La Fundación José Manuel Lara, ha presentado en el restaurante Saporem de Madrid, el libro “Para el tiempo que reste”, de César Antonio Molina. En el acto de presentación han intervenido, junto al autor, Ignacio Garmendia, editor de la Fundación José Manuel Lara, que presentó y coordinó el acto.
Poseedor de las más altas condecoraciones de España, Francia, Italia o Portugal, César Antonio Molina es uno de los escritores e intelectuales más reconocidos e influyentes de la literatura europea contemporánea. Y ahora sorprende con un nuevo poemario, titulado ‘Para el tiempo que reste’, escrito a modo de balance de toda una trayectoria, en el que combina el fondo humanista y una honda veta reflexiva.
El tiempo que resta para el autor, medido a partir de la publicación de este nuevo título de la prestigiosa colección Vandalia, es el tiempo de la plenitud, cuando el poeta ha alcanzado un saber y un conocimiento que le hace enfrentarse al futuro, a su porvenir asegurado, ya sin miedo. Este libro se publica –explica César Antonio Molina- “cuando después de viajar por todo el mundo y rodearlo varias veces, uno se da cuenta de que ha llegado la hora de regresar a casa y ese regreso se presiente como definitivo”.
“La poesía, al menos para mí, no es premeditada, sino premonitoria. No se escribe sobre un guion como otros géneros literarios: novela o ensayo. Cada poema es un mundo independiente, aunque en el conjunto puede estar conectado con el resto. Llevo desde los trece o catorce años escribiendo poesía, y a los veinte y pocos publiqué mi primer libro y poemario, que se titulaba Épica. Desde entonces la poesía ha estado permanentemente presente en mi vida y los libros han ido surgiendo. Este último refleja mi estado de ánimo en estos últimos años, cuando después de viajar por todo el mundo y rodearlo varias veces, uno se da cuenta de que ha llegado la hora de regresar a casa y ese regreso se presiente como definitivo”.
“A lo largo de la vida de un poeta, el transcurrir del tiempo es un tema permanente, como el amor, la preocupación por la existencia, la naturaleza, la muerte como algo siempre cercano pero todavía lejano... Pero qué sucede cuando el tiempo es ya finito, cuando las sensaciones cada vez más se van perdiendo, la fuerza de las ilusiones se tambalean, la melancolía a veces te ahoga como un maremoto y tienes que ir, poco a poco, reencarnándote en otro que habla con el que ya fue”.
“En realidad toda la literatura es autobiográfica, pero yo no participo de esta moda de contar la vida como ejemplar o antiejemplar que, según parece, es lo que más éxito está teniendo. Yo soy, simplemente, un testigo del mundo que me ha tocado vivir, y mi presencia está llena de referencias literarias, filosóficas, viajeras, cinematográficas y artísticas. Como gran lector y espectador que siempre he sido, mi mundo es el que comparto con todos aquellos libros que he leído, lugares que he visto, o películas o pinturas que he contemplado. Mi mundo son muchos mundos, y mi tiempo son muchos tiempos. No puedo quejarme, he tenido una vida plena y eso se refleja en mi poesía: llena de esperanza, de vida, y de culto por la belleza del mundo a pesar de la barbarie del ser humano”.
“Mi estilo poético unas veces ha sido narrativo y otras veces muy esquemático. A veces ha sido fílmico y sinfónico, y otras muy metafísico y esencial. En cada momento el poema se presenta de la manera que él cree que es mejor para su propia existencia. Y yo nunca me he metido en esto. Pero en este libro se mezclan muy al unísono todas mis anteriores maneras de hacer poesía. Como si, entre ellas, se hubieran puesto de acuerdo para conmemorar tantas décadas de existencia juntos. También es muy sobresaliente la ironía en este poemario. La ironía como una manifestación de mi estoicismo, porque yo siempre me he considerado un estoico, aunque a veces estoy muy conforme con los epicúreos en el sentido de aprender a no tener miedo a nada porque la nada misma somos nosotros”.
“A mí me gustan mucho los bises, y lo de cortarse la coleta para que entonces los competidores (aunque no me gusta esta palabra en poesía) hablen ya bien de ti porque les dejas el camino libre. Y me gustan esas vueltas magistrales a los ruedos (lo digo en sentido literario) donde todo son buenas palabras. Hay que vivir cada libro como si fuera el último, como hay que vivir cada día de tu vida como si fuera también el último. Hay que estar siempre preparados, y la poesía ayuda de manera extraordinaria a estarlo. Para mí es el mayor antídoto a la hora de alejar todas las sombras. Un día un periodista le dijo a Nabokov (uno de mis autores favoritos) que, en Montreux, donde vivió sus últimos años, corría el rumor de que iba a abandonar esta ciudad para siempre. El autor de Ada le contestó: «Bueno, corre el rumor de que, tarde o temprano, todos los que viven ahora en Montreux la abandonarán para siempre». A mí me sucede lo mismo con la poesía”.
“Mi poesía siempre ha estado muy cercana a la filosofía, a lo meditativo, al pensamiento, aunque esto no signifique que haya evitado estar en el mundo y en su tiempo. La poesía me ha servido para tener una manera de estar en el mundo y pensar por qué y para qué. Nunca he pensado si la poesía valía o no para algo, porque como decía el Premio Nobel de Literatura, Brodsky (a quien tuve la suerte de tratar), «a lo largo de la historia los lectores de poesía no han superado el 1% de la población, pero tengo la certeza que es más difícil imponerse a una persona que lee poesía que a una que no».
“Mis maestros, entre otros, han sido Octavio Paz, Ángel Crespo, José Ángel Valente, Cirlot, Ory, Álvarez Ortega, Gamoneda, Ullán. A todos ellos, excepto a Cirlot, los traté mucho. Y por mi procedencia gallega, Álvaro Cunqueiro. Siempre he estado muy cerca de algunos compañeros de generación, más o menos, como Colinas, Siles, Robayna, Barnatán, Carnero, Clara Janés, Gimferrer, Olvido García Valdés, Urrutia, Fanny Rubio, Masoliver, Amalia Iglesias, Marset o Lostalé (y perdón por los que me olvide); así como de los hispanoamericanos que conocí como Westphalen, Parra, Rojas, Ida Vitale, García Terrés, Blanca Varela, Belli, Segovia, Lihn, Gelman, Teillier, Sarduy, Montejo, Pacheco o Eduardo Milán. Un gran amigo y poeta que admiro es el italiano Valerio Magrelli. Sigo bastante de cerca la poesía de gentes que tienen ahora treinta, cuarenta y cincuenta años y, con algunos de ellos, me gustaría preparar una antología. Yo pienso como Ovidio, uno de los poetas que siempre me acompañan, que la poesía es, sobre todo, un gran consuelo”.
César Antonio Molina (La Coruña) ha sido profesor de la Universidad Complutense y la Carlos III, comisario de exposiciones, director de suplementos culturales y de relevantes instituciones como el Círculo de Bellas Artes, el Instituto Cervantes o la Casa del Lector. Fue ministro de Cultura. Tiene más de medio centenar de libros publicados, memorias, ensayos, crítica y poesía. Su obra poética hasta la fecha fue reunida en Las ruinas del mundo (1991), seguida de otros títulos como Para no ir a parte alguna (1994), Olas en la noche (2001), En el mar de ánforas (2005), Eume (2008), Cielo azar (2011) y Calmas de enero (2017).