FIRMA INVITADA

En un lugar de La Mancha donde Plinio campaba a sus anchas

Francisco García Pavón
Santiago Casanova Gómez | Miércoles 06 de mayo de 2020

Hoy no he venido a hablar de mis libros, aunque no será por falta de ganas. Hoy quiero hablar de Francisco García Pavón (Tomelloso, Ciudad Real, 24 de septiembre de 1919- Madrid, 18 de marzo de 1989), ya que durante el pasado año 2019 se conmemoró el centenario de su nacimiento con diferentes actos culturales, entre los que destacó la convocatoria, por parte de la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla-La Mancha, del Primer Premio Especial de novela corta policiaca en homenaje a Francisco García Pavón. Por suerte, tuve el honor de ganar ese premio con mi libro titulado Esperando a Randy. Pero ya dije que no iba a hablar de mi libro. Esta referencia es sólo una excepción que explica porqué firmo este artículo dedicado a García Pavón.



¿Quién fue García Pavón?

Como ocurre con otros muchos escritores, la fama que tuvo en vida García Pavón se ha ido diluyendo con el paso del tiempo hasta quedar en un recuerdo lejano al alcance de unos pocos culturetas. Esa fama se la dio el haber sido finalista del Premio Nadal en dos ocasiones (en 1945 con la obra Cerca de Oviedo y en 1968 con la obra El reinado de Witiza) y ganador, por fin, en 1969 por Las hermanas coloradas; así como el haber obtenido el Premio Nacional de la Crítica de 1969 por El rapto de las Sabinas. Pese a esto, si hoy preguntáramos a los chavales de enseñanza secundaria quién fue este hombre, a buen seguro que, lejos de la provincia de Ciudad Real y de su Tomelloso natal, ningún adolescente interesado en las letras acertaría la respuesta.

Para explicar quien fue García Pavón sin dar muchos rodeos, creo lo mejor es recurrir a lo que ya está inventado. Rafael Conte, uno de los más prestigiosos y respetados críticos de la literatura española, al día siguiente de la muerte de García Pavón, escribió esto en las páginas de El País: “…Nacido en Tomelloso, una especie de Atenas manchega, de la que salieron figuras como las del pintor Antonio López o los poetas Eladio Cabañero o Félix Grande, el nombre de Francisco García Pavón se impone de antemano. Fue el mayor de todos ellos, pues allí nació en 1919, el más culto y el más académico también, y el que contribuyó decisivamente: a su lanzamiento. Fue también el primer doctor en Letras, catedrático después, y director durante muchos años de la Escuela de Arte Dramático, aparte de crítico teatral atento, de novelista de éxito, y de un creador de cuentos excepcional… Francisco García Pavón, ese tierno y humorístico escritor manchego, que nació liberal y nunca dejó de serlo, que cruzó el imperialismo de posguerra y el realismo social posterior, acompañado de su personal ironía, y terminó creando mitos de consumo, será siempre recordado como uno de nuestros mejores cuentistas de este siglo”. Dicho queda.

Por encima de esas consideraciones, García Pavón fue, sobre todo, el creador de Plinio, uno de esos personajes literarios que se convierten en míticos, casi con corporeidad humana, trascendiendo más allá de las páginas en las que habita, como lo fueron el Sherlock Holmes de Conan Doyle, el Hércules Poirot de Agatha Christie, el Sam Spade de Dashiell Hammett, el Philippe Marlowe de Raymond Chandler, el Pepe Carvalho de Vázaquez Montalbán, el Wallander de Mankell o el Montalbano de Camilleri, entre otros muchos. Supongo que no será casual que todos los citados sean personajes detectivescos.

¿Quién fue Plinio?

Manuel González, conocido como Plinio, fue el Jefe de la Policía Municipal de Tomelloso. Obviamente, lo fue como lo fue; o sea, como un personaje literario. García Pavón lo creó en el año 1953 para un relato titulado El Queque y no volvió a darle vida hasta 1965, año en el que se publican dos novelas cortas protagonizas por Plinio: Los carros vacíos y Los jamones. A partir de ese momento, Plinio, con la eficaz ayuda de don Lotario, veterinario del pueblo, protagoniza otras catorce entregas, entre novelas cortas, relatos y novelas.

En 1971 se llevaron sus andanzas a la televisión (nos referimos a TVE, claro… la única que había entonces) en una serie protagonizada por los actores Antonio Casal como Plinio y Alfonso del Real como Don Lotario, dirigida por Antonio Giménez-Rico, con guión de José Luis Garci y asesorada por el propio García Pavón.

¿Por qué fue importante Plinio?

Sin lugar a dudas, por encima de ese olvido que amenaza a todos los escritores, García Pavón quedará siempre en algún lugar como el pionero de la novela policaca española. Como ya ha quedado dicho, el primer Plinio aparece en 1953 en el relato titulado El Queque y regresa en 1965 con las novelas cortas Los jamones y Los carros vacíos. Antes de eso, tan sólo se podía destacar en nuestra literatura una obra policiaca, La gota de sangre, firmada por Emilia Pardo Bazán en 1919. Entre eso y Plinio, en 1955 se publicó Los atracadores, de Tomás Salvador, que fue inspector del Cuerpo General de la Policía en Barcelona. Durante la segunda mitad de la década de los sesenta, las historias de Plinio adquirieron popularidad, pero hubo que esperar hasta los años setenta para que otros autores abordasen el género, momento en el que llegaron Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza y Andreu Martín.

Por supuesto, es imposible abstraerse de los muchos paralelismos que subyacen entre Don Quijote y Sancho Panza y la pareja formada por Plinio y Don Lotario. Para empezar, quizás no fuera casualidad que el personaje de Don Lotario sea equivalente a un fiel escudero de Plinio. A esto se le suma el detalle de que a Plinio se le describe como alto y a Don Lotario como bajito, lo cual es una evidente semejanza física con Don Quijote y Sancho Panza. Tampoco pasa desapercibido el hecho de que las andanzas de unos y otros tengan por escenario los pueblos y el paisaje de La Mancha. Por otro lado, si Cervantes parodió las novelas de caballería con su Quijote, García Pavón parodia la novela negra con sus novelas de Plinio. Al igual que ocurre con Cervantes y su ingenioso hidalgo, en las historias de Plinio, García Pavón deambula sobre la línea fronteriza que separa lo cómico de lo trágico, dosificando la ironía para no ser tomado demasiado en serio, con la misma finura y el buen hacer con el que maneja la seriedad para no ser tomado a broma. También en ambos casos trasciende una crítica social contra las injusticias mundanas, como reflejan las propias páginas escritas por García Pavón, que siempre se reconoció como republicano y liberal. “Al fin y al cabo, señores, las mayores injusticias del mundo no las cometen los malhechores que solemos apresar los policías … Las mayores injusticias del mundo… son obra de hombres y grupos de hombres que, lejos de ponerse al alcance de los profesionales de la justicia, suelen poseer y enseñorear lo mejor del mundo”. (El rapto de las Sabinas, 1968; novela galardonada con el Premio Nacional de la Crítica 1969). Un ideario que el autor también dejó claro con sus propias palabras: “Pienso a veces que la principal misión de las novelas policiacas es dar esperanza al pueblo bueno de que hay justicia en la tierra”. Así que, aunque García Pavón pensaba que en La Mancha se abusaba en exceso y de manera folclórica de Don Quijote, Sancho Panza y Dulcinea, parece obvio que hay unos cuantos detalles que conectan a los personajes cervantinos con los suyos.

De igual manera, también se puede trazar algún paralelismo con las figuras de Sherlock Holmes y el doctor Watson creadas por Sir Arthur Conan Doyle a finales del siglo XIX. Quizás no fuera casual el hecho de que Don Lotario fuese veterinario, a imagen y semejanza de la formación sanitaria del doctor Watson. Tanto para Holmes como para Plinio, la mera observación se convierte en la principal herramienta que utilizan para sus investigaciones. ¿Alguna vez disparó Holmes una pistola? A ese sexto sentido, fundamentado en saber mirar y llamado popularmente intuición, Holmes y Plinio le suelen sumar reflexiones filosóficas sobre la esencia humana: “Los pueblos son libros. Las ciudades periódicos mentirosos” (Las hermanas coloradas, 1970).

Otro rasgo característico en las historias de Plinio que a mí me gusta mucho es su sencillez. Una aparente sencillez, habría que puntualizar. García Pavón escoge tramas sencillas y las presenta, las desarrolla y las resuelve con idéntico sentido. No ambiciona más, pero no por eso consigue menos; ya que su objetivo siempre es doble. Más allá de la historia que nos cuenta, pretende que leamos otras cosas entre líneas. Siempre ofrece algo que queda al alcance del lector, sin ser explícito, y que se conecta con lo antedicho sobre la crítica social.

También me parece muy destacable como usaba el lenguaje, dándole una voz y un vocabulario siempre adecuado a cada personaje. Eso hace que todos sus personajes sean siempre creíbles. Si en la novela negra americana se da voz a los personajes de los barrios bajos con su lenguaje callejero (slang), en las historias de Plinio el lenguaje manchego casi se encumbra a la categoría de personaje. García Pavón siempre admiró de los tomelloseros su imaginación para inventar palabras, giros y, sobre todo, para crear un humor que él definió “entre erótico y fúnebre”. Buena prueba de su admiración y respeto por la voz del pueblo y de su abnegación por reflejarla con fidelidad fue trasladada por la propia hija de García Pavón a un “Diccionario de Francisco García Pavón” publicado en el año 2016.

Por último, muchos años antes de Pepe Carvalho y el comisario Montalbano se convirtieran en transmisores de recetas gastronómicas y devotos degustadores de ricos platos elaborados con esmero y dedicación, Plinio ya había paseado su saber y su capacidad de deducción mientras se complacía del buen comer. Gracias a la editorial Rey Lear, podemos disfrutar de un recetario recogido en su publicación del año 2009 titulada La cocina de Plinio. En esas páginas están las migas que tan sabiamente preparaba el cabo Maleza, los galianos a los que el abuelo de Plinio daba el punto mejor que nadie, los vinos y quesos de Braulio el filósofo y, cómo no, los buñuelos de la Rocío, escoltados en el mostrador de su buñolería por los churros y las tortas de Alcázar.

Más allá de Plinio

Como ya dije antes, el escritor tomellosano nunca ocultó sus preferencias por la Segunda República y por los ideales liberales que en ella se promulgaron. Buena prueba de esto quedó plasmada en sus Cuentos republicanos. En estos relatos, cargados de realismo social manchego, no aparece Plinio, pero también son altamente recomendables para comprender la figura de este escritor y para conocer mejor ese universo literario costumbrista del que fue un fino observador y un excelso cronista. Sin duda, tiene mucho mérito que en 1961, en plena dictadura franquista, con la censura al acecho, García Pavón consiguiera publicar un libro con semejante título.

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