Sus adeptos rendían culto a Isis, a Buda, a Cristo. También a Lucifer. Sin embargo, les acompañarán personajes como Gandhi, Yeats o Edison. Entre persecuciones y escándalos, la Sociedad Teosófica fundada por Madame Blavatsky, además de una Nueva Espiritualidad, anticipa el Feminismo, el Ecologismo, la New Age. ¿Hasta un salvator mundi como Krishnamurti?
Su nacimiento coincidió con una epidemia. Durante su bautismo, las velas prendieron la sotana del pope desencadenando un incendio. Helena Petrovna Von Hahn vino al mundo en Iekaterinoslav –Ucrania- señalada por los peores augurios. Ya en la adolescencia, se sucedían en ella crisis depresivas y arrebatos incontrolables. A los diecisiete años le impusieron una boda con un general septuagenario, Nicephoros Blavatsky, de quien tomaría su apellido. Tres meses después huye a caballo, lanzada a una peripecia digna de las heroínas románticas de su tiempo.
En 1850 la encontramos en Constantinopla, luego en Alejandría, donde será iniciada en los Misterios de Isis. Con esas armas se lanza a la conquista de París. La coronan llamándola Cagliostro en Mujer. El milagro se produce al año siguiente, en Londres, recién inaugurada su Exposición Universal. A la sombra del Cristal Palace –como en un cuento de hadas-, reconoce en un príncipe nepalí al “protector” que viene guiándola a través de los sueños: Mahatma Morya.
Helena acaba de cumplir veinte años, pero no se detiene. Su hoja de ruta resulta excesiva incluso para Philleas Fogg. Tres años después la encontramos a las puertas del Tíbet. Vuelve a Rusia convertida en una celebridad. Sus poderes psíquicos son reconocidos hasta por la Iglesia ortodoxa. Ella lo celebra con una aparición estelar en la Italia del Risorgimento combatiendo al lado de Garibaldi. Cae herida en Mentana. Tan pronto como puede caminar, vuelve al Tíbet donde recibe “instrucciones precisas para lanzar un gran movimiento mundial”.
Abro una elipsis. 1848, Hydesville, EE.UU. Dos adustas presbiterianas, las hermanas Fox, aseguran que su casa está habitada por fantasmas y que pueden comunicarse con ellos. Se desata una fiebre nacional. El espiritismo arrasa en EE.UU. con tres millones de adeptos, diez mil médiums y una veintena de revistas especializadas. Lo corrobora Eric J. Hobsbawn, en La Era de los Imperios: “Tendemos a ignorar la inmensa relevancia social que conocieron durante ese tiempo el ocultismo, la magia, la parapsicología y el misticismo oriental. Jamás lo desconocido y lo incognoscible llegaron a ser tan populares”.
Envuelta en este clima, Madame Blavatsky desembarca en la Gran Manzana decidida a darle un buen mordisco. La manzana tiene la forma de un coronel, Henry Steele Olcott, acaudalado diletante de lo paranormal. Sus anfitriones esperan a una misteriosa invitada. ¿De quién se trata?, pregunta Olcott. Tal como lo dice, llaman a la puerta y aparece –según sus palabras-, “una mujer muy gruesa, de tipo mongoloide, ridículamente vestida con una túnica escarlata”.
No obstante, al poco de cruzar unas frases quedó subyugado. Un año después, en 1875, se fundaba la Sociedad Teosófica en orden a los siguientes postulados: Formar una Fraternidad Universal sin distinciones de raza, casta o sexo. Favorecer el estudio de las religiones, las filosofías y las ciencias. E investigar las leyes inexplicadas de la naturaleza, así como los poderes latentes en el hombre.
Sostenida por Olcott, entre 1876 y 1987 Blavatsky redactó su Isis sin velo. Su objetivo: “reinsertar a la raza humana dentro de Fraternidad Blanca Universal, regida por los Maestros del Mundo”. Parece muy elitista, pero sus miles de adeptos subrayaban una novedosísima democratización del esoterismo.
El éxito que sancionó su Isis sin velo no se vio exento de críticas. El New York Times lo calificará como “una fastidiosa compilación de préstamos mal digeridos”. Pero, ¿quién no sabe que los periódicos mienten? Bastaba ver cómo Helena mostraba los más estupefacientes conocimientos esotéricos, debatiendo con reputados lingüistas cuestiones relativas a la semántica del sánscrito, sin que conociera siquiera su alfabeto. Lo justifica apelando a la reencarnación y la ley del Karma. Los gnósticos griegos, los cabalistas hebreos, los egipcios, todos ellos orquestados por sus Mahatmas, la habrían elegido como el catalizador de esa enseñanza secreta preservada en su libro talismán: Las estancias de Dzyan.
Revelación o superchería, su argumento no admitía réplica. Su grafomanía tampoco. No tardaría en publicar su summa esotérica: La Doctrina Secreta. En 1878 Olcott y Blavatsky regresan a la India. Los rajás se los disputan. Nadie más espléndido que Prasad Narayan. Tras otorgarles una donación fabulosa, en 1882, alzarán en Adyar, cerca de Madrás, el nuevo centro mundial de la Teosófica.
Las autoridades británicas les imputan ejercer como “agentes del Gobierno norteamericano para sembrar la perturbación en el Imperio”. La sospecha tenía su parte de razón: la heredera espiritual de Blavatsky, Annie Besant, jugará un papel decisivo en la independencia de la India. La veremos acompañando a Gandhi. Será elegida presidenta del I Congreso Nacional Indio, en 1919.
Entre tanto, en 1888, publican el primer número de una revista consagrada a la gnosis. La revista se llamará Lucifer. A todas las previas, se añade la acusación de practicar el satanismo. Vueltas lanzas las palmas, Blavatsky comienza a afectar la sanción de su odisea. Es una mujer prematuramente envejecida, también una fumadora compulsiva. Extenuada, pasa sus poderes a Olcott y vuelve a desaparecer en el Tíbet, alegando una “Misión”.
Regresa a Londres en 1891, gravemente enferma. Allá la espera quien será su sucesora: Annie Besant. La había conocido dos años antes. Naturalmente, de una manera paranormal. ¿Qué pudo llevar a una socialista incendiara, feminista y malthusiana, a sucumbir al magnetismo de Madame Blavatsky? Durante una de sus frecuentes depresiones, leyó La Doctrina Secreta. Fue a entrevistarla sin apearse de sus vestimentas a lo sufragista. La colisión fue evidente. Y la conversión inmediata. En 1891, cuando la fundadora se desprendió de su cuerpo para reunirse con sus “Guías”, Besant ascendía a la dirección de la Sociedad, decidida a permutar la vía revolucionaria por la teosófica.
Blavatsky había dispuesto que su cuerpo fuera incinerado. La incineración casaba bien con el pasado de Besant, cuando ejercía como secretaria general de la Unión de Cerilleras. En 1887 preside las barricadas del Bloody Sunday. Su talante indómito no mermó una vez elevada por Olcott a los altares de la Teosófica. Besant establece cuatro vías para frenar las escisiones: La Escuela Raja Yoga, centrada en el crecimiento espiritual. La Escuela Pitagórica, inspirada en sus Versos de Oro. La Escuela del Karma, dirigida a quienes prefirieran la acción a la meditación. Y la Escuela Gnóstico-Cristiana, surgida a partir de su encuentro con George Steiner.
Que por ese tiempo cuando Besant conoció a un joven hindú de en quien identificó al nuevo mesías: Jiddu Krishnamurti. Tenemos que retrotraernos a la Gnosis cristiana. Según ésta, Jesucristo era un Avatar cíclico a quien habrían precedido hasta treinta y dos encarnaciones. La última coincidiría con ese joven hindú, a quien rebautizó con otro nombre en clave: Alción.
En la mitología griega, Alción es hija del dios del Viento y pareja del Lucero del Alba. Fusión del Espíritu y la Luz del Amanecer: una Nueva Era. El futuro “Instructor del Mundo” sería iniciado en los “Misterios Universales”. Su formación le llevaría hasta EE.UU, donde el joven Krishnaji experimentó su primera iluminación. Una noche de agosto, sufrió una crisis que le sumió en un estado de inconsciencia y clarividencia que se prolongaría tres días. Al despertar afirmó haber “interiorizado” a Buda, a Maitreya y otros avatares de la Jerarquía Oculta.
La apertura del Tercer Ojo no se tradujo en una buena noticia. Cuando regresó a la India rehusó el tratamiento de Maestro y emprendió una andadura personal. En 1984, con noventa años, la ONU le concederá su Medalla de la Paz.
No era precisamente eso lo que respiraba en Adyar. Con la muerte de Olcott se abrió una nueva crisis. La rama americana había acumulado demasiado poder, y la hindú no toleraba la imposición occidentalista. El cisma había comenzado con la incorporación de un joven vienés fascinado por el pensamiento rosacruz de Goethe, pese a estar casado con la hermana de Nietzsche.
Una vez captado por la Teosófica, Rudolph Steiner conoció una ascensión fulgurante. Pero no tardó en entrar en conflicto con la casa madre. Si ésta priorizaba las enseñanzas budistas, él no concebía la divinidad fuera de la intercesión de Cristo y, desde Berlín, envió un telegrama conminatorio a Adyar exigiendo la deposición de Besant.
Entre tanto, fundó una nueva hermandad espiritual, la Sociedad Antroposófica. El arca de esa nueva alianza se materializó en el Goethanum de Dornach. Y aún más en su propedéutica social. Pionero de la ecología, preconizaba una agricultura biodinámica cuyos postulados alcanzan hasta hoy. Ya en Jena, fundó un instituto de Pedagogía Curativa para niños discapacitados, aplicando técnicas inauditas. La más destacada sería la Euritmia, basada en las danzas de los derviches. Desde 1919 miles de niños practican este método de armonización espiritual que lleva aparejada la solidaridad entre maestros y discípulos, también entre los más brillantes y los menos dotados, así como un aprendizaje social basado en la cooperación y no en la competición –santo y seña del neoliberalismo al uso-.
Tras la muerte de Besant -en 1933- la Teosófica experimentó lo que es habitual en cualquier institución humana –o demasiado humana-: más cismas. Desde su fundación apuntaba a una democratización de la espiritualidad donde cada crisis se sancionaba con la creación de nuevas ramas en base a su ideario. ¿Cuál era éste?
Partían de una hipótesis común entre los gnósticos y los vedantas: el hombre es un espíritu caído desde el orden divino al natural, anhelante por remontarse al primer estado. El espíritu se eleva a través de sucesivos despertares de conciencia. Para la Teosofía, ésta es Una y Universal. Si su concepto de reencarnación también es universal, la individualidad del hombre es igualmente inmortal.
Mantenían que cada hombre posee siete cuerpos –seis de ellos invisibles-, reflejo de los siete rostros de la divinidad. Pero también que la humanidad se secuenciaba en una continuidad de razas. La raza actual –la quinta-, se identificaría con la raza aria, entendida como superviviente de la Atlántida. Sin duda, esta fue su derivada más peligrosa, una vez que favoreció el surgimiento del Nazismo esotérico y todo lo que vino después. Pero más allá de sus hijos no deseados, la Teosófica estableció una nueva manera de entender la ciencia hermética mientras favorecía la liberación del hombre, la emancipación de la mujer y el fin del colonialismo.
Centrándonos en la figura de Helena Blavatsky resulta difícil valorarla. Clarividente o prestidigitadora de conciencias, elocuencia divina o puro charlatanismo. Si fue polémica en sus días, hoy lo sigue siendo. Un estudio reciente sostiene que, bien lejos de los Mahatmas, su fuente de inspiración fueron los libros de Edward Bulwer-Lytton, padre de títulos tan reveladores como Zanoni o La raza que nos sucederá.
Parece incontestable que absorbió lo esencial de las religiones ancestrales. Ya resulta más cuestionable qué sentido tenían sus viajes más acá del astral, al mundo del hipnotismo y la sugestión. ¿Los empleó para afianzar su poder? La pregunta admite extenderla hasta la Sociedad misma. ¿Se estableció como una religión jerarquizada? De ser así, habría incurrido en la revocación de sus principios: romper las cadenas del dogma y favorecer la libertad de pensamiento.
Teósofos sinceros enriquecieron la filosofía y la psicología modernas, favoreciendo el acercamiento entre los pueblos, sus culturas y sus creencias. ¿Acaso no debería bastarnos con eso? Fundada en 1875 y todavía viva, el fractal de tendencias abiertas por ella alcanza desde la New Age hasta el culto a Gaia.
Allá, en Madrás, los Jardines de Adyar rebosan su habitual exuberancia de fauna y flora. Las construcciones resisten peor la usura de la edad. Basta abrir una puerta para que se escuchen los crujidos de un tiempo perdido, y te invada una atmósfera fantasmal. El epicentro de la Sociedad Teosófica recuerda a una Bella Durmiente –desencriptada-, a la espera del beso de un príncipe. ¿Será Maitreya quien la despierte?