La noche del 13 de febrero de 1945, a pocos meses del final de la II Guerra Mundial, 796 bombarderos aliados sobrevolaron la ciudad de Dresde para abrir las puertas del infierno. Miles de personas murieron abrasadas por las llamas y algunos de los pilotos que participaron en aquel raid tuvieron pesadillas durante el resto de sus vidas. Según algunos especialistas, aquel día empezó la «guerra total».
No hay un solo europeo que no relacione el nombre de Dresde con la palabra destrucción, pero hasta ahora no contábamos con un libro que narrara aquellos acontecimientos con la precisión y el detalle con los que Sinclair McKay ha escrito Dresde. Fuego y oscuridad, un ensayo que, al margen de ser un documento histórico de incalculable valor, es un homenaje a todas y una de las víctimas de aquella masacre.
Es cierto que, durante la II Guerra Mundial, fueron muchas las ciudades alemanas que sufrieron el acoso de la aviación aliada, como Pforzheim, Hamburgo, Colonia, Frankfurt o Bremen, pero ningún bombardeo ha trascendido tanto como el de aquella ciudad que Johann Gottfried Herder bautizó como la «Florencia alemana» y que el acervo popular rebautizó como la «Florencia del Elba». Hoy resulta imposible caminar por sus calles sin detectar restos de su pasado glorioso, dado que los responsables de su reconstrucción se encargaron de levantar la nueva ciudad sobre los restos de la antigua, consiguiendo de este modo que el pasado siempre estuviera presente no sólo en la memoria de los nativos, sino también en la de los visitantes.
Pero hay muchas formas de reconstruir una ciudad y no todas son arquitectónicas. Sinclair McKay lo hace de un modo más profundo. A lo largo de las cuatrocientas páginas que componen "Dresde", el autor revive hasta el último detalle de aquellos días de febrero y, como ya hizo John Hersey en su clásico Hiroshima, resucita a sus auténticos protagonistas. Por estas páginas vuelven a caminar algunos prohombres de la época, como Victor Klemperer, Otto Dix o Kurt Vonnegut, así como otros personajes anónimos que dejaron testimonio del horror que vivieron durante aquel raid.
Pero, además de devolver durante unas horas el esplendor a una ciudad famosa por sus artistas, Sinclair McKay aprovecha su ensayo para reflexionar sobre el dilema ético que aquel bombardeo conllevaba. Porque no debemos olvidar que los dresdenienses fueron los alemanes que acogieron con más alegría la ideología fascista y algunos de sus políticos aplicaron las leyes antisemitas de un modo implacable. Aquella ciudad representó como pocas la maldad de Hitler y, en consecuencia, su destrucción podría ser vista como una especie de justicia poética que, no obstante, produjo la muerte de miles de inocentes.
Algo similar ocurre con los pilotos aliados –en su mayoría británicos, estadounidenses, canadienses y australianos- que participaron en el bombardeo, y en especial con el mariscal del aire británico Arthur Harris, a quien apodaban «el Carnicero». Todas estas personas contribuyeron a la caída del III Reich, pero lo hicieron causando un dolor pocas veces imaginado por el ser humano. Sinclair McKay es consciente de esta contradicción y, por eso, evita juzgar a los protagonistas de aquellos hechos. Simplemente explica lo que ocurrió durante las tres oleadas de bombardeos que sufrió la ciudad y deja que seamos nosotros quienes saquemos nuestras propias conclusiones.
Ahora bien, el autor no se muerde la lengua a la hora de advertir a los lectores sobre la necesidad de recordar aquellos hechos y, sobre todo, de impedir que los partidos de extrema derecha adulteren el pasado hasta convertirlo en una mentira que beneficia a sus propios intereses.
Sinclair McKay reconstruye la ciudad de Dresde antes, durante y después del bombardeo, y nos invita a pasear por sus calles, correr entre las llamas y llorar por su destrucción. Y así rinde homenaje a los inocentes que murieron durante uno de los bombardeos más crueles de la historia de la Humanidad. Un libro, pues, de una enorme ambición.
McKay es autor de best sellers como The Secret Lives of Codebreakers y The Secret Listeners for Aurum, entre otros. Sinclair es crítico literario de The Telegraph y The Spectator.