FIRMA INVITADA

¿El doctor Johnson, supongo?

Samuel Johnson (Foto: Archivo).
José Joaquín Bermúdez Olivares | Domingo 13 de octubre de 2019

Días pasados, en este mismo medio, se daba cuenta de la reciente aparición de el "Diccionario de Samuel Johnson", compilado por Gonzalo Torné, ese guía por el proceloso mundillo digital —sucesor, sin duda, del diccionario en papel hasta el pasado siglo—. De Samuel Johnson pareciera que lo sabemos todo, su monumental Vida, publicada por James Boswell en 1791, unos años después del fallecimiento del doctor, se considera la primera biografía moderna (tal como el Quijote es la primera novela moderna: como fundadores ambos de un género partiendo de una obra maestra). Y sin embargo, ¿los diccionarios nos informan sobre un lenguaje, las biografías sobre una vida?



Veamos, mi primer contacto con el doctor Johnson, a una edad demasiado temprana como para tener conciencia de la magnitud del personaje, se produjo con mi primera lectura del David Copperfield de Dickens, en algún momento del ‹‹antiguo régimen››. Si recuerdan el capítulo 45, otro doctor (Strong), dialoga con mrs. Markleham (a la que Dickens, con su genio para los apodos llama viejo soldado), y esta le dice que ‹‹sin el doctor Johnson y su diccionario, igual podríamos estar llamando plancha a un somier›› (la traducción es mía). De forma interesante menciona a continuación que, con todo su mérito, un diccionario difícilmente puede ser un regalo atractivo para una joven casadera (eran otros tiempos). Creo que ese latiguillo se me quedó en la memoria, junto al ‹‹Barkis is willing›› del improbable pretendiente de Pegotty, o los modismos de Sam Weller en el Pickwick (de los que tal vez el que reza: lamento interrumpir tan agradable reunión, como dijo el Rey cuando disolvió el Parlamento, sea de peculiar aplicación a estos tiempos, a un lado y otro del Canal).

El doctor Johnson (doctor honoris causa por el Trinity College de Dublín, y luego por Oxford, ya que él nunca pudo completar su titulación universitaria por motivos económicos) resuena también en Borges —al que siempre recurrimos cuando de libros, diccionarios, bibliotecas y babeles se trata—, quien le cita en su poema Un mañana: ‹‹y el azar y la joven aventura y la dignidad del peligro, según dictaminó Samuel Johnson›› y se ocupa de su figura, junto con Bioy en varias clases, conferencias y escritos. Aunque personajes muy diversos, Borges y Johnson están en una clase peculiar de hombres de letras, más interesados en sus lecturas que en su propia obra (según formulación proverbial del argentino), y capaces de alumbrar con sus reflexiones toda una literatura. Johnson apenas dejó su Rasselas, príncipe de Abisinia (disponible desde hace pocos años en español en traducción de Inés Joyes y Blake), sus vidas de poetas ingleses y sus estudios sobre Shakespeare como libros a leer ‹‹exentos››, pero su actividad como articulista fue infatigable, pese a tener lugar sobre todo en el Idler (el perezoso). Podría haber cierta justicia poética en que habiendo escrito sobre la vida y obra de autores ingleses, algunos contemporáneos, fuera luego objeto de la monumental —el adjetivo se ha convertido casi en aposición— Vida de Boswell.

Quienes hemos leído esa obra como si de una novela (y novela de intriga) se tratase, llevados por el afán inconfesable del cotilleo, la digresión creativa, las notas a pie de página dentro de otras notas…, y todo ello en la incomparable traducción/creación del desaparecido Miguel Martínez-Lage (1961-2011) y edición del también fallecido Jaume Vallcorba (1949-2014) —habrá que convenir en el tópico de que siempre se van los mejores—, acabamos, o al menos así me pasa a mí, sabiendo mucho sobre James Boswell, personaje no despreciable, y solo algo sobre el doctor Johnson. Este es el destino de toda prosa: hablar sobre su autor antes que sobre cualquier otra cosa (y no me refiero ahora a esa moda pestífera de la autoficción), pero me pierdo. El propio Johnson no está conforme con la actividad biográfica de Boswell, y deplora a menudo su actitud servil y pejiguera, como esa manía, que le parece maleducada y absurda, de abandonar la conversación común para anotar los dichos y chascarrillos de los concurrentes, en especial del propio doctor. Pero esto lo sabemos ¡vía el propio Boswell!, por lo que nos queda la duda de si no será una pose; de hecho, las fuentes secundarias que podrían confirmar los datos de Boswell a menudo difieren, cuando no contradicen, sus palabras. No se trata tanto de aducir ahora errores o invenciones, cuanto de reflexionar sobre si la metodología permite, en un diccionario, una novela, una biografía, etc., producir una obra objetiva al margen de la sombra alargada del propio autor, por muy objetivo que este desee ser.

El ejemplo más valioso sería, desde luego, el Viaje a las islas occidentales de Escocia, que Johnson publica en 1775, justo en el momento álgido de su relación con Boswell, quien a su vez publica A journey of a tour of the Hebrides en 1784, justo el año de la muerte de Johnson. Dejamos su comparación a los especialistas, baste decir que el tema de Escocia es siempre caballo de batalla en las conversaciones entre ambos, con un Johnson acérrimo inglés y un Boswell deseoso de hacer constar su propia importancia dentro de aquella sociedad, y su lucha por reconocido lord (laird) Auchinleck. Y como tal título pretende ser recibido y saludado en Königsberg, en la encantadora obrita (por tamaño físico) James Boswell visita al Profesor Kant, que debemos al citado Martínez-Lage en edición póstuma de La uña rota, benemérita editorial segoviana; obrita que me descubrió en la pasada feria del libro de Madrid la pizpireta librera Manuela Malasaña, de la librería los editores. Se trata de Boswell dando sus impresiones de viaje con el culmen de una conversación con Immanuel Kant, que podríamos clasificar como genial impostura literaria (en la senda de esos crímenes de la literatura que tan a fondo ha tratado el profesor Álvarez Barrientos) y brillante ejercicio de estilo, con introducción y notas memorables.

Finalmente, otro hilo de esta madeja algo enmarañada que representa mi acercamiento personal a Samuel Johnson, es el del teatro, pues el doctor fue mentor, maestro, propagandista, amigo y crítico del gran actor inglés del momento, David Garrick, cuya influencia recogiera mi paisano Isidoro Máiquez, estudiado, junto con el estado del teatro de la época, en el recentísimo "El actor borbónico", del citado Álvarez Barrientos.

Y es que tal vez somos todos actores, fingidores, entradillas de un diccionario sin fin (aquellos diccionarios de un solo autor, como el que, dos siglos después de Johnson, compilara para nuestro idioma María Moliner, esa santa laica) que aclara u oscurece según los casos, el itinerario de nuestro pensamiento, limitado siempre por nuestro lenguaje (Wittgenstein dixit). Porque las palabras, y los hablantes, pueden decir a la vez una cosa y la contraria, como esa memorable definición de un diccionario inglés (tal vez el Webster o el Oxford concise, no lo tengo a mano y cito de memoria, como el pobre Kinbote en Pálido fuego), cuando nos indicaba que sir era un tratamiento de respeto ¡o de falta de respeto! aplicado a un varón.

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