugenio D’Ors y Rubén Darío, entre otros.
Las novelas de Concha Espina -de gran lirismo y léxico admirable- no pueden adscribirse a una corriente concreta y exceden las márgenes de los movimientos literarios, de suerte que aúnan eclécticamente realismo, romanticismo, costumbrismo, modernismo y elementos de lo que, años después, llamaríamos novela social.
Sus novelas (varias llevadas a cine) son peculiares, como ella, que lo mismo apoya la dictadura de Primo que exige el indulto de un poeta anarquista, que es católica practicante pero divorciada. Espina no es una persona comprometida ideológicamente, no está vinculada a ningún partido y se adapta a los contextos históricos que le toca vivir. No es una novelista de ideas políticas definidas, carece de filias y fobias marcadas; su preocupación principal no es la política, lo es su familia. Es una trabajadora incombustible (produce una media de un libro cada dos años); es una madre al frente de lo que hoy llamamos un hogar monoparental, que se gana la vida haciendo literatura y cuya obra se pliega a su tiempo. Cree en la libertad de la mujer y en la igualdad de derechos con el varón, pero no se declara feminista (el feminismo en España no era tan activo como en el extranjero). No obstante, la mirada y la experiencia femeninas atraviesan toda su narrativa y parte de sus ensayos. En uno de ellos nos rescató a Las mujeres del Quijote. Destacadísimas en este sentido son las novelas La virgen prudente y La esfinge maragata (ganadora en 1914 del premio Premio Fastenrath). En La Virgen Prudente narra la historia de Aurora de España (nombre de la protagonista y de significado evidente), una joven activista en favor de los derechos de la mujer, doctora en derecho, que regresa a nuestro país y pelea por abrir nuevos caminos. A su vez, La Esfinge Maragata cuenta la historia de Florinda, una joven burguesa urbana, obligada a trasladarse a un pueblo maragato en el que descubre una comunidad sin esperanza, marcada por la dureza del trabajo de la tierra y constituida solo por mujeres, cuyos maridos emigrados, retornan anualmente para embarazarlas. “Es menester que las mujeres tengan un hijo cada una, maquinales, impávidas, envejecidas por un trabajo embrutecedor, para que no se agote la raza triste de las esclavas y los emigrantes”, nos dice adelantándose al Cuento de la Criada y sus distopías de género, con la diferencia de que lo que narra no es ficción sino una distopía que le es contemporánea, tanto como el sufrimiento de la familias mineras que magistralmente reproduce en El metal de los muertos, una novela acerca de la huelga en Riotinto, escrita a partir de notas tomadas in situ, y que recibió el aplauso de la crítica internacional. Pero las novelas preferidas de la autora fueron, por motivos extra literarios e inconfesos, La rosa de los vientos y El Cáliz rojo.
Concha Espina mantuvo buenas relaciones con la dictadura de Franco y se afilió la sección femenina de Falange. Sus relaciones con la Monarquía y luego con la República también habían sido buenas, aunque en el treinta y seis se pusiera del lado de los sublevados. Desde el final de la guerra, con setenta años y completamente ciega, su obra adopta un carácter católico y tradicionalista. Eso la hará caer en el olvido de la crítica literaria extranjera, que a partir de 1950, mostrará poco interés en escritores con tendencias conservadoras, y a ella, incomprensiblemente, deja de asociársela con la mayor y mejor parte de su producción literaria, la anterior a 1936.
Trabajó hasta el último día de sus ochenta y seis años. Desde su juventud hasta el final de su vida publicó infinidad de artículos en revistas y diarios. La muerte, prácticamente, la sorprendió sentada a la mesa de despacho, redactando un artículo para ABC. Murió el 19 de Mayo de 1955. Esta semana acaban de cumplirse sesenta y cinco años que dejó huérfana la falsilla de cartón que le guiaba los renglones.
OBRA
Poesía
Azul (1988); Mis flores (1903); Entre la noche y el mar (1933) y La segunda mies (1943)
Teatro
El Jayón, adaptación de su novela homónima (1918); La tiniebla encendida (1940); Moneda blanca (1942) y La otra (1942)
Ensayos
Al Amor de las Estrellas o Mujeres del Quijote (1903)
Conferencia Don Quijote en Barcelona (1917)
De Antonio Machado a su grande y secreto amor (1950)
Biografía
Casilda de Toledo. Vida de santa Casilda (1938)
Cuentos
El Rabión (1907); Trozos de vida: Colección de cuentos (1907); La ronda de los galanes (1910); Ruecas de marfil (1917); Pastorelas (1920); Cuentos (1922); Rayos de sol (1929) y El fraile menor (1942)
Libros de viajes
Tierras del Aquilón (1924) Premio Castillo de Chirel de la Real Academia Española
Singladura (1929).
Novela
La Nina de Luzmela (1909); Despertar para morir (1910); Agua de nieve (1911); La esfinge maragata (1914) Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua; La rosa de los vientos (1916); El Jayón (1916) Premio Espinosa y Cortina de la Real Academia de la Lengua Española; Candelabro (1917); Naves en el mar (1918); Talín (1918); El metal de los muertos (1920); Dulce nombre (1921); Simientes y cuentos (1922); Cumbres al sol (1922); El cáliz rojo (1923); Altar mayor (1926) Premio Nacional de Literatura; Arboladuras (1925); Cura de amor (1925); El secreto de un disfraz (1925); Las niñas desaparecidas (1927); Llama de cera (1927); Aurora de España (1927); El goce de robar (1928); Huerto de rosas (1928); La virgen prudente (1929); Marcha nupcial (1929); El príncipe del cantar (1930); Copa de horizontes (1930); El hermano Caín (1931); La flor de ayer (1934); Nadie quiere a nadie (1936); Retaguardia. Imágenes de vivos y muertos (1936); El desierto rubio (1938); Esclavitud y libertad (1938); La carpeta gris (1938); Las alas invencibles (1938); Reconquista (1938) Cazadoras de sueños (1939); Luna roja (1939); El hombre y el mastín (1940); Princesas del martirio (1940); Alma silvestre (1946); El más fuerte (1947); Una novela de amor (1953) y Aurora de España (reedición ampliada 1953).