La correspondencia reza así: «Ilustre señor El secretario Valmaseda ha mostrado conmigo lo que yo, de la que vuestra merced me había de hacer, esperaba; pero ni su solicitud ni mi diligencia pueden contrastar a mi poca dicha la que he tenido en mi negocio es que el oficio que pedía no se provee por Su Majestad; y así, es forzoso que aguarde a La Carabela de Aviso, por ver si hay alguno de alguna vacante que todas las que acá había están ya proveídas, según me ha dicho el señor Valmaseda, que con muchas veras sé que ha deseado saber algo que yo pudiese pedir. Deste buen deseo suplico a vuestra merced dé el agradecimiento, en las suyas, que merece, sólo porque entienda que no soy yo desagradecido» (K. Sliwa, Documentos, 124-25).
Igualmente, sostengo por primera vez que uno de los mejores espías de «Friedensfürst» (1527-1598) esperaba adquirir las novedades sobre nuevas vacantes en América Latina, despachadas mediante el navío militar del trasporte marítimo de correspondencia La Carabella de Aviso, la que siempre venía antes de la llegada de la flota, en esta ocasión, de la Flota de Nueva España, encabezada por el general Álvaro Manrique de Lara (1535?-1604), 7º virrey de la Nueva España, en agosto de 1582 en Sanlúcar de Barrameda, o el almirante Juan Martínez de Recalde Larrinaga (1540-1588). Sin embargo, tras este intercambio no se sabe nada, o sea, cuándo y dónde Cervantes habló con Eraso por última vez, si le escribió otras cartas, dónde y cuándo se reunieron, y de qué asuntos trataron. En breve, Miguel no consiguió nada a pesar de las buenas palabras de Francisco Sopando de Valmaseda, secretario de la Escribanía de Justicia de la Secretaría del Consejo Real de Indias, y del secretario Antonio de Eraso, por cuyas manos pasaron todos los asuntos hispanos.
Tocante a la segunda carta-petición, un Memorial, del 21 de mayo de 1590 en Madrid, a «el Prudente», el héroe de Argel suplicó una de las 4 vacantes en el Nuevo Mundo, a saber, la contaduría del Nuevo Reino de Granada de la Real Audiencia de Santafé de Bogotá, Colombia, la gobernación de la provincia de Soconusco de la Audiencia y Cancillería Real de Guatemala (hoy Chiapas, México), el contador de las galeras de Cartagena de Indias, Colombia, y el corregidor de la ciudad de La Paz (hoy Bolivia), de la Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas del Virreinato del Perú, denominada más adelante Alto Perú, y creada por Felipe II, el 4 de septiembre de 1559, como parte del virreinato del Perú, bajo cuya jurisdicción estaba la famosa mina de plata de Potosí.
Empero, el 6 de junio de 1590 «El príncipe de los ingenios españoles» recibió una respuesta negativa del Presidente del Consejo de Indias Fernando de la Vega y de Fonseca y sus consejeros, declarando: «busque por acá en que se le haga merced» (K. Sliwa, Documentos, 225-26). El puesto fue designado a Alonso Vázquez de Ávila y Arce, nombrado el 5 de junio de 1590. Pese a ello, está indocumentado, cómo y cuándo Cervantes se enteró del puesto del corregidor de la ciudad de La Paz, metrópoli más alta del mundo, de 3.650 msnm, ubicada en un cañón, formado por el río Choqueyapu.
Al lado de ello, algunos cervantistas alegan que el héroe de Lepanto, uno de los comisarios más fieles, honestos y leales de Felipe II, no estuvo calificado para llegar a ser corregidor de Nuestra Señora de La Paz en la región «Chuquiago Marka», que en aimara chuqiyapu, significa «chacra de oro». No obstante, esa no es la verdad en absoluto porque basándome en la documentación irrefutable, el comisario del «Rey Católico» tenía la experiencia laboral de más de 3 años, desde el 13 de abril de 1587, siendo comisario real de abastos de Felipe II para la provisión de la Grande y Felicísima Armada, de las Galeras de España, y de las Flotas de las Indias. Durante este tiempo, trabajaba, inter alia, para Antonio de Guevara, Proveedor General del Consejo de Hacienda y Proveedor General de las Armadas y Flotas de Indias, colaboraba con Agustín de Oviedo, Teniente de Proveedor General de las Galeras y Armadas de España, Agustín de Cetina, Contador y pagador de provisiones, Jerónimo Maldonado, Tenedor de bastimentos y municiones, y el licenciado Diego de Valdivia, alcalde del Crimen de la Real Audiencia de Sevilla y Juez del Rey Nuestro Señor y de sus Reales Armadas y Fronteras. Aún, otorgaba, verbi gratia, el aprovisionamiento para los galeones de Su Majestad del cargo del Capitán General de la Carrera de Indias, Diego Flores de Valdés (1530-1595).
No es de olvidar las cartas de recomendación para Cervantes de don Juan de Austria (1545-1578), y del III duque de Sesa (1520/21-1578) para Felipe II, así como otras cartas halagüeñas, example gratia, del Maestre de campo, Diego Enríquez de Castañeda y Manrique (1535-1601), de Tercio Viejo de Sicilia, y del Presidente del reino de Sicilia, Carlos de Aragón y Tagliavia (1530-1599), virrey de Sicilia, para que Cervantes, como capitán, levantara una nueva compañía de Infantería en España con destino a Italia. Tampoco se pueden omitir la medalla conmemorativa de la «Batalla de Lepanto», grabada por el italiano Gian Federico Bonzagni (1507-1588) y decretada por el Papa Pío V (1504-1572) en 1571, y otras dos medallas conmemorativas, ordenadas por Don Juan de Austria, la primera de la «Batalla de Lepanto», y la segunda de la «Conquista de Túnez en 1574».
Un enigma indescifrable es por qué Miguel quería ejercer el cargo de corregidor paceño, «el brazo del gobierno español», que fue generalmente por 3 años, y por ejemplo, tenía que representar a Felipe II en las provincias, proporcionar ayuda militar a los españoles, cobrar tributos, intervenir en asuntos judiciales, hacer respetar la autoridad del cabildo o corregimientos de ciudades, ofrecer protección al frente de territorios indígenas, atender las demandas de los nativos y le fue prohibido aprovecharse de su trabajo.
Sin ningún género de dudas, Cervantes tenía muy buen conocimiento de la mina de Potosí, sirva de ejemplo «si yo te hubiera de pagar, Sancho - respondió don Quijote-, conforme lo que merece la grandeza y calidad de este remedio, el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte» (El Quijote, II-LXXI); el pícaro Pedro de Urdemalas informa que «sobre un asno trae puesto el cerro de Potosí; viene lleno de doblones» (Pedro de Urdemalas) y Trampagos lamenta la pérdida de su mujer de este modo: «¡He perdido una mina potosisca!» (El rufián viudo llamado Trampagos); Cristina le dice a Ambrosio que «la menor de tus mercedes suele ser un Potosí». Muñoz detalla que «¡qué bien trazada quimera! Si ella llega a colmo, espero un Potosí de barras y dinero» (La entretenida); y el herido conde aclara que «creo que van hasta veinte mil ducados en oro y en joyas […] y, si como esta cantidad es poca, fuera la grandeza que encierra las entrañas de Potosí, hiciera de ella lo mismo que de esta hacer quiero» (El Persiles).
Por último, apoyándome en las perlas documentales, Miguel recibía noticias sobre Potosí de su gran amigo Pedro de Ludeña, ex gobernador de Cartagena de Indias (1586-1593), quien el 27 de marzo de 1599 fue nombrado el Gobernador de la Plata y Corregidor de la villa del Potosí (1602-1607) por Felipe III (1578-1621), emigrando el 21 de febrero de 1601 a Charcas en el Perú, y del poeta y capitán Juan de Salcedo Villandrando, regidor de La Paz, miembro de la «Academia Antártica», y muy buen amigo de Cervantes, quien le enalteció así: «el capitán Salcedo está bien claro que llega su divino entendimiento al punto más subido, agudo y raro que puede imaginar el pensamiento. Si le comparo, a él mismo le comparo, que no hay comparación que llegue a cuento de tamaño valor, que la medida ha de mostrar ser falta o ser torcida. De la región antártica podría eternizar ingenios soberanos, que, si riquezas hoy sustenta y cría, también entendimientos sobrehumanos: mostrarlo puedo en muchos este día, y en dos os quiero dar llenas las manos, uno de Nueva España, y nuevo Apolo; del Perú el otro, un sol único y solo» (La Galatea, VI).
«Laus in Excelsis Deo»,
Krzysztof Sliwa